El “tenim pressa” ha cambiado de bando, decíamos aquí el otro día. Lo corrobora Pablo Iglesias en La Vanguardia: “Los independentistas, mejor negociando en una mesa que en la cárcel”. Y lo que se visualizará este lunes y este martes en el Parlament de Catalunya ―retirada o no del escaño del president Quim Torra y comparecencia de seis presos políticos, empezando por Oriol Junqueras, en la comisión del 155― no va a hacer más que subrayar esa necesidad: la que tiene el gobierno Sánchez-Iglesias de acelerar la desjudicialización del escenario político o morir en el intento. El drama, que el líder del PSOE no advirtió en su día, en aquellos días letales del otoño de 2017 en que el 155 iba a poner punto y final al procés, muerto el perro se acabó la rabia, era que la entrega por acción u omisión de todo el poder a los jueces también le convertiría a él en rehén de las togas. Togas convertidas ahora, a su vez, en el ariete de una España contra la otra, esa España alternativa que en la entrega de los Goya, con Sánchez entre el público, parecía entonar el canto del cisne tras las gafas oscuras de Almodóvar y mientras en el escenario, por fin, se oían todas las lenguas...

La Mesa del Parlament, o sea, en último término, ERC, que ostenta la presidencia y la acción de oro, debe decidir si acata la última resolución del Tribunal Supremo, que avala la de la Junta Electoral Central, y  designar el diputado sustituto. Torra: ¿cuarto asesinato parlamentario de un president tras los de Puigdemont, Sànchez y Turull? Es evidente que el 155 nunca se desactivó del todo. Mientras tanto, todas las lecturas del momento señalan unidireccionalmente a un solo escenario: el fin de la legislatura catalana (e, incluso, del procés). Pero todos los caminos llevan a la Moncloa pasando por el Supremo. Puede que Quim Torra pierda hoy el escaño, pero puede que Pedro Sánchez, atrapado en el Supremo, empiece también a perder la Moncloa.

Torra: ¿cuarto 'asesinato parlamentario' de un president tras los de Puigdemont, Sànchez y Turull? 

Que nadie se llame a engaño: la cabeza de Torra es condición sine quan non para cobrarse la cabeza de Sánchez ―y de Iglesias―. Contribuye a dibujar ese cuadro sangriento el hecho de que, contrariamente a lo que se esperaba, el Supremo haya decidido darle la razón a la JEC sobre la inhabilitación de Torra para continuar siendo diputado mientras el propio Supremo no decide si lo condena o no en firme y, en consecuencia, le obliga a ceder la presidencia. Es cierto que la pérdida del escaño de Torra podría ser provisional y reversible si finalmente el Supremo revoca la sentencia previa del TSJC que lo condenó por no retirar la pancarta pro-presos políticos del balcón de la Generalitat durante la campaña electoral; pero la ofensiva del búnker judicial ante los movimientos del nuevo gobierno hace temer lo peor para Torra... y para Sánchez.

Si Torra pierde la presidencia, se convocarán nuevas elecciones al Parlament de Catalunya y los halcones de JxCat y ERC, ERC y JxCat, protagonizarán la enésima batalla final. Nunca las encuestas situaron a ERC tan cerca de su objetivo, la presidencia de la Generalitat, aunque el precedente del 21-D, con Puigdemont como vencedor contra pronóstico, y la actual euroimmunidad de que goza el president en el exilio, lo que le permite mitinear en persona más cerca que nunca de Catalunya, pueden alterar el pronóstico; y, en cualquier caso, recrudecer la batalla hasta el límite. La campaña, por lo que pueda ser, ya ha empezado para JxCat (acto de Puigdemont en Perpinyà); pero también para ERC (el ya famoso “y una mierda” con el que Junqueras vuelve al discurso duro del “ho tornaríem a fer”).

Caído Torra, si ERC no alcanza el objetivo ―la presidencia de la Generalitat―, Sánchez tendrá los días contados

En la prensa, los más inteligentes entre los que hace cuatro días exigían sí o sí la dimisión de Torra mantienen ahora un prudente silencio. Caído Torra, si ERC no alcanza el objetivo ―la presidencia de la Generalitat―, Sánchez tendrá los días contados. La revisión de la estrategia seguida ―quién sabe hasta qué punto― se convertirá en un imperativo para los de Junqueras. A menos, claro, que los republicanos opten de nuevo por la teoría del mar menor, a riesgo de suicidarse. Si ―cosa bastante improbable― Torra no cae, Sánchez podrá ganar algo de tiempo frente a los embates del deep state y cruzar los dedos para que Aragonès le gane el pulso a Puigdemont. Eso, o, cuanto antes, ponerlos ya, a todos, en la calle. Por eso Pedro (ahora) “té pressa”.