Si no querías caldo, tres tazas. Carles Puigdemont, comparecerá este lunes ante el Tribunal de Apelaciones de Sassari, en Cerdeña, y lo hará acompañado. Este domingo regresó a la isla, al mismo aeropuerto donde fue detenido el 24 de setembre para después quedar en libertad. Ahora se ha desplazado con él el también eurodiputado y exiliado en Bélgica Toni Comín. Les esperaba, además, Clara Ponsatí, tercer miembro de Junts en la Eurocámara, exiliada en Escocia. Los tres son personas libres, salvo en España, y todo indica que el president exiliado lo seguirá siendo después de declarar. Casi nadie espera otra cosa. ¿Por qué?

España, sus jueces y su política, hace mucho tiempo que descarrilaron en Europa en su cruzada contra el hombre de Waterloo. Y aunque algún día consiguieran su propósito -lo cual se antoja casi imposible- para nada borrarían los dislates jurídicos impropios de un país serio que ya han cometido. Su fama les precederá. ¿Quién se va a creer a la justicia española en Europa después del caso Puigdemont? ¿Qué jueces, qué gobierno, qué policía europea se va a creer a Llarena y al Supremo ante cualquier otro asunto de un calado similar? Al final, serán los ciudadanos españoles los más perjudicados por las chapuzas de sus jueces y tribunales en la persecución de Puigdemont. 

En la espera, la figura de Puigdemont incluso sobrevoló ayer el míting final de Pablo Casado en la accidentada convención del PP en València. Se suponía que el líder provisional de los populares -hasta que Ayuso dé el paso- debía explicar qué va a hacer con España si gobierna. Pero Casado fue poco más allá de prometer que llevará a Puigdemont ante el Supremo. ¿No habíamos quedado que la justicia era independiente? Antiguamente, los aspirantes a la Moncloa, como quien fue presidente por la UCD, Adolfo Suárez, se comprometían a todo en sus campañas electorales con un “puedo prometer y prometo”; otros, como el socialista Felipe González, se desbocaban: 800.000 puestos de trabajo y algunos, como el popular José María Aznar, garantizaban que todo iría bien si conseguían echar a su rival: “Váyase, señor González”. Ciertamente, esos discursos, hoy diríamos puro populismo o cosas peores, fueron salvoconductos para el éxito, para ganar elecciones en España. Fue con el cambio de siglo que el tema catalán entró en los argumentarios electorales de manera descarada, poco después de las cesiones de Aznar a Jordi Pujol en el pacto del Majestic.

¿Y si Casado o Sánchez no consiguen llevar a Puigdemont ante el Supremo, qué harán? ¿Enviarle un escuadrón de sicarios para completar la faena que el juez Llarena no remata? ¿O acaso piensan dimitir ante su estrepitoso fracaso político, jurídico y democrático?

El caso es que ahora, para ganar La Moncloa hay que jurar llevar a Puigdemont ante el Supremo, como ha hecho Pablo Casado y, en 2019, también hizo Pedro Sánchez, en pleno debate electoral -"¿La Fiscalía de quién depende? ¿De quién depende?", abundó después el hoy presidente en una entrevista. Por cierto que, entonces, Casado acusó a Sánchez de poner en riesgo la entrega de Puigdemont a España con las euroórdenes. ¿Y si Casado o Sánchez no consiguen llevar a Puigdemont ante el Supremo -como todo parece indicar-, qué harán? ¿Mandarán un escuadrón de sicarios para completar la faena que el juez Llarena no remata? ¿O acaso piensan dimitir ante su, hasta hoy, estrepitoso fracaso político, jurídico y democrático?

No hace falta ser un 'follower' de Puigdemont para ver el abismo abierto entre aquella España de la transición que traía del exilio a presidentes como Tarradellas o Leizaola, y la actual, donde prima el puro instinto de revancha

No hace falta ser un follower de Puigdemont para ver el abismo abierto entre aquella España o aquellos políticos de la transición que traían del exilio a presidentes como Tarradellas o Leizaola para restaurar instituciones democráticas, la Generalitat de Catalunya o el Gobierno Vasco, y la actual, donde prima el puro instinto de revancha. Por eso, hasta para ganar elecciones hay que echarle el lazo a Puigdemont, hay que cazarlo como los cervatillos en las monterías: en la plantilla mental de la venganza, lo contrario es derrota y cobardía. Pero, ¿cómo va a encarrilarse el conflicto Catalunya-Espanya sin Puigdemont y lo que representa? ¿Acaso también son golpistas los tribunales de Alemania, Bélgica, Escocia, Suiza o Italia que han denegado su extradición? ¿Es eso lo que, por activa o por pasiva, insinúa Llarena y el Supremo? Si, además, la cacería política, mediática, policial y judicial de Puigdemont se hace contra toda lógica política y democrática, valga la redundancia, es como para bajarse del autobús aunque seas más español que la Paca. Dicho sea con todo el respeto por la señora Paca.