El asesinato industrial de 6 millones de judíos en los campos de exterminio nazis durante la II Guerra Mundial, planificado y ejecutado con precisión germánica, no justifica la masacre de Gaza. Auschwitz no puede ser la siniestra disculpa, o el olvido futuro, de los 65.000 muertos y las innumerables vidas destrozadas a manos del actual gobierno israelí en la Franja como respuesta al brutal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. Pero Auschwitz también obliga a pensárselo dos veces antes de banalizar el término genocidio. No hace falta ser doctor en derecho internacional para saber que el sentido de las palabras varía según los contextos, y, siempre, en función de los intereses de quien, en cada momento, para bien o para mal, escribe la historia. Por más que la ONU se haya pronunciado, se deben mantener las reservas al calificar de genocidio la matanza de Gaza. Lo que tampoco debe impedir que cualquier persona mínimamente honesta y decente pida con todas sus fuerzas que el gobierno de Israel cese los bombardeos como se ha hecho en las masivas manifestaciones del fin de semana en Barcelona y en muchas capitales europeas. Cuando menos, debe ser tan lícito cuestionar la definición de genocidio aplicada a la tragedia gazatí como calificar la organización Hamás, responsable de haber encendido la mecha del conflicto, de (mero) grupo terrorista. Hamás es algo más que (era), por ejemplo, ETA. Que se sepa, el Gobierno de España no negoció con el etarra Josu Ternera el Estatuto de autonomía de Gernika, mientras que, por el contrario, Israel debe negociar con Hamás el plan Trump como horizonte mínimamente viable para un acuerdo de paz y de administración futura del territorio. Se suele decir que la verdad es la primera víctima de cualquier guerra, pero no será posible la paz sin restaurar los matices.
Cuidado. ¿Significa esto que debemos pasar página de los muertos, de la memoria? En ningún caso. Pero la memoria debe abrir el foco si no queremos condenarnos nosotros también, arrastrados a la infamia del silencio cómplice, la negación cobarde o incluso el cínico aplauso de la barbarie. A quienes, por suerte o por desgracia, y desde la crítica más profunda, aún mantenemos la fe en el proyecto del Hombre del humanismo y la Ilustración, se nos encoge el corazón cuando tratamos de imaginar el horror de Auschwitz —no podemos, es imposible encajar en la razón la magnitud del Holocausto—, pero también cuando vemos las playas de Gaza y los deportados que las recorren arriba y abajo, sin saber hacia dónde, huyendo de las bombas de Netanyahu. La imagen me acompaña como un fantasma cada día que camino por el paseo marítimo del pueblo donde vivo, en la costa del Maresme, cada vez que pienso que compartimos el mismo mar con los gazatíes y sus verdugos, con los que los masacran (Israel) y los que los condenan a una dictadura atroz en nombre del islam (Hamás). La mala conciencia europea por siglos de antisemitismo y la vergüenza inconmensurable de las fábricas de la muerte con que los nazis intentaron hacer desaparecer a los judíos de la faz de la tierra, sirvieron para dar carta blanca al Estado de Israel para expulsar a cientos de miles de palestinos de su tierra en 1948 o, ahora, para reducir Gaza a un montón de escombros humeantes. Pero eso tampoco justifica el grito "del río al mar" con el que se pretende expulsar para siempre a los judíos del único trozo de tierra que pueden reclamar como propio desde tiempos bíblicos.
Felicitémonos por el feliz retorno. Y preguntémonos qué tipo de trato habrían recibido los activistas de la Flotilla si hubieran sido detenidos por Hamás, o por la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, o por los talibanes afganos
En Barcelona, Madrid y otras ciudades del Estado español, cientos de miles de personas se han manifestado contra Israel y a favor de la causa palestina. Ha sido horas antes del regreso de una parte de los tripulantes de la Flotilla Global Sumud que pretendía romper el bloqueo de Gaza, entre los que se encuentran la exalcaldesa Ada Colau y el concejal de ERC en Barcelona Jordi Coronas, detenidos y repatriados por Israel. No hace falta decirlo, es una gran noticia. Felizmente, el ejército israelí esta vez ha preferido la política a la guerra —"la política es la continuación de la guerra por otros medios", escribió Foucault invirtiendo la famosa sentencia de Von Clausewitz— y ha respondido a la provocación propagandística de la Flotilla, no por ello menos legítima y ciertamente exitosa, con un trato digno a los detenidos. Los han empezado a repatriar después de haber reconocido por escrito que han entrado “ilegalmente” en el país, si bien, otro grupo, en el que está la diputada de la CUP en el Parlament Pilar Castillejo, ha preferido continuar en prisión. Felicitémonos, pues, por el feliz regreso a casa. Y preguntémonos, a la vez, qué tipo de trato habrían recibido los activistas de la Flotilla si hubieran sido detenidos por Hamás, o por la Guardia Revolucionaria Islámica iraniana, o por los talibanes afganos.
Y preguntémonos, en fin, sin acritud, a quién hacía más servicio la mediática y un punto frívola Flotilla. Si a los gazatíes, asediados por el hambre y la falta de suministros humanitarios básicos, o a la desorientada izquierda catalana y española, necesitada como nunca de un salvavidas en medio del naufragio. La misma izquierda que deja a los suyos a los pies de los caballos de la extrema derecha con sus políticas de crecimiento sin límites y salarios low cost, necesita recuperar la calle. Este, el objetivo. Y da igual que buena parte de los que vuelven a las manis, reafirmados en su furor anti-yanqui de toda la vida por motivos obvios, se movilicen por Palestina pero nunca lo hagan contra Hamás o a favor de la liberación de los (pocos) rehenes israelíes que mantiene vivos desde hace 2 años, o se pongan de perfil ante las violaciones de los derechos de las mujeres en Afganistán o Irán. Teherán o Kabul forman parte del problema de Gaza tanto como Washington o Berlín. Pero la izquierda dogmática suele ser más dogmática que de izquierdas. Por eso no fui a la manifestación por Gaza, que, desde aquí, no obstante, sí que querría aplaudir y saludar.