La Comunidad de Madrid será el único territorio de todo el Estado español donde hoy, 8 de marzo, no se celebrarán manifestaciones por el día de la mujer pese a haberse convocado huelga general. Lo ha impedido la delegación del Gobierno, en manos del PSOE, y la justicia, que ha ratificado la prohibición por motivos de "salud pública". La pandemia sigue recortando derechos incluso cuando remite.

La vicepresidenta Carmen Calvo, socialista, lo ha justificado por las mismas razones sanitarias. La presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, del PP, como corresponde a su trumpismo congénito, ha aplaudido el veto. La ministra de Igualdad, Irene Montero, como se esperaba, lo ha reprobado. Pero la dirigente de Podemos ha escondido la pinza, la curiosa coincidencia de intereses, entre sus socios de la Moncloa, el PSOE, y la "ultraderecha". En medio de este festival de simulacros y medias verdades, Pedro Sánchez, se ha marcado un mitin con figurantes, es decir, con asistentes separados por la preceptiva distancia anticovid, para reivindicarse, faltaría más, como el más feminista de todas.

Bien. Los teóricos de la postmodernidad nos pusieron en alerta: atención porque se han acabado los grandes relatos. La religión, la metafísica, las ideologías (derecha-izquierda); incluso la ciencia, el más operativo de todos ellos, se tambalea. A partir de aquí, la buena noticia para las mujeres era que el machismo también se había quedado sin relato o anclaje alguno en la tradición o el (falso) sentido común. La buena noticia era que el hombre -no en sentido universalista, sino de género, y como poder- había dejado de ser el centro del universo, como el Sol en tiempos de Copérnico. Pero la mala noticia era que el relato que había sustentado los feminismos también había quedado superado por el fin de la historia.

La hipermoderna posmodernitat era una insaciable apisonadora de verdades. El ultrarelativismo hace que sea tan "respetable" quien cree en la opresión de la mujer y lucha por superarla como quien defiende todo lo contrario. Como todo ha pasado a ser relativo, como todo ha pasado a tener el mismo valor en el mercado de las ideas, el feminismo vale tanto, en el mejor de los casos, como su negación, el machismo. Luego el relato de opresión de la mujer del feminismo clásico también ha ido a la papelera de la historia. Pero el machismo no sólo no se ha ido sino que se ha reavivado en su forma a menudo más banal. Y a la vez, es más fácil que nunca declararse más feminista que nadie.

El relato de opresión de la mujer del feminismo clásico también ha ido a la papelera de la historia. Pero el machismo no sólo no se ha ido sino que se ha reavivado en su forma a menudo más banal

Michel Foucault, que predijo en el final de Las palabras y las cosas que el hombre -como concepto heredado de la Ilustración- sería borrado de la arena de la playa de la historia se quedó corto: la mujer, como sujeto de lucha y derechos, también está en riesgo de desaparición. Ciertamente hay alternativas. Y hay una reacción global de empoderamiento en marcha. Está por ver si la pandemia, que se ha ensañado con las mujeres, acelerará este movimiento o reducirá la velocidad.

Asimismo, es lógico que el feminismo queer, que, en su afán desencializador del binomio hombre-mujer amplió la nómina feminista de sujetos de derechos (negados) a los colectivos gais y trans agrupados en el acrónimo LGTBIQ+, sea visto con recelo por un sector del feminismo histórico. Algunas detectan una (re)ocupación del espacio de la mujer ahora por parte de otros géneros y orientaciones sexuales disidentes y/o también discriminadas, lo cual mantiene la balanza desequilibrada a favor del dominio masculino. Cabe decir que todos los feminismos consideran al menos desde Simone de Beauvoir que el género es una construcción social y cultural ("No se nace mujer, se llega a serlo") pero no todos están dispuestos a admitir, con Judith Butler (El género en disputa) que también el sexo es construido y no una esencia natural e inmutable.

Ni siquiera los premios Goya, icono del cada vez más esmirriado universo del progresismo cultural hispánico, se han escapado de ser altavoz de burradas machistas en plena gala. A las mujeres se les viene encima mucho trabajo. No sólo tendrán que salvarse, sin relatos, en un tiempo en que vale todo porque nada vale lo más mínimo. Las mujeres también nos tendrán que salvar de estos feministas opportunity de mitin virtual de fin de semana y manis de "Si el tiempo lo permite y la autoridad no lo impide" que intentan cuidarlas y cuidarnos.