La teoría del actor-red, desarrollada por Bruno Latour y Michel Callon, explica, entre otras muchas cosas, algo que ya se ha convertido en moneda corriente en nuestra interpretación del mundo: que la realidad se compone de redes interconectadas, que éstas, a su vez, agrupan elementos heterogéneos que forman redes en sí mismos y que pueden ser humanos y no-humanos (la oficina, el conductor, el coche, el guardia urbano, el semáforo, la luz roja, los programas contra el alcoholismo, el hospital y este artículo, por ejemplo); que la fortaleza de las redes y su ampliación depende de las asociaciones que establecen sus componentes; que cuando esas asociaciones fallan, toda la red, todo lo ensamblado, puede venirse abajo, etcétera. No se asusten. Este artículo no versa sobre la Actor Network-Theory, sino sobre algo mucho más abstruso, nuestro cotidiano “¿y ahora qué?” del procés. ¡Esa sí que es una caja negra y no las que iluminan los sociólogos de la ciencia! Pero he recurrido a esa teoría de la complejidad para tratar de comprender por qué el procés ha sido, desde sus comienzos, un proceso de cambio y redefinición continuo de actores y situaciones que dificultan sobremanera el análisis y, sobre todo, la búsqueda de salidas.

La primera lección de todo lo acontecido desde el octubre del 17 en Catalunya (y España) es que todo fluye, todo cambia, como el río de Heráclito. Basta ver lo que explica con todo lujo de detalles el periodista Ernesto Ekaizer en su libro de inminente aparición Cataluña año cero (Espasa). La noche del 25 de octubre de 2017, en una trascendental reunión en el Palau de la Generalitat con el llamado Estat major del procés, Carles Puigdemont defendió la necesidad de convocar elecciones, entre otros motivos, porque el escenario resultante de una declaración de independencia sería “devastador”, porque “30 años de cárcel no servirían de nada” o, porque, decía, “no quiero marchar al exilio”. El vicepresident, Oriol Junqueras ―hoy en la cárcel―, la secretaria general de ERC, Marta Rovira ―hoy en el exilio, como Puigdemont―, pero también otros actores ―o “actantes” que diría Latour― como Lluís Llach, diputado independiente de JxSí, defendían todo lo contrario: aguantar, declarar la independencia, no convocar elecciones, como así sucedió. “Nosotros siempre hemos sido la parte débil y por eso rendirnos no es aceptable", dijo el cantautor de Verges, según el minucioso relato de Ekaizer.

La pericia de Van den Eynde, abogado de Junqueras, y la tozudez de Puigdemont de no entregarse a la justicia española ―asesorado por sus abogados Boye y Bekaert― podrían infligir al estado español su peor derrota en siglos...

¿Dónde está ahora cada uno? Obsérvese que Junqueras está en la cárcel pero podría no haberlo estado si, como sostiene el abogado general de la UE, hubiera sido reconocido como eurodiputado, en tanto que fue elegido como tal ―es lo que defiende el letrado― antes de su condena por el Tribunal Supremo español. Pero, para eso, debería haberse exiliado. Obsérvese que Puigdemont está en el exilio pero si el Tribunal de Justicia de la Unión Europea resuelve sobre Junqueras como pide el abogado general, podrá acceder a su escaño de eurodiputado, como Toni Comín y Clara Ponsatí, con lo cual gozará de inmunidad y ―a menos que la Eurocámara apruebe un suplicatorio de la justicia española― no podrá ser detenido si decide regresar al estado español. Para, por ejemplo, presentarse (de nuevo) a las elecciones al Parlament que podrían convocarse en breve (o no) si el actual president, Quim Torra, que este lunes será juzgado por desobediencia en el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya y es inhabilitado, como todo hace prever. Ergo si Junqueras hubiera marchado al exilio, como Puigdemont, y si el TJUE acabase por darles el escaño en Bruselas, ambos podrían competir con toda normalidad en unas elecciones al Parlament... y la sentencia del procés quedaría anulada, de hecho o de derecho, a todos los efectos. La pericia de Van den Eynde, abogado de Junqueras, y la tozudez de Puigdemont de no entregarse a la justicia española ―asesorado por sus abogados Boye y Bekaert― podrían infligir al estado español su peor derrota en siglos. Asociaciones, redes interconectadas...

Pero volvamos a ese 27 de octubre del 17. Los que estaban por elecciones (Puigdemont) acabaron por no convocarlas; los que estaban por la DUI (Junqueras) han acabado por defender que por ahí no se va a ningún sitio. ¿Podría ser que ahora ERC votase no a la investidura de Pedro Sánchez ―mediada por el pacto con Pablo Iglesias― y JxCat se inclinase por el sí? No parece que esa sea la vía, pero nada es descartable en el procés. De hecho, bastaría con que se cumpliese la segunda parte del enunciado, que JxCat diese un ―muy improbable― sí a Sánchez. En todo caso, como esa es la fuerza motriz, el cambio, la mutación, la redefinición de asociaciones (aquí, alianzas políticas) ERC lanza ahora la idea de una unidad de acción, un voto unitario en el Congreso con JxCat y la CUP ante la investidura de Sánchez, que no puede perseguir otro objetivo que la abstención consensuada por todo el independentismo (en realidad, por JxCat, porque la CUP come aparte).

ERC trata de compartir en términos de suma cero ―ni tú ni yo― con JxCat los costes electorales, en Catalunya, de dar la investidura a Sánchez a cambio de nada, o casi

Pero, ¿qué gana ERC con esa inesperada invocación a la unidad independentista que tanto ha rehuído en los últimos tiempos? ERC trata de compartir en términos de suma cero ―ni tú ni yo― con JxCat los costes electorales, en Catalunya, de dar la investidura a Sánchez a cambio de nada, o casi. Dicho de otro modo, ERC quiere comerse la patata caliente de la investidura de Sánchez con JxCat para no quemarse más de la cuenta. Lo cual, aunque algo sonrojante, es lógico y normal dadas las circunstancias ―los republicanos, pese a haber ganado de nuevo el 10-N, no han ampliado su base electoral, a diferencia de JxCat y la debutante CUP― pero profundamente revelador de las debilidades del conjunto, del actor-red denominado bloque independentista. ERC funda sus esperanzas en que JxCat no quiere quedar fuera de una (hipotética) negociación con Sánchez-Iglesias.

Lo único que ofrece el tándem Sánchez-Iglesias al independentismo es no acabar de destruir el autogobierno catalán con un 155 definitivo

Incertidumbre, cambio, redefinición, mutación: eso es lo que siempre ha habido detrás de la caja negra del procés. Lo único que ofrece el tándem Sánchez-Iglesias al independentismo es no acabar de destruir el autogobierno catalán con un 155 definitivo. De ahí que ellos y sus terminales mediáticas agiten el fantasma de un bipartito PP-Vox si el bloqueo persiste y se convocan de nuevo elecciones españolas. Sí, es un chantaje en toda regla. Y, pese a todo, o quizás por ello, el independentismo ―por lo menos ERC y JxCat― debería ir unido ante la investidura de Sánchez: aunque sea para, de entrada, decir no; y, después, ya se verá (juntos o separados). Lo importante al contrario de lo que sostiene Núria Martí, la portavoz de Arran, las juventudes de la CUP es no tener “la” razón. Cuando se asume que no se tiene “la” razón, todo es posible en Dinamarca. Incluso el referéndum (dialogado). Pero he dicho Dinamarca.