La política catalana también ha tenido y tiene sus Pérez Rubalcaba, en paz descanse. Miquel Iceta, primer secretario del PSC y candidato in pectore a la presidencia del Senado, por ejemplo. Lo reconoce cualquiera que lo haya tratado mínimamente. Como el fallecido político cántabro, Iceta es una cabeza bien amueblada. Ha sobresalido durante años y años por su inteligencia y habilidad política, por saber moverse como nadie entre bambalinas, en las cocinas del poder, pero también por bailarla como el que más encima del escenario, literalmente, ante todo el mundo. La vergüenza ―y no lo digo con ironía― la dejó en casa hace décadas. En la medida combinación entre discreción ―y, claro, opacidad, ¿qué sería la política sin esa pizca de secreto?― y transparencia sin ambages ―fue el primero en hacer pública su condición de homosexual―, reside seguramente una buena parte del secreto de la fórmula Iceta.

Iceta ha sabido estar, como pocos, a las duras y a las maduras. Y sobre todo ha sabido mantener como nadie, casi sin interrupción, la conexión con Madrid. Con el PSOE o con el PP. Al igual que Rubalcaba sobrevivió políticamente a Guerra, a Felipe, a Almunia o a Zapatero, Iceta ha continuado al pie del cañón después de la generación de políticos del Estatut y el procés en sus distintas fases, la mayoría de los cuales quemados, retirados, y, últimamente, encarcelados y exiliados. El balance de Iceta en esta etapa ha sido más bien discutible para muchos ―por no decir lamentable―, pero, seguramente, tiene todo el sentido que Sánchez le haya ofrecido ahora coronar su cursus honorum con la cuarta magistratura más importante del Estado español. Entre los políticos catalanes en activo, pocos pueden exhibir tantos méritos para la plaza como el federalista Iceta.

Millo Iceta Montserrat Albiol manifestacio 29 octubre 2017 EFE

Iceta, que es un gran resiliente, ha hecho durante estos últimos años, y, especialmente, desde el otoño del 2017, una cosa y la contraria sin engañar nunca a nadie. El dirigente socialista ―él siempre ha preferido calificarse de "reformista"― no es ni ha sido nunca independentista, pero ha admitido en más de una ocasión que si los catalanes rechazaran una reforma federal de la Constitución y un nuevo Estatut asociado, se tendría que plantear la opción de la independencia; o que si el 65% de los catalanes quiere la independencia, la democracia española tendrá que encontrar la manera de encajarlo... También se ha pronunciado a favor de un indulto de los presos políticos ―condición que, obviamente, no les reconoce―. Y cada vez que se ha pasado de vueltas en la pista de la disco donde abren y cierran con el "A por ellos", el PSOE, el partido "hermano", lo ha hecho callar por miedo de pagar la factura electoral en las Españas: "No es no". Lo cual dice mucho del grado de apertura y pluralidad real de esas Españas por más que el PSC y el tercerviismo ―después de Josep A. Duran i Lleida, Miquel Iceta es el auténtico apóstol de la tercera vía― mantengan una fe paulina. Pero en fin, Iceta, que allá por los primeros años noventa fue alumno aventajado en la Moncloa de un tal Narcís Serra, posiblemente el catalán que más arriba ha llegado en la pirámide de poder del régimen del 78, también ha demostrado que sabe ponerse donde toca cuando desde la Moncloa o la Diagonal tocan a rebato. He ahí el porqué de aquella selfie infausta del dirigente socialista catalán con Enric Millo ―también conocido como Mr. Fairy y ahora jefe de las embajadas de la Junta de Andalucía―, Dolors Montserrat y Xavier García Albiol el 29 de octubre del 2017 en la manifestación por la unidad de España en Barcelona con la que el unionismo respondió al referéndum del 1-O y calentó motores para el 155 que Iceta intentó desactivar pero finalmente bendijo, en un gesto que lo deja donde lo deja a ojos de la mitad de los ciudadanos del país que dice servir entero.

El otro momento, feo, muy feo, lo protagonizó Iceta justo antes de empezar el debate de candidatos de TVE de las elecciones convocadas por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, gracias a los poderes de excepción (de estado de excepción encubierto) que le otorgó el 155, los comicios del 21-D. Iceta sonríe mientras comenta alguna cosa al oído a una esplendorosa Inés Arrimadas que también se divierte. Ambos observan con tono burlón a Jordi Turull, exconseller de Presidència destituido que ya había sido encarcelado y que volvería a la prisión en pleno debate de su propia investidura como candidato a la presidencia de la Generalitat por JxCat, después de que, mediante varias maniobras se impidiera la reelección del president Carles Puigdemont, exiliado, y del también preso político Jordi Sànchez. Durante el debate, Turull reprochó a Iceta que mientras él bailaba, a otros se les estaba esposando. Iceta, molesto, respondió que eso fue decisión de un juez, no de un socialista. Cuando los bárbaros saquearon Roma se escribió que eran la herramienta de Dios para que la Urbe purgara sus pecados.

Turull Arrimadas Iceta debate TVE elecciones 21D EFE

Es muy significativo que, después de 40 años de restauración democrática española, un catalán pueda llegar a la presidencia de la Cámara territorial, el Senado. El 27 de octubre del 2017, mucha gente finalmente supo para qué sirve el Senado: ni más ni menos que para dar luz verde a la intervención de una autonomía, la catalana, por el gobierno del Estado; por la "fuerza" de ley de un artículo de la Constitución española que nunca se había aplicado. La pregunta es: ¿qué habría hecho Iceta si hubiera sido presidente del Senado el día que el PP, el PSOE y el PSC ―con la única excepción del senador y president José Montilla― y Cs votaron el 155? Esquerra Republicana (ERC), el partido del cual depende que el Parlament de Catalunya designe a Iceta senador autonómico para que, a la vez, pueda ser propuesto como candidato a la presidencia del Senado, se tendrá que hacer esta pregunta los próximos días.

ERC se tendrá que preguntar qué habría hecho Iceta si hubiera presidido el Senado cuando se votó el 155

Hoy por hoy, los republicanos no han cerrado la puerta a dar el plácet a Iceta. Piden un gesto. Pero el gesto que se tiene que pedir a Iceta, y a Pedro Sánchez, no es visitar a Oriol Junqueras, y a Jordi Turull y el resto de presos políticos en Soto del Real. No hay que ir a Soto del Real a bailar el rock de la prisión, no se lo creerá nadie. Lo que hace falta es ponerse a trabajar de inmediato para que la misma maquinaria que les ha detenido, encarcelado, forzado al exilio y los está juzgando, esa maquinaria que Iceta conoce bien desde hace tanto tiempo, los deje en libertad cuanto antes mejor. Iceta, que es tan hombre de Estado como lo era Rubalcaba, puede. Mientras eso no pase, mientras los presos políticos no sean libres y estos exiliados que, en tanto que candidatos al Parlamento Europeo hacen mítines libremente por media Europa no puedan volver a su país, el Senado de España tendría que seguir esperando un poco más un Miquel Iceta. Posiblemente, todavía no se lo merece.