La investidura del president o presidenta “legal” a elegir por el Parlament del 155 entra en el dead line. La decisión del president en el exilio, Carles Puigdemont, de apurar el plazo al máximo proponiéndose de nuevo como candidato una vez aprovada la reforma de la llei de Presidència -de imposible viabilidad: Mariano Rajoy no solo controla el TC, sino también el DOGC- ha venido a añadir un falso suspense a la situación.

Todo el mundo sabe que si el próximo 22 de mayo no hay nuevo president o presidenta, las elecciones se convocarán de immediato y que, incluso en la tesitura de que Puigdemont pueda presentarse y ampliar su nómina de diputados -como al parecer vaticina una encuesta apócrifa-, todo continuará igual. Nada garantiza, y mucho menos unas nuevas elecciones, una "normalidad normal". Esa supuesta normalidad nunca volverá, a menos que se produzca un cataclismo: un cambio de régimen en España, obviamente forzado por la presión exterior -como lo fue en buena parte la transición- en el que las reivindicaciones del soberanismo catalán hallen un amplio reconocimiento o, cuando menos, un acomodo decente. Hasta entonces, me temo que el 155 va a seguir ahí como camisa de fuerza siempre a punto para atar corto cualquier intento del soberanismo de saltar la pared. O de bordear los márgenes del estrecho campo de juego que ha dejado el llamado Octubre catalán.

Esa es la clave de bóveda que explica el juego al límite de Puigdemont: ¿Govern para qué?; ¿en qué condiciones de posibilidad, de poder gobernar? El socio de JxCat, es decir ERC, y el PDeCAT, aunque no todo él, parecen haber aceptado, a regañadientes, que el presidente “efectivo” no puede ser otro que Puigdemont, aunque esté en Berlín o en Bruselas, y que la fórmula del president o presidenta y el Govern “provisional” puede ayudar a cuadrar el círculo. Es cierto que constituye todo un trágala para ERC un escenario en el que Puigdemont pueda reunir al nuevo Govern en el exilio mientras Oriol Junqueras sigue entre rejas, pero los republicanos aceptan cualquier vía que permita al independentismo volver al Palau de la Generalitat.

El cómo y el qué, más allá de que el nuevo aplazamiento al límite decidido este fin de semana siembre más dudas sobre el horizonte, parece encarrilado; sin embargo, el “para qué” sigue estando en el aire. La prueba es la ponencia de la próxima conferencia nacional de ERC, que, bajo el postpujoliano título de “Fem República” -tan deudor del histórico “Fem país”-, los republicanos han convocado en L’Hospitalet de Llobregat del 30 de junio al 1 de juliol próximos. El PDeCAT podría suscribir el 80% de la reorientación estratégica que propone ERC, pero Puigdemont no es el PDeCAT. ¿Suscribiría el president la afirmación de que “hoy en día el independentismo no es suficientemente poderoso aún para convertir a Catalunya en una República independiente”, puesto que no llega al 50% de los votos? O bien, ¿que es necesario ampliar “la mayoría social sin confundirla mecánicamente con la mayoría parlamentaria? ¿O que la independencia será un procés “multilateral” o no será? En definitiva: ¿aceptará Puigdemont comerse con patatas la hoja de ruta, cumplida a rajatabla entre otras razones por el estrecho marcaje de ERC hasta el mismo día de la declaración de independencia, que lo ha llevado donde está?

¿Aceptará Puigdemont comerse con patatas la hoja de ruta, cumplida a rajatabla por el estrecho marcaje de ERC hasta la declaración de independencia, que lo ha llevado donde está?

La novedad es que ahora no existe hoja de ruta compartida del independentismo. Y es en ese marco donde se cuecen todas las incertidumbres del momento. Por los menos, las que dependen estrictamente de las decisiones de los promotores del procés, de los dirigentes, pero también de la gente -que es quien, al final, vota, y no me refiero únicamente a las consultas de la ANC-. ¿Está Puigdemont dispuesto a asumir el aplazamiento de la batalla que le piden las cúpulas de ERC y el PDeCAT y los poderes para propiciar una casi imposible negociación con el Estado, o la más que incierta libertad de los presos? Si lo asume, aceptará el Govern para la retirada (por supuesto, ordenada) por el que muchos, cansados y tentados por la nostalgia de la (quimérica) normalidad, suspiran; si lo rechaza, habrá Govern (provisional) de resistencia y guerrilla, como le piden las bases del independentismo; o no habrá nada. El juego puede durar todavía mucho, pero el tiempo se acaba.