Las elecciones se pueden ganar en las urnas y perder en los despachos, si los pactos no salen. Y es eso lo que le puede pasar a Ernest Maragall con la alcaldía de Barcelona, como le sucedió a Artur Mas en el 2003 y en el 2006 con la presidencia de la Generalitat. Si en las próximas horas o días la alcaldesa en funciones, Ada Colau, no da un "pas al costat", como lo dio Mas por exigencias de la CUP en 2016, es decir, si no se descarta para continuar al frente del Ayuntamiento, tendrá la alcaldía garantizada con los votos del PSC (8) y al menos una parte de los Ciudadanos de Valls (3 de 6) -con quien no tendría que negociar nada-, además de los de BComú (10). Si insiste en la vía del tripartito de izquierdas con ERC y el PSC pero Maragall y Collboni se vetan mutuamente, el resultado puede ser el mismo: al final, Colau alcaldesa. En esta hora, la líder de los comunes puede ir con 21-24 votos a la mesa de negociación; Maragall, con 15, los de ERC (10) y los de Elsa Artadi, de JxCat (5). ¿Imposible? Lean el artículo de Jordi Évole en La Vanguardia del sábado pasado, `Pressing' Colau" y saldrán de dudas: "Hay partido. Y el gol puede llegar en el último minuto. A ver quién lo marca".

Ya dijo Maquiavelo que la primera obligación del príncipe es seguir siéndolo, y la de Colau, seguir siendo princesa, quiero decir, alcaldesa. Pase lo que pase, queda claro que cuando se trata de sillas, y, en este caso, de la alcaldía de Barcelona, la única de aquellas grandes alcaldías del cambio del 2015 que pueden salvar podemitas y comunes, los de la nueva política y la nueva izquierda no se privan de nada: si conviene, aceptarán los votos de la política más vieja y de la derecha más rancia. Y, eso sí, mirarán hacia otro lado y, desde su supremacismo moral congénito, seguirán aleccionando al personal y, especialmente, a quien ha cometido el pecado de no votarlos...

Si Colau no da un paso al lado y se autodescarta para continuar al frente del Ayuntamiento, tendrá la alcaldía garantizada con los votos del PSC, al menos una parte de Cs y los de BComú

Creo que Ernest Maragall tendría que ser alcalde de Barcelona porque su candidatura, la de ERC, fue la más votada y porque las elecciones municipales son, por definición los comicios más presidencialistas que tenemos: se votan listas, pero se vota un alcalde o alcaldesa. Y eso explica, como todo el mundo sabe, que un mismo elector pueda votar un determinado color político en las municipales y el radicalmente contrario en otros comicios incluso el mismo día, como se ha visto en las europeas. El caso más extremo es Badalona, donde, como explicó Iu Forn en el artículo "A García Albiol lo votan muchos indepes" en ElNacional.cat, 10.000 votos a favor del alcaldable y exalcalde del PP Xavier García Albiol han ido al president en el exilio, Carles Puigdemont. Es cierto que durante muchos años, las elecciones al Parlament también fueron muy presidencialistas: casi se votaba a favor o en contra de la continuidad de Jordi Pujol, y fue Pasqual Maragall, en 1999, quien se impuso en votos en el plebiscito, si bien, quedó por detrás en escaños. Los pactos lo hicieron presidente en el 2003 y los pactos también hicieron presidente a su sucesor, José Montilla, en el 2006, porque al president -entonces nos quedó claro- lo elige el Parlament, no directamente los electores.

Volviendo al caso de Barcelona, defiendo, en fin, que Maragall sea alcalde básicamente porque Ada Colau ha perdido las elecciones en número de votos. Votos que, como todo el mundo sabe, en último término dan la alcaldía al candidato más votado en el caso de que no se configure una mayoría absoluta alternativa, como la que abonan descaradamente Évole y el sector más cínico de los comunes (Raimundo Viejo), e, incluso, de la vieja Iniciativa (Joan Coscubiela). Otrosí, sorprende que de todo ello se sorprendan los que desde de ERC y sus entornos pensaban que la política de ampliar la base sería correspondida por una parte de los damnificados de la ampliación, los del flanco izquierdo, o sea, los comunes, sin decir ni mu.

Los, para el aparato de ERC, tan denostados "convergents", dan a Maragall y muchos alcaldables republicanos el apoyo que los deseados comunes les niegan

Acabe como acabe, el episodio post-electoral de Barcelona evidencia cuáles son los límites a posteriori de la ampliación de la base del independentismo por la frontera de los comunes. Los, para el aparato de ERC, tan denostados "convergents", dan a Ernest Maragall y muchos alcaldables de ERC el apoyo que los tan deseados comunes les niegan. Una base, en fin, que se ha ampliado básicamente hacia adentro, a favor de ERC en la pugna con JxCat no solo por la hegemonía del independentismo, que también, sino en el voto útil para la gestión "efectiva" del día a día. El 26-M prefigura una nueva Catalunya dual Esquerra-Junts, en la cual los republicanos parecen llamados a hacer de CiU/PSC, como gestores del día a día, y los de Puigdemont de ERC/CUP, como fuerza de choque de la reivindicación independentista.

La línea pragmática permite a ERC ampliar la base propia; la línea rupturista, la de Puigdemont, permite ampliar la base del independentismo (poco a poco)

La línea pragmática permite ampliar y muy bien la base propia a los republicanos a base de sumar votos de la antigua CiU y de parte de los comunes; la línea rupturista, la de Puigdemont/Junts permite ampliar la base del independentismo (poco a poco), con el riesgo de ceder voto a ERC para la gestión del día a día. Es una incógnita cuál de las dos líneas estratégicas del independentismo se impondrá en las próximas elecciones al Parlamento (Gabriel Rufián las querría a febrero y con Joan Tardà como candidato de ERC). Sin embargo, y en todo caso, convendría hacer el ejercicio de mirar todo el mapa, no sólo una parte. Al lado de la gran victoria de ERC en las municipales, la capital catalana incluida, se ha producido la de Puigdemont en las europeas, un triunfo abrumador con todo en contra que, este sí, ha permitido ampliar la base del independentismo hasta el 49,71% de los votos (resultados provisionales revisados del ministerio del Interior)-, máxima marca histórica hasta ahora en términos porcentuales. La base todavía quema, y lo que quemará, por más que muchos la quieran enfriar. O criogenizar, que nunca se sabe.