Sin bajar del autobús, Manuel Valls ya ha conseguido hacer cambiar de candidato a una de las fuerzas con que ―si no se echa atrás― se disputará la alcaldía de Barcelona. Alfred Bosch, solvente hombre de letras y político y persona honesta, ha cedido la cabecera de la lista de ERC a Tete Maragall, Ernest, el hermano del expresident y exalcalde olímpico, un gato viejo de la política y el socialismo catalán, curtido en mil batallas. La decisión, tomada en Lledoners hace unos días, corría por Barcelona al menos desde principios de semana y se ha precipitado ante el anuncio de la candidatura del ex primer ministro francés este martes ―a no ser que haya alguna variación de última hora―. Es una batalla extraña, un posible duelo entre un muñeco roto de la política francesa, como lo ha definido alguien con acierto, y una vieja gloria de la política local a quien se le pide un último sacrificio. Si Ernest Maragall vence a Valls, será un héroe; por el contrario, si el catalanofrancés lo consigue, se tendrá que ir a casa. Barcelona, a vida o muerte (política).

En el 2015, las municipales en Barcelona se decidieron en un clima de falsa previsibilidad. Nadie daba un céntimo por Ada Colau ―error craso de la aún candidatura de CiU que lideraba el alcalde Xavier Trias― pero al final fue alcaldesa, la primera mujer en la historia de la ciudad, pese a haber obtenido sólo 11 de los 41 concejales en juego. La comprensible negativa de ERC a un acuerdo para cerrarle el paso que implicaba la participación del PP y Cs ―y no una supuesta marea popular a favor de los comunes que nunca existió― lo hicieron posible. El resto de la historia ―la incapacidad del equipo de Colau para el pacto, la gestión del ayuntamiento como una casa discretamente okupada, la sensación de gobierno permanentemente ausente o descolocado― es conocida. Y en el clima de anomia, desorientación y desgana cívica, de fatiga y pasotismo colectivo provocado por el no gobierno de Ada Colau, puede pasar, electoralmente hablando, cualquier cosa. ¿Qué desenlace se puede prever en las próximas municipales? Hoy por hoy, sólo osaría decir que Barcelona entra políticamente en la dimensión desconocida.

En el clima de anomia, desorientación y desgana cívica, de fatiga y pasotismo colectivo provocado por el no gobierno de Ada Colau, puede pasar, electoralmente hablando, cualquier cosa

El guion previo de la batalla, cuando faltan ocho meses para la hora de la verdad, dice que las municipales del 2019 en Barcelona se disputarán en clave independentista, a la manera de una segunda vuelta del 21-D, unionismo vs. independentismo. No digo que este vector no sea determinante, y la incidencia del juicio y la sentencia a los líderes independentistas, se haya emitido ya o no, será muy importante. Pero creo que Valls no sólo hará de candidato del españolismo tocado por esa aura cosmopolita que tanta fascinación provinciana provoca de la Diagonal hacia arriba. Valls aterrizó en Barcelona durante la contramovilización españolista del otoño de 2017 ―de la mano de Societat Civil Catalana y Ciudadanos― pero no quiere ser (sólo) el candidato de Albert Rivera: por eso se propone para liderar una plataforma en la cual convergerán otras agendas. Para él es tan importante vender la "Barcelona española" como la "Barcelona segura". E, incluso, la "Barcelona limpia". Barcelona tiene un problema evidente de seguridad ciudadana, y la tentación de votar a alguien que viene de fuera a poner orden y que puede exhibir un notable currículum de policía duro como el exalcalde de Évry y exministro del Interior francés puede ser muy grande en muchos segmentos del electorado, no sólo los conservadores.

Para Valls es tan importante vender la "Barcelona española" como la "Barcelona segura"

Ganará quien sea capaz de ampliar el perímetro que se le ha adjudicado o se ha autoadjudicado. A diferencia de las elecciones al Parlament o a las Cortes españolas, y, en el caso de que no haya acuerdo para salir con mayoría absoluta, obtiene la alcaldía quien llega primero a la carrera. Quien saca un voto popular más. Por eso es tan importante para Valls aparecer como algo más que el candidato del españolismo como para Maragall ser algo más que el candidato de ERC. Por eso, ya ha invitado al resto del soberanismo a sumarse a su lista. Pero me parece que la cuestión no es tanto si el soberanismo va junto o separado, sino cuál es su plan para la "capital de la República". Veámoslo.

El espacio PDeCAT-Junts-per-Catalunya-Crida-Nacional, es decir, la postconvergencia y el puigdemontismo, tiene aún por definir a su candidato. Todo el mundo sabe que la exconsellera Neus Munté, del PDeCAT, podría ser también sustituida: el exconseller y exconcejal de Cultura barcelonés Ferran Mascarell, otro bastión del antiguo maragallismo, tiene muchos números para ser candidato. Este espacio, o una parte de él, tendrá que decidir también si acepta incorporarse a la candidatura "de ciudad" de ERC, en expresión de Maragall, dado que los republicanos descartan una lista unitaria. Por lo tanto, el riesgo de atomización electoral de las fuerzas soberanistas es máximo. Y es cierto que la lista conjunta soberanista facilitaría la primera posición, pero podría producir fugas hacia Valls o el PSC -que volverá a liderar Jaume Collboni- de un cierto electorado de orden, huérfano de la antigua CDC. Ahora bien: el principal problema con que se las puede haber el republicanismo independentista en la arena electoral de Barcelona no es tanto la lista unitaria como el plus de transversalidad con que se presentará, ya sea que vaya por separado o (finalmente) unido.

Una cosa es tirarse con Colau a la piscina y la otra hacerlo ―si no hay más remedio― con ERC (y Ernest Maragall) como flotador

Si la apuesta de ERC por ampliar su perímetro pasa ―como delata la candidatura de Ernest Maragall― por combinar la lista en solitario con la expectativa del pacto con Colau, bien en la posición dominante o en la secundaria, entonces será posible que la lideresa de los comunes continúe donde está, en la alcaldía; que en Barcelona Lampedusa todo cambie para que todo se mantenga igual. Una cosa es tirarse con Colau a la piscina y la otra hacerlo ―si no hay más remedio― con ERC (y Ernest Maragall) como flotador. Y, dicho esto, recuerden que entramos en la dimensión desconocida, donde siempre hay un final alternativo esperando su oportunidad en el cajón.