Hubo un día en que España se fue a dormir monárquica y se levantó republicana; ahora ha pasado que se fue a la cama en blanco y negro y rezando el rosario de la sacrosanta unidad de la patria una y, de sopetón, ha visto el sol en tecnicolor saliendo por la Moncloa en forma de gobierno de P. Sánchez, sin biblias, ni crucifijos, ni coranes de ninguna clase. Todo es relativismo y paz y amor y sonrisas lo que destila este gobierno de España en femenino (y, según parece, en feminista) que, además, viene con astronauta de serie incorporado (entre otros extras, incluido un telepredicador y un juez que, a poco que pueda, estropeará el cuadro, pero vaya, no llamemos al mal tiempo).

P. Sánchez y Q.Torra, los dos presidentes de los gobiernos —permitidme la licencia— casi "hermanos" de Madrid y Barcelona (casi nacieron el mismo día), ya se hablan y se citan para cuanto antes mejor. Es la distensión. En su primera reunión, el "consejo" o la "conseja" —como prefieran— de "ministras y ministros" ha certificado el levantamiento de una parte de los controles financieros del 155 y la flamante ministra de autonomías, la catalana Meritxell Batet, ha ofrecido negociar los 45 puntos de Carles Puigdemont sin +1 (el punto 46, la autodeterminación queda fuera del paquete) y, atención, ha propuesto toda una reforma de la Constitución. En fin, que, quién lo iba a decir, vuelve al mejor PSC, ya es primavera en el Corte Inglés aunque sea a las puertas de Sant Joan, y esto es el milagro de P. Sánchez o poco le falta.

Y mientras tanto, en Estremera...

Y mientras tanto, en Soto del Real...

Y mientras tanto, en Alcalá Meco...

Y mientras tanto, en Bruselas...

Y mientras tanto, en Ginebra....

Y mientras tanto, en Edimburgo...

Y mientras tanto, en Berlín...

A veces, la realidad supera la mejor historia fake. Lo de P. Sánchez es una operación de Estado, como ha escrito aquí Jordi Barbeta, que, en primer lugar y por encima de todo, busca salvar el Estado. España, venimos diciendo, se ha dado miedo a ella misma en el (mal)trato a Catalunya desde el 1 de octubre. Y, seguramente, ha empezado a asustar a Angela Merkel. La reacción de la justicia alemana al caso Puigdemont —las dudas, la negativa inicial a la euroorden del Tribunal de Schleswig-Holstein, que todavía no ha decidido— es la prueba. El bipartidismo español ha buscado una solución en casa para que la casa no se hunda.

La Operación P. Sánchez pasa, al menos, por conseguir cuatro cosas. La primera es reflotar la imagen democrática del Estado, absolutamente decrépita, con toneladas de cosmética premium: sentencia de la Gürtel + moción de censura para relevar a Rajoy + nuevo gobierno socialista con el voto de Podemos y todos los periféricos, incluido el independentismo catalán. La segunda, destensar el conflicto con Catalunya, que no significa bajar la guardia: en una mano el diálogo y en la otra la Constitución, ha dicho Celaá, la flamante ministra portavoz. La tercera es frenar a Ciudadanos o, al menos, a Albert Rivera, cuyo crecimiento electoral se alimenta de la tensión con Catalunya, y dar tiempo a la recomposición del PP. La versión heavy de este plan es la reunificación del centroderecha, es decir, de populares y naranjas (también los ultras de Vox tendrían un plato en la mesa) propuesta por José María Aznar y descartada por el ahora sí, dimitido, Mariano Rajoy. De hecho, el siniestro Aznar —el hombre a quien el mundo le debe el aire que respira— no pretende otra cosa que disolver al viejo PP en Cs y propulsar definitivamente a los naranjas a la Moncloa con las estructuras territoriales del viejo partido de la derecha española —que sigue siendo la primera fuerza política—. El cuarto objetivo de la operación P. Sánchez también se ha empezado a dibujar: el rescate de una parte del voto PSOE que recaló en Podemos después del naufragio de Zapatero.

La Operación P. Sánchez busca reflotar la imagen democrática del Estado, absolutamente decrépita, con toneladas de cosmética premium

Hay un Sánchez en la Moncloa y un Sànchez en Soto del Real. Estamos en pleno siglo XXI pero incluso vuelve a haber presos y exiliados políticos (eso sí, sólo catalanes): todo tiene el aspecto de una segunda transición que empieza a cubrir etapas de manera acelerada, casi a ritmo de tuit. En síntesis, después de la respuesta autoritaria a la crisis del 1-O España puede (volver a) ser una democracia reconocida; Catalunya se puede (re)acomodar y los extremos emergentes (el nacionalpopulismo de derecha e izquierda, Cs y Podemos) tienen que ser reconfigurados como partidos secundarios del sistema, liderado de nuevo por un bipartidismo (re)musculado. O sea, un post-PSOE, con un P. Sánchez o similar al frente, y un post-PP condenado a una transición propia larga, sembrada de crisis, muy parecida a la de los socialistas. Y ¿el régimen del "A por ellos"? Muy bien, gracias. Es la clave de bóveda. El mismo rol vigilante —y actuante, si hace falta— de las estructuras del franquismo en la transición post-franquista lo desempeñará ahora la dialéctica del "A por ellos" en la segunda transición inaugurada con P. Sánchez. Y ahora como entonces (progresivamente), de una manera más latente, más silenciosa. Por eso también el griterío pasado de decibelios tipo anuncio Mediamarkt que gasta Ciudadanos empieza a molestar a los poderes partidarios del desescalamiento.

El mismo rol vigilante —y actuante, si hace falta— de las estructuras del franquismo en la transición post-franquista lo desempeñará ahora la dialéctica del "A por ellos" en la segunda transición inaugurada con P. Sánchez

El escenario ha cambiado: el Estado español ha empezado a reaccionar ante las consecuencias de su victoria amarga en la crisis catalana. Ahora sí que parece tener un plan: hay nuevos intérpretes —aunque pertenecen a la misma compañía de los anteriores— y empieza a haber propuestas alternativas sobre la mesa. Son las de siempre, pero la regresión, no tan sólo en materia de autogobierno, sino en derechos democráticos, ha sido tan profunda en tan poco tiempo que cualquier tímido avance equivale a recuperar el trabajo de décadas. Cosa que proporciona un amplísimo margen negociador a la parte española. La negociación con el Estado es un juego de poder perverso que, en el mejor de los casos, proporciona réditos perfectamente reversibles a la parte catalana. El 155, la intervención y anulación práctica de la autonomía, ha dejado de ser un tabú para las élites españolas. La "lección" que ha querido dar el Estado al independentismo es que la democracia puede no ser para siempre y, sobre todo, que puede admitir excepciones.

Ahora se ha visto cuál era el precio real del confort autonomista, del presunto pacto de la primera transición: la posibilidad de volver a la nada, al punto cero

Cuidado con los espejismos. Ahora se ha visto cuál era el precio real del confort autonomista, del presunto pacto de la primera transición: la posibilidad de volver a la nada, al punto cero. El independentismo, que hace ahora el papel del catalanismo en la transición de los años setenta y los primeros ochenta del siglo XX, cuando se produjo el frenazo propiciado por el (formalmente) fallido golpe de estado del 23-F, posiblemente no tendrá más remedio que mirar hacia la Moncloa; pero sabe que la historia le volverá a pasar por encima si acepta que Berlín o Estremera sean despachados como meros asuntos judiciales para facilitar la "normalización", un término importado del léxico del PP perfectamente asumido por el nuevo equipo de la Moncloa. Es el gran riesgo y la gran trampa para el independentismo. ¿Al fin y al cabo, no se trataba de despolitizar la justicia española?