Hoy hace un año que más de dos millones de ciudadanos y ciudadanas de Catalunya decidieron poner el cuerpo, pero también el alma, para defender el derecho democrático más básico: votar. Decidir. No hay que extenderse mucho sobre ello. Todo el mundo, quien más quien menos, sabe lo que pasó el 1 de Octubre del 2017; los que participaron y los que no; los que lo dieron todo por el referéndum, como, en el extremo, evidencian los encarcelamientos y exilios de miembros del Govern, y los que miraron hacia otro lado; la gente honesta que, sin ser independentista le dijo a España "así no"; la gente que se avergüenza de España —"Menuda mierda de país", confiesan, con dolor, porque es su país—, y los miserables que todavía se ríen por lo bajo, en la intimidad de su casa, o en el Parlament de Catalunya, sin el menor escrúpulo. Quien más quien menos sabe, aquí y en Torrelodones qué pasó en Catalunya el 1 de Octubre. Sí, esos vídeos que dieron la vuelta al mundo, con la policía española y la Guardia Civil atacando en formación militar pueblecitos indefensos y zurrando a los vecinos que protegían las urnas. Sí, zurrando al "pueblo".

El 1 de Octubre intuimos, a golpes de porra, en la tensa espera en los centros de votación —"dicen que ya vienen"—, hasta dónde podría llegar un Estado canalla, un Estado cobarde, miedoso, llevado por la demofobia y el odio más primario para romper el sueño democrático, la legítima aspiración de autogobernarse, de una parte de su propia ciudadanía. Un Estado finalmente desenmascarado en su raíz más profundamente autoritaria. El Estado del "A por ellos". Una España jugando otra vez a ser un Estado fascista, medio amparada por una Europa triste donde vuelven a campar los fantasmas y los miedos de siempre a caballo de las nuevas tecnologías de lavado masivo de cerebros. Por eso también, Pedro Sánchez, ahora es tan difícil recomponer no sé cuántos puentes rotos sobre un abismo que se ha hecho más profundo que nunca: porque no es lo mismo defender las urnas con rabia, con la cabeza y con el corazón, que blandir las porras abrillantadas con toda la bilis que se es capaz de destilar.

- "Lo miré a los ojos. No eran buena gente".

Quien así habla es el alcalde de Dosrius, un pueblo pequeño del Maresme, cuyo centro de votación, la escuela El Castell, fue asaltado por efectivos de la Guardia Civil. Como tantos otros. Los organizadores del referéndum no se dieron cuenta y ya tenían en el patio de la escuela los antidisturbios encima avanzando en formación romana, como acreditan los vídeos que se pueden ver en Youtube. El alcalde, Marc Bosch, de ERC, se pregunta todavía quién guio por los caminos rurales de un municipio repleto de bosques a agentes de la Guardia Civil llegados de vaya usted a saber dónde. Se llevaron las urnas y agredieron al alcalde, entre muchas otras personas, después de que intentara dialogar con ellos esgrimiendo la autoridad que le confiere la ley. Lo atendieron en el hospital de Mataró, como a tanta otra gente en tantos otros centros sanitarios. El guardia le tiró al suelo las gafas e hizo el gesto de pisarlas con la bota, recordaba Bosch este sábado en un acto en Vilassar de Mar en memoria de aquellos hechos.

- "Llamadnos ingenuos, pero no nos esperábamos que reaccionarían como lo hicieron"

El 1 de Octubre sirvió para que, con dolor, el grueso del independentismo, desde altos dirigentes de la ANC a gente que simplemente quería votar sí, descubriera que los presuntos diques de contención de la furia española y españolista contra el ejercicio pretendidamente político y simbólico de la autoeterminación en Catalunya eran muy débiles. O no existían. El 1 de Octubre descubrimos que Europa podía salvar Catalunya y obligar a a España a volver al carril central —ciertamente repleto de bultos y hoyos— er en el carril central —ciertamente sembrado de agujeros y piedras— de las democracias mínimamente presentables; pero también descubrimos que una Europa miedosa, perdida en sus contradicciones, podía dejar a Catalunya a merced de la España (falsamente) re-vertebrada a porrazos. Por eso, sin ir más lejos, igual que los líderes encarcelados están donde están, contra todo pronóstico, también el suyo en más de uno y de dos casos, tampoco está nada claro que los exiliados puedan volver algún día al país, pese a sus victorias y el ridículo español en los tribunales alemanes o belgas.

El 1 de Octubre ya forma parte de los momentos de apoderamiento democrático de la ciudadanía más importantes de la historia democrática reciente de Europa y del mundo. Quien más quien menos sabe, aquí y en Berlín, qué pasó en Catalunya el 1 de Octubre. Otra cosa es qué pasará a partir de ahora. El independentismo tiene dos grandes alternativas para mantener la independencia y la consecución de la República como objetivos centrales de la agenda política catalana, española y europea para los próximos años. Pero todas las rutas que puede seguir el independentismo a partir de ahora llevan al mismo sitio: a uno nuevo 1 de Octubre en el que no sabemos si se repetirá o no la historia.

España no acepta el referéndum a la escocesa porque en el subconsciente de sus élites solo hay una manera de 'perder' Catalunya: la derrota en un conflicto violento, impensable en la Europa del 2018

La primera, mediante un acuerdo amistoso con el Estado para un referéndum a la escocesa que España no acepta porque en el subconsciente de sus élites solo hay una manera de perder Catalunya: la derrota en un conflicto violento, impensable en la Europa del 2018. Por eso al mediodía del 1 de Octubre cesaron los asaltos armados de la fuerza pública española en los centros de votación del referéndum. Y de ahí la insistencia en construir una imagen violenta del movimiento independentista que justifique en los tribunales la injustificable acusación de "rebelión" contra los líderes indepes. Porque, ¿qué clase de victoria puede exhibir España si se afirma la imagen de que el enemigo eran ciudadanos  armados con sobres y papeletas o con aviones de papel, como ha reconocido la propia Guardia Civil? España pisoteó las urnas en un acto de impotencia profunda, porque sabe que si juega a resolver el pleito con Catalunya en el campo de juego democrático podría perderlo. No puede llevar al extremo la solución violenta, lo que ensayó el 1-O, pero solo aceptará una vía como la escocesa si se convence de que puede ganar incluso en el caso de que Catalunya opte por la independencia. Es decir, que un nuevo 1-O es la última oportunidad de España para legitimarse como una democracia madura, seria y solvente. Y, con eso, de equilibrar la historia amarga de imperio depredador, etnocida, integrista y totalitario; de Estado-nación Frankenstein, alérgico a su diversidad y pluralidad nacional interna.

¿Qué clase de victoria puede exhibir España si se afirma la imagen de que el enemigo eran ciudadanos  armados con sobres y papeletas o con aviones de papel, como ha reconocido la propia Guardia Civil?

La segunda vía lleva a la primera: a un acuerdo, por la fuerza, con el Estado, para que acepte un referéndum de autodeterminación y su resultado. El 1 de Octubre era eso: una gigantesca demostración de fuerza democrática en una mesa de negociación a la que España se negó a sentarse. Los catalanes atemorizaron a todo un Estado porque estaban practicando la democracia, con todas sus fuerzas. Por eso el 1 de Octubre tendría que servir para que, más allá del luto cívico —perfectamente comprensible— y de la sensación —inevitable— de no haber ganado, el independentismo interiorice que la clave nunca será la fuerza, sino ser más fuertes. O, al menos, parecerlo.

El 1-O fue una 'performance', pero tan descomunal, tan auténtica, tan tremendamente real, que le puso los cojones por corbata al quinto Estado de Europa

Dicho sin tapujos, el 1-O fue una performance, pero tan descomunal, tan auténtica, tan tremendamente real, que le puso los cojones por corbata al quinto Estado de Europa. Esa fue la victoria del independentismo en el 1-O. Por eso sería absurdo que ahora, en medio de las dificultades del camino, y del desencanto —la República no fue o quedó en stand -by y son muchos los errores políticos cometidos—, el independentismo volviera a las pantallas que durante décadas lo mantuvieron en la posición débil. O poco operativa. O sea, la pantalla del después de un día viene otro del autonomismo que se suicidó con el último Estatut, y la del milenarismo redentorista, el que, a buenas horas mangas verdes, honra a héroes y mártires y delega cómodamente en el pueblo la praxis de todas las vías posibles e imposibles. Sobre todo estas.