No, a mí no me ofende que el abogado Benet Salellas haya aceptado defender al exsecretario de organización del PSOE, Santos Cerdán. Conociendo el pasado político de Salellas, más bien me ha sorprendido positivamente. Tenía una idea peor del cupaire o excupaire Salellas, la verdad. El sí a Cerdán habla bien de Salellas. Lo que me ha escandalizado, en cambio, es la reacción de la CUP, que ha lanzado a su exdiputado al infierno donde este partido tira a todos los que no piensan exactamente como ellos. Donde tira todo aquello que no le parece lo bastante puro, a todo aquel que se distancia milimétricamente, que duda —ni que sea un poco— de su ideologismo inflexible y puritano.

Apenas se supo la noticia de Salellas, la CUP se sintió con la necesidad de rasgarse las vestiduras pública y dramáticamente. La encargada de hacerlo fue la tarraconense Laia Estrada. La distinguida representante de la CUP no se pudo privar de expresar públicamente el "malestar" de su organización por el hecho de que Salellas defienda Cerdán, un malestar que, dijo, también le habían manifestado al letrado gerundense. La cupaire, que tiene en su currículum el honor de colaborar con una autollamada Universitat Comunista dels Països Catalans, no pudo, sin embargo, frenar y quedarse aquí. Ya embalada, añadió que a Salellas no lo podían castigar porque no milita en la CUP, pero que, si todavía militara, le habrían exigido que no asumiera la defensa de Cerdán. Se lo habrían prohibido, vaya.

La reacción de la CUP es de traca y muestra cuál es su peculiar idea sobre el sistema democrático y, también, sobre la libertad individual. Tendrían que saber Estrada y sus camaradas que el derecho de los acusados —también de crímenes horrorosos— a la defensa es un pilar fundamental de nuestro sistema democrático. Justamente por eso, por ejemplo, existe la figura del abogado de oficio. La CUP argumenta que Salellas ha hecho muy mal al aceptar defender a Cerdán porque el exsecretario de organización del PSOE, afirman, es un corrupto y, ellos, que están muy y muy limpios, limpísimos, no quieren saber nada de la corrupción (como se puede apreciar, para la CUP la presunción de inocencia no existe, o quizás la consideran un despreciable prejuicio burgués o una idea puramente reaccionaria).

La reacción de la CUP es de traca y muestra cuál es su peculiar idea sobre el sistema democrático y, también, sobre la libertad individual

Por eso, y siguiendo su lógica de Club Super3, nadie, y menos todavía alguien de la CUP, tendría que prestarse a defender a un acusado de haber cobrado comisiones a cambio de concesiones de obra pública. Llegados a este punto, se hace imprescindible que la CUP declare públicamente a qué acusados está bien defender y a cuáles no. ¿A los acusados de robar?, ¿de homicidio?, ¿de amenazas?, ¿de agresiones?, ¿de secuestro?, ¿de violación? ¿A ningún acusado? ¿Solo a aquellos a quienes se acuse de ocupar una vivienda y agredir policías durante las manifestaciones?

La otra cosa que hace falta que la CUP haga de manera urgente es dar a conocer, ordenado por profesiones, el índice de qué pueden y qué no pueden hacer sus militantes. Sean enfermeras, cerrajeros, arquitectos o graduados en Ciencias Ambientales, como es el caso de Estrada. Es, me parece, del todo obligatorio que las personas que quieran apuntarse a la religión sepan qué es pecado y qué no. Ahora solo nos han revelado que, si eres abogado, defender a alguien acusado de cobrar comisiones como Cerdán te tendría que llevar a arder en el infierno como una bengala. Haría falta un listado de pecados, es decir, de ofensas a Dios (en este caso al dios de la CUP), sean de pensamiento, palabra, obra u omisión, para cada una de las profesiones. Y especificar si son considerados pecados mortales o veniales. Por ejemplo: ¿soñar que se es un torero tipo Belmonte o Dámaso González resulta, para la CUP, un pecado menos grave, igual o peor que, pongamos por caso, afirmar que una Catalunya independiente tiene que tener ejército? Como se ve, finalmente, haría falta dejar bien claro a qué se expone cada pecador. Cuál es el castigo que sus compañeros de credo consideran que tiene que recibir el pecador cupaire. ¿Qué castigo habría que imponer, por ejemplo, a alguien que manifieste, del todo irreflexivamente, que, según su opinión, no todos los ricos son necesariamente personas malvadas?

No sabemos qué pensaría el Salellas del pasado sobre su yo del presente. ¿Se condenaría a sí mismo al infierno? Esperemos que hoy ya esté totalmente recuperado física y espiritualmente de su paso por la CUP y todo este chismorreo lo haga reír socarronamente. Seguramente es un hombre nuevo que comprende que las palabras de Estrada son una gilipollez. Incluso quizás hoy se arrepiente de haber celebrado en 2016, ebrio de sectarismo, que la CUP había conseguido enviar a Artur Mas "a la papelera de la historia".