¿Hay algún independentista que quiera renunciar al referéndum? Me da que no. Otra cosa son las discrepancias entre los tres partidos de la mayoría parlamentaria independentista sobre cómo y cuándo debería convocarse. En este sentido, llevan días que cada cual va por libre. Lo peor, si acaso, es el entorno mediático hiperventilado, que existe y está muy bien alimentado, porque son esos comentaristas de pacotilla los que enseguida acusan de traición a quien intenta plantear un razonamiento político sobre lo que está pasando. Deberían leer a Lenin –el mejor teórico-práctico de la revolución– para saber distinguir entre táctica y estrategia.

¿Quién desea, pues, que el soberanismo renuncie al referéndum? Los unionistas, en todas sus versiones. Un soberanista de verdad no puede renunciar jamás a intentar resolver democráticamente el pleito con España. En Catalunya, además, el mandato electoral es ese. El error de los partidos independentistas la noche del 27-S fue no insistir en el éxito obtenido porque la CUP quiso cambiar la agenda política. Tenía derecho a ello, pero se equivocó. Las cuchilladas entre los partidos provocaron que la CUP enviara “a la papelera de la historia” a su cabeza de lista y a unos cuantos de sus diputados para conseguir una victoria pírrica:  frenar la investidura de Mas, el candidato de Junts pel Sí. Lo inhabilitó políticamente antes incluso que el Estado. Este es un hecho incuestionable, diga lo que diga Anna Gabriel, que perjudicó a la causa independentista. Ahora ya está hecho y nadie puede hacer nada. Además, nunca segundas partes fueron buenas.

El desgaste del soberanismo es evidente y sin embargo ha conseguido un montón de victorias parciales

El desgaste del soberanismo es evidente y sin embargo ha conseguido un montón de victorias parciales. Y la última es que Soraya Sáenz de Santamaría haya tenido que convertirse en la nueva virreina del Gobierno del PP en Catalunya. No sé si sus estadías en Barcelona conseguirán que entienda por qué el 6-D solo uno de los 948 municipios catalanes celebró el 38 aniversario de la Constitución de 1978. No sé si se dará cuenta de que la celebración de la alcaldesa socialista de Rubí no fue para nada unánime y contrastó –y mucho, todo sea dicho de paso– con la adhesión de Marta Pascal, la líder del PDECat, al “nada que celebrar”, que antes era patrimonio únicamente de los grupúsculos independentistas que quemaban banderas españolas. Arrimadas e Iceta no son los políticos más adecuados para ayudar a Santamaría a entender algo porque ni ellos mismos entienden nada. Quizás Pascal, que pertenece a una generación que ha abrazado una nueva cultura política, le sabría plantear mejor qué está pasando en Catalunya.

Le explicaría que ahora no hace falta quemar nada ni imitar a los activistas vascos –los grandes fracasados, por cierto– porque precisamente el independentismo es hoy de amplia base social, transversal políticamente y cada vez más mayoritario. Si sumamos a la lista de los soberanistas que reclaman el referéndum a los poscomunistas –aunque su propuesta sea unionista–, está claro que la solución al conflicto pasa por ahí. Al PP y al PSOE les costará más o menos aceptarlo, pero al final no podrán negociar otra cosa. De Ciudadanos, en cambio, no cabe esperar nada porque su pecado original es, por encima de todos, el anticatalanismo. Son jacobinos y centralistas a fuer de ser conservadores.

Es imposible que haya un solo independentista que renuncie a reivindicar el referéndum

Es imposible que haya un solo independentista que renuncie a reivindicar el referéndum. Quizás los comuns puedan permitirse el lujo de jugar con las palabras, pero los independentistas, no. Si hubiera un dirigente independentista –solo uno– que estuviera dispuesto a caer en la trampa de la renuncia –y ya ven que lo formulo en condicional–, estoy seguro que este sujeto pagaría las consecuencias. Se ha llegado demasiado lejos para que ahora alguien quiera dar marcha atrás. Además, y sin querer magnificar las victorias, los independentistas han marcado el ritmo de los acontecimientos hasta el día de hoy. Estoy de acuerdo con Pere Cardús sobre que se dan comportamientos y se toman decisiones que pueden alejarnos de la independencia, pero también estoy convencido de que la fortaleza del frente independentista, cuando menos en el ámbito civil, es grande. Los partidos independentistas han demostrado suficientemente que actúan como si estuvieran sentados en el sillón del dentista. Ustedes ya saben a qué me refiero.

Un pronóstico final, por lo tanto: quien quiera renunciar al referéndum por un mero cálculo electoral va a perder las próximas elecciones. Autonómicas, claro está. Y el movimiento independentista habrá sucumbido a su falta de liderazgo político unitario. Todos los movimientos políticos que no consiguen ganar el combate es porque o bien han sido vencidos por los adversarios o bien porque se han inmolado con batallas sectarias fratricidas. Los unionistas querrían contar con un traidor que les hiciera el trabajo sucio. Me temo, por el contrario, que les costará encontrarlo porque la lista de posibles candidatos está cerrada con la incorporación de los partidarios de la Tercera Vía. Por parte de los políticos que están a punto de ser inhabilitados, sería estúpido y los desacreditaría si rectificasen. Si alguno de los líderes indepes que gobiernan lo probara, sería como si se tomara un vasito de cicuta. “¡Cumplir o traición!”, resumiéndolo a la manera de lo escrito en Twitter por el siempre elocuente Joan Tardà.