Últimamente los 8 de marzo han sido sonados, por razones varias, y todas importantes, pero el de este año supondrá un antes y un después de la lucha feminista para Madrid y para el PSOE. La capital del Estado ya hace tiempo que arrastra una trayectoria involucionista en todos los temas de libertades y derechos, y lo digo de mucho antes que fuera el PP quien mandara; y la misma evolución es la que describe la trayectoria del PSOE.

Lo he escrito muchas veces, y por lo tanto no es nuevo, que no entiendo cómo el partido socialista español ha tomado esta deriva derechista sin vergüenza e, incluso, con fanfarronería —no es que no la tuviera antes, es que como mínimo la medio disimulaba—, pero con el 8 de marzo, tengo que confesar, me han cogido completamente por sorpresa. Pensaba que todavía les quedaba algún tema intocable, pero veo que no.

No hace tanto que intentaban capitalizar partidistamente el movimiento feminista y anunciaban que de hecho la lucha feminista era y había sido del PSOE; mentira de las gordas, por muchas razones claramente demostrables, pero que en todo caso podía tener una lectura positiva al considerar lo importante que era la bandera feminista para esta formación política. Y ahora, giro radical a la derecha, en sintonía con lo que han hecho con el resto de temas primordiales de nuestra sociedad, y la delegación del Gobierno en Madrid, y por lo tanto el Ejecutivo, prohíbe las manifestaciones del 8-M de este año.

Después de la criminalización que ha hecho la derecha de las manifestaciones feministas del 8-M del 2020 era más importante que nunca poder hacer el 8-M de este año con normalidad

Supuestamente, la gran preocupación del Gobierno es la salud de la ciudadanía y el peligro que suponen las aglomeraciones a causa del coronavirus. Deben pensar que las mujeres somos más peligrosas o no entiendo nada, porque las imágenes de concentraciones futbolísticas o de manifestaciones de todo tipo y maneras, aparte de terrazas y arterias comerciales llenas hasta los topes, las hemos visto anteayer —es decir, día sí y día también— en el Madrid de la pandemia.

Después de la criminalización que ha hecho la derecha de las manifestaciones feministas del 8-M del 2020 era más importante que nunca poder hacer el 8-M de este año con normalidad. Era tan fácil, además, como proponer medidas de distancia y seguridad como las adoptadas en muchas otras concentraciones. No había que dar lugar a la polémica y más todavía era del todo imprescindible no ir hacia atrás. Pues todo lo contrario; a demasiada gente le da miedo que las mujeres realmente consigamos la igualdad.

Hace mucho tiempo que el PSOE ha perdido el norte, pero ni yo misma, que me lo miro con preocupación de hace mucho, había previsto hasta qué punto esta deriva era y es totalmente catastrófica. Ya me pareció insultante que Pedro Sánchez dijera que el problema para el feminismo, y para el avance de la igualdad, es Vox. Hay que tener mucho morro, o muy poco conocimiento, o las dos cosas al mismo tiempo, para afirmar una cosa como esta, estando él en el Gobierno y siendo el presidente de la nación. Y además siendo miembro de un partido que ha estado más de una vez comandando el país y que no ha sido capaz de llevarnos más allá de las grandes cifras de desigualdad que todavía ahora describen la vida de las mujeres, también la mía, del estado español. Y todo eso, a pesar de una lucha ingente de muchas mujeres —muchas de su propio partido— de mucho tiempo, en muchos campos, de muchos tipos y maneras. Pero quien, sin duda, ha remachado el clavo con sus declaraciones ha sido Carmen Calvo. La vicepresidenta primera ha dicho que el Ejecutivo se siente reconfortado porque los tribunales les han dado la razón. No pienso añadir ningún comentario, solo pienso en las mujeres que han dejado la vida y siguen dejándola en la lucha feminista. No sé, en absoluto, dónde iremos a parar, no sé a dónde va el estado español, pero seguro que no va hacia el siglo XXI, va hacia la antigüedad más negra; pero no comandado por Vox, comandado por el PSOE.