Joan Tardà ha declarado este fin de semana que lo que es importante es que se produzca la investidura de Pedro Sánchez y después ya habrá tiempo para negociar, y no puedo dejar de pensar que debemos vivir en realidades paralelas. Ojalá sea buena la suya, porque él sí que tiene capacidad de incidencia y en todo caso hará, directa o indirectamente, posible la tan deseada ―no para mí― investidura; aparte de decidir, además, los términos en los que ERC dará el gobierno español al PSOE y a Unidas Podemos. A mí de momento me parece todo surrealista; de hecho, “subrealista”, como dice la juventud de ahora.

Llamadme ignorante, pero yo no acabo de ver, para Catalunya, qué diferencia hay entre que haya o no gobierno en Madrid. La maquinaria la tienen tan bien engrasada que para el caso catalán va sola, pero el hecho de que no tengan la silla asegurada nos da algún respiro. No sé si a alguien le conviene engañarse, pero queda bien claro un día y otro también que, a pesar de necesitar a los partidos independentistas para formar gobierno, la postura no ha cambiado ni un milímetro y en el caso del PSOE llegan ni a mantener el pulso del disimulo autoimpuesto. El último de los ejemplos, el episodio de “nervios” en el Parlamento Europeo, ante la decisión del Tribunal de Luxemburgo con respecto a Oriol Junqueras y su situación de eurodiputado. E Iglesias “calla” para no interferir en las negociaciones.

¿De qué sirve hacer un pacto si no hay ninguno, por más firmas y declaraciones que haya comportado, que se acabe cumpliendo?

El retrato de este panorama ya deja claro que con estos partidos no se puede hacer un pacto de verdad y, por lo tanto, ¿qué puede sacar Catalunya de todo eso? Nada bueno. Por muchas razones, pero la central es que la deriva de los últimos años en el discurso y en los hechos ha sido tan radical que ahora les es imposible, no ya ante la ciudadanía que los vota, sino en su propia cognición, hacer un acercamiento a los SEDICIOSOS y GOLPISTAS. Ni siquiera por el bien de España y, por lo tanto, una vez en el gobierno no sólo no habrá cambiado nada, sino que tendrán que recuperar el sello de españolidad genuina y entonces que Dios nos coja confesados, tanto a los ateos como a los creyentes.

La terminología en la que se expresa el conflicto es muy importante porque denota el marco mental y eso me hace preguntarme: ¿qué tipo de pacto es posible con quien no te respeta, no ya en el plano político, sino como igual y por lo tanto merecedor de los mismos derechos? Es más, que no te reconoce ni como especie ―no sé si poner “humana”― y de aquí el “a por ellos”, u otras declaraciones de principios por el estilo que ahora no me vienen a la cabeza.

Pero, en todo caso, con la historia de décadas, para no decir de siempre, que arrastra Catalunya, no ya el independentismo, con respecto a la negociación con España, ¿de qué sirve hacer un pacto si no hay ninguno, por más firmas y declaraciones que haya comportado, que se acabe cumpliendo? ¿Tengo que recordar traspasos, dinero, puentes y carreteras...? ¿Y qué hace pensar que ahora, que incluso ya es declarado y palmeado abiertamente que a Catalunya “ni agua”, harán honor a su palabra cuando nunca antes lo han hecho?

Querido Tardà, incluso si me equivoco ―que lo querría― y cumplen todos los pactos que ahora se hagan, no me imagino qué vale una investidura, pero más vale que sea el máximo ―para mí seguro que todos los atrasos, más la reversión de todos los derechos fundamentales aplastados, más la seguridad que las catalanas y los catalanes decidamos en las urnas qué queremos ser―, porque seguro que una vez conseguida no negociarán nada más.