Que el mediador es una figura importante, no hay duda, porque en caso contrario no hubiera levantado tanta polvareda, también antes, pero especialmente ahora, ante la mesa de diálogo y/o negociación ―otro punto de disensión nada insignificante― que tienen que acordar el gobierno de España y el gobierno de Catalunya, más no sé cuántas invitadas e invitados. El tema de la mesa: Catalunya; en genérico también, dado que los motivos para las discrepancias a priori son tan inacabables como las dudas racionales de que esta mesa sirva ni siquiera para dialogar. No he dicho para hablar, porque de momento y aunque no tiene fecha, nadie ha callado.

Era partidaria de que hubiera un mediador hasta hace quizá un día, y desconfiaba de todas aquellas y aquellos que rechazaban la figura o la necesidad del mismo. Sólo quien tiene dos caras o piensa engañar no lo necesita. He desconfiado más todavía cuando según qué opinadores y opinadoras han empezado a decir, de maneras diferentes pero abonando la misma tesis, que quien reclama el mediador, básicamente el president Torra, es porque no quiere que el diálogo se acabe produciendo. De aquí allá insultan su inteligencia, y de paso la del conjunto de la ciudadanía, y de aquí allá le conceden unas artes de estratega que ya las querría el mejor señor de la guerra. ¡Cuánta gente necesita o tiene interés, sin que necesariamente sea lo mismo, que esta mesa se produzca pero no vaya a ningún sitio, no llegue a nada! Sólo quiero equivocarme, pero no es el caso.

No es necesario el mediador, sólo hace falta que pongan fecha y que se sienten a hablar con alguien que haga acta de los acuerdos

Un mediador ―personalmente propondría una mediadora, a ver si realmente adelantábamos un poco― es una persona encargada de arbitrar las partes desde un posicionamiento neutro, sin juicio de valor ni toma de partido por una parte u otra de la mesa de diálogo/negociación. ¿Por qué tanto alboroto? ¿No sería útil? ¿No permitiría avanzar? ¿No ayudaría a un buen resultado?

Quizá no, no es fácil encontrar el perfil que pueda sacar adelante este trabajo, especialmente con respecto a la neutralidad. Y aunque ir a buscar fuera no lo asegura, tampoco sería lo mejor, dado como se ponen los españoles en todo aquello que pasa su soberanía nacional. ¡Pero menos mal que no son nacionalistas!

En cualquier caso, ahora doy la razón, por razones diferentes a las de la mayoría, a aquellos y aquellas que no quieren mediador o mediadora. No es necesario, al contrario, sólo hace falta que pongan fecha y que se sienten a hablar, eso sí, con alguien que haga acta de los acuerdos y esta acta al final de la reunión ―no después, mañana o más tarde― sea firmada por todo el mundo o, en su defecto, por los dos presidentes. Así nadie podrá desdecirse y, a la vez, no habrá sorpresas, o, en todo caso, se dificultarán mucho los relatos diferentes, paralelos y contrapuestos como los que vivimos de hace años en el tema catalán.

Y una cosa más, y no menos importante, que la mesa sea una mesa de acuerdo, porque la intención acaba siendo determinante. De hablar por hablar y de dialogar sin dialogar ya estamos hartos. Y si no es posible el acuerdo, no es posible. El camino ya hace tiempo que lo tenemos claro.