La tertulia de este lunes por la mañana de Basté ha dejado bien claro el espacio que los partidos de izquierdas españoles dejan ―es a decir, no dejan― a la democracia en la realidad de su práctica política diaria; más allá de los discursos, ensayados y aprendidos, de campaña. Especialmente memorable la intervención telefónica de José Zaragoza, saliéndose por la tangente con el argumento de que eso no importa a la gente. De hecho, puede ser que incluso se cumpla esta máxima para una parte de la población ―espero y deseo que no para sus votantes―, pero, sin duda, a él y a su partido sí que les tendría que importar; y mucho.

El tema en cuestión, la decisión que ha tomado Meritxell Batet, la presidenta del Congreso, de echar al ahora exdiputado de Unidas Podemos Alberto Rodríguez, a requerimiento del juez Marchena. Un requerimiento que no ha sido secundado ―es decir, no compartido el criterio del mismo― por la Mesa del Congreso y por los letrados de la cámara. Por lo tanto, la duda, totalmente adecuada, y la decisión de Batet, totalmente reprobable. Sólo hay que pensar o repasar cuáles son sus obligaciones visto el puesto que ocupa. La separación de poderes no puede ser esgrimida como la justificación para la invasión de competencias o para la inhibición de responsabilidades. El imperio de la ley no tiene cabida en la democracia; pero, claro, si la das por buena una vez ―y en estos últimos años, respecto de la unidad de España, ha sido la pauta―, ya no puedes salir de esta trampa.

No negaré que los partidos se presentan para ganar elecciones, pero si las ideas se tienen que modular para no perder votos, el sistema se pervierte

Esto es también lo que los ha pasado a Unidas Podemos en este caso concreto y ya les pasó con el caso catalán; a pesar de que ciertamente con más idas y venidas que sus socios de gobierno. En la mesa del estudio ―quizá en sentido figurado―, Pablo Iglesias, que antes de la disputa con Zaragoza ―que ha hecho bueno su discurso― ha emitido una queja disonante ―por lo menos a mis oídos― sobre los votos que su partido "perdió" para apoyar a los independentistas en el contencioso jurídico con el Estado.

No negaré que los partidos se presentan para ganar elecciones, y eso depende de los votos, pero si las ideas se tienen que modular para no perder votos, el sistema se pervierte, cuando menos con respecto a la ganancia de la ciudadanía en el proceso de representación política y gobierno democrático. Yo le diría a Pablo Iglesias que la indefinición, el jugar a dos bandas y, especialmente, traicionar a los principios hace perder votos, pero es posible que eso sea sólo a mi entender. Después de todo, el politólogo es él y no yo, pero espero y deseo que el caso Valls-Colau se lo haya dejado bien claro. Ahora que el diputado en cuestión haya dimitido, también.

Pero vaya, después de tantos y tantos ejemplos y tan claros, me parece que el problema lo tengo yo y no ellos. Soy yo la que acabo decepcionada una y otra vez, porque siempre tengo la esperanza de que en algún momento alguien pensará más allá del corto plazo, más allá de su silla o de la posibilidad futura de la misma. Y eso no lo tapa que ahora traspasen la polémica a la reforma del mercado laboral o a cualquier otro tema de programa.