Adriana Lastra, la vicesecretaria general del PSOE, ha dicho que “tenemos el fascismo en las puertas del Congreso”. No sé exactamente a quién se refiere porque es habitual entre los partidarios de la unidad de España tildar de fascistas a los independentistas, al movimiento en conjunto o a sus representantes; pero es posible que en este caso sólo hable de Vox.

Lastra ha afirmado que después de las elecciones del 28 de abril, el PSOE estará abierto a pactar con todo el mundo, excepto con Vox. Reconoce en ellos la extrema derecha española y ello, según ella, hace imposible que su partido se plantee un acuerdo postelectoral que les permita entrar en las instituciones españolas. Aunque el acento está puesto en este partido y en el hecho de que, según también ha afirmado, si “la derecha suma, la derecha gobierna”, sus declaraciones tienen otra trascendencia si las contraponemos con las que había hecho Ábalos, justo el fin de semana.

De las declaraciones del ministro de Foment y secretario de organización del partido parecía que la prioridad del cordón sanitario del PSOE estaba en el separatismo y no en ningún otro lugar. Lo que Ábalos afirmaba es que lo que no se planteaban, de ningún modo, era sumar con los partidos independentistas; aunque eso supusiera pactar con Ciudadanos.

Asumir las propias responsabilidades sobre las cosas pediría de un ejercicio de coherencia que, actualmente, bastantes partidos políticos no consideran necesario

Lo mejor de las declaraciones, en este caso, presentar el pacto con Ciudadanos como un enorme sacrificio, cuando ya lo han hecho en más de una ocasión y sin demasiado problema. De hecho, lo debe facilitar mucho que la laxitud de las ideas caracterice a uno y otro lado. Me parece que, si no para siempre, por bastante tiempo, tendremos en la cabeza el pacto fallido postelectoral PSOE-Ciudadanos que no fue capaz de sumar a Podemos. Regalaron el gobierno a la derecha dando la culpa a los violetas en vez de reconocer la barbaridad de blindar la posición de Ciudadanos y no la del eje de izquierdas; o, incluso, la suya propia.

Quizás soy yo que me lo miro mal, pero siempre estamos igual, señalando con el dedo que será culpa nuestra ―y utilizo el concepto en un sentido amplio―, si se repite el resultado de las elecciones andaluzas. Por una parte, se espolea el mensaje del miedo y de la otra, se sigue dando las culpas al resto porque sale gratis. Asumir las propias responsabilidades sobre las cosas pediría de un ejercicio de coherencia que, actualmente, bastantes partidos políticos no consideran necesario.

Aunque ni siquiera se trata de eso, cuando resulta tan fácil mover las ideas para no perder los cargos los pactos pueden ser de todo color y manera. Bien, es posible que me equivoque: de cualquier color y manera siempre y cuando esta no sea catalana. Proscribir una parte del territorio, una parte de la ciudadanía, instituciones, lenguas y partidos políticos porque defienden de manera pacífica y democrática, con o sin Constitución, una idea diferente de la mayoría, o del resto, es fascismo. Por lo tanto, no sé quién pensáis que llama a la puerta del Congreso; más vale que miréis quién y en qué os habéis convertido los que ya estáis dentro.