No es lo mismo no querer que no poder, hay una gran diferencia incluso cuando ni se puede ni se quiere. Este sábado fui a Puig de les Basses a ver a Dolors Bassa, consellera de la Generalitat de Catalunya. No sabía qué me encontraría, no había ido a ninguna prisión antes y, especialmente, no sabía cómo la encontraría a ella.

Ningún problema ni por una cosa ni por la otra. La prisión es muy moderna, es incluso de estética agradable, los funcionarios y las funcionarias, muy amables, y no había demasiada gente; por lo tanto, una entrada muy fluida, perfectamente coordinada y tranquila. Con respecto a Dolors, magnífica, tanto de aspecto como de ánimo, entera; valiente y digna, aparte de trabajadora e inteligente. Recordaré siempre lo controlada y llena que llevaba la agenda. Perfectamente organizada. Nada distinto de cuando estaba fuera, excepto que no la pude abrazar, excepto que estaba detrás de un cristal y excepto que cuando nos marchamos ella no pudo salir.

Qué detalles más estúpidos e insignificantes, ¿verdad? Porque, de hecho, según a quien oyes, todo parecen maravillas. Hay quien dice que además tienen privilegios y no sé cuántas barbaridades por el estilo. No sé cuándo se ha instalado en el imaginario colectivo —no de todo el mundo, pero de muchos y muchas— que estar en prisión es una gran cosa o que no es nada; que es lo más normal y que, además, nos hace más demócratas.

Todas ellas y todos ellos tendrían que ir de visita, porque a poco que quieras, por poco que te resistas, el discurso se te tiene que resquebrajar; y si no es así no hay nada que hacer. Quiere decir que el odio se ha instalado tan fuertemente que no es que ya no haya lugar para la amabilidad, sino que ya no queda para la humanidad. Solo hay que ir, no hace falta quedarse, y aunque no se quiera se siente, no solo se entiende, qué significa estar privado de libertad directamente en la piel.

Basta asomarse a una prisión para saber que este tipo de castigo es una de las cosas peor resueltas de nuestra sociedad

Voy, con muchas otras personas, a las manifestaciones y a todo tipo de actos en defensa de la libertad de todo el mundo, piensen o no como yo. Y los presos políticos están en prisión por defender la libertad de todas y todos, incluso de los que no la quieren ejercer. En democracia votar quiere decir ejercer tu libertad. Y los que los han metido en la cárcel o simpatizan con ello o lo aplauden lo han hecho y lo hacen porque no respetan la libertad de los demás si piensan diferente; en este caso los catalanes y las catalanas que queremos la independencia o la república o el derecho a decidir en las urnas qué somos y qué queremos hacer y qué leyes queremos tener.

Como socióloga he estudiado qué significan las instituciones totales y cuáles son sus efectos; por lo tanto, tengo muy claro que las prisiones no tienen nada de agradable, incluso en los centros en que hay piscina. Insisto, basta asomarse a ellas para saber que este tipo de castigo es una de las cosas peor resueltas de nuestra sociedad. Aunque literalmente no se cierre la puerta y se tire la llave, simbólicamente es lo que hemos hecho. Y de ahí la poca reflexión en democracia sobre cómo se ha de hacer cumplir la justicia sin ser tremendamente injusto, y, especialmente, sin desposeer tanto los espacios como a los individuos de su humanidad. También es verdad que tampoco sabemos ni administrar ni hacer justicia. El trabajo es ingente.

Es ciertamente difícil hacer desaparecer las prisiones o cuando menos reducirlas a la mínima expresión; pero seguro que ello imposible sin sentarse a analizarlo de manera seria, profunda y en toda su complejidad. No digo esto solo por Dolors Bassa o el resto de los presos políticos de Catalunya. Lo digo también por las presas, y sus familias, que encontré el sábado por la tarde en la prisión de Figueres.

Lo digo porque sin sensibilización sobre la reclusión, las condiciones de existencia que supone, sus efectos sobre las personas y sus familiares y amigos, es muy fácil minimizar quién tiene que entrar y quién no, o hablar de la conveniencia o no de la prisión preventiva. Y no hay que decir qué consideraciones al respecto ya se hacen, pero no pueden ser más divergentes o más sesgadas; cada uno que ponga el adjetivo que quiera si tenemos presente las últimas actuaciones mediáticas de los jueces y las juezas.

Ya ha sucedido en Navidad, Sant Esteve y Fin de Año, y volverá a suceder en Reyes; pero de hecho ha sucedido y seguirá sucediendo muchos días, nos sabemos cuántos, de cada día, que las presas y los presos políticos y las exiliadas y los exiliados no estarán en casa o allí donde quieran estar. Espero que el 2019 sea un año menos injusto que este; no solo para ellos y ellas, para todo el mundo y para todas las causas en las que no dejamos de luchar.