La Assemblea Nacional Catalana (es decir, Convergència; es decir, España) ha decidido mantener viva la llama del independentismo con una acampada en la Plaza de Catalunya que se inició el sábado al mediodía y que se cerró el domingo, al anochecer. Esta es la resistencia numantina con la que el activismo cívico indepe pretende derrotar la invasión estatal de Catalunya. Treinta y dos horas, treinta dos, de aquello que en mi época llamábamos vivac y que, cuando menos, tenía la magia de acabar con unos cuantos besos iniciáticos entre los sacos de dormir. Pero todo va alarmantemente hacia abajo, y la protesta solo servirá para que esta desdichada señora que comanda la ANC, discípula de Artur Mas, pueda decir a sus chiquillas que ha emulado la Asociación de Madres de la Plaza de Mayo. Así han acabado los convergentes y parte del independentismo; haciendo el ridículo de la misma forma que su descendencia cupaire.

No me extraña que incluso los mismos socios de la Assemblea hayan desoído este llamamiento vergonzoso y que la enésima performance de los activistas-convergentes haya contado con pocos centenares de adeptos. ¡Y mira que hacía solecillo, ayer, en Barcelona! Sin embargo, lentamente, incluso los independentistas más implicados en la lucha cívica entienden que una cosa es ser un motivado y otra hacer el imbécil. Decía ayer ElNacional.cat que la ANC pretende "señalar directamente el Estado por la causa general contra el independentismo y recoger el apoyo de la ciudadanía para que el Parlament cree una comisión de investigación sobre la amplitud y alcance de la represión". Se lo ahorro con dos frases: España está encantada de ser señalada por haber reprimido el independentismo, justamente porque el alcance de la represión ha funcionado: con tres años de prisión y los indultos ya volvemos a ser la disposición adicional tercera.

Ahora que los electores independentistas empiezan a hacerme caso y a ajustar las cuentas con sus partidos fraudulentos y corruptos, se tendría que doblar la apuesta ejerciendo idéntica presión contra unas entidades cívicas que siempre se han mostrado complacientes con la partidocracia. Hace días celebramos el llamamiento de Tsunami al Aeropuerto, una acción desastrada gracias a la cual hubo ciudadanos que perdieron el ojo y medio cojón por una muestra de fuerza dirigida desde el lado más oscuro de la política de partidos. ¿Hay alguien que se haya hecho responsable? ¿Hay un solo periodista que haya investigado a los responsables de enviar a nuestra juventud a ser golpeada por el simple hecho de repetir una foto histórica? ¿Qué es, exactamente, lo que hace falta señalar de la represión española del independentismo? Para mí, solo una cosa: que, por mucho que les duela, les ha salido muy bien y tremendamente barata.

Dicen los organizadores de la acampada de la ANC que se ha situado en plaza Catalunya para demostrar que el independentismo no se esconde. Y un rábano, hijitos míos. El independentismo se esconderá hasta que los responsables de toda la negligencia posterior al 1-O no tengan la vergüenza de pedir perdón a la gente que se rompió la cara por ellos. De la misma forma que no tenéis ningún tipo de obligación de escuchar salmodias de Puigdemont o Junqueras, tampoco tenéis ningún tipo de necesidad de asistir al enésimo coloquio con la participación de Dolors Feliu, Lluís Llach, Gabriela Serra, Josep Costa o su tía en patinete. La Assemblea dice que quiere acusar a España. A España, hijitos míos, se la sudáis del todo. A partir de ahora, quien acusará seremos los ciudadanos, y yo os acuso de habernos hecho tragar las mentiras de Esquerra y Convergència sabiendo que su hoja de ruta era humo.

Y la cosa todavía dura. Treinta y dos horas de resistencia y de lucha al solecito. Treinta y dos horas de acampada convergente revestida de Quechua. Dejadnos en paz, os lo ruego, y haced el favor de limpiar la plaza cuando os piréis, que la Colau nos la tiene llena de ratas y todavía harán el agosto mordiendo a algún padrino indefenso.