La ultraderechista Giorgia Meloni se podría convertir en la candidata más votada en las elecciones generales de este domingo en Italia. El viernes comía con unos amigos y hablábamos de Meloni, de su biografía y de por qué Italia siempre tiene que ser leída políticamente desde sus particularidades, desde una antropología y sociología concretas. Al fin y al cabo, cualquier estado tiene que ser leído políticamente desde sus particularidades, pero en el caso italiano no nos olvidamos nunca de decirlo porque estas particularidades nos parecen culturalmente interesantes e incluso un punto cómicas. De Meloni se puede saltar al carácter caótico del país y cómo eso afecta a la manera de gobernarlo. Del carácter caótico del país se puede saltar al hecho de que no respetan ni las normas de circulación, aprovechando para reír un rato haciendo la tertulia de sobremesa. Meloni no es conservadora, es reaccionaria, y cuando lo defendí a la hora de los cafés, uno de los amigos en la mesa me contestó: "Ya no se puede ser conservador, Montse, porque no queda nada que conservar". Me sorprendió esta respuesta porque él es católico y la esperanza es una de las tres virtudes teologales.

Los reaccionarios son vampiros de la nostalgia: pesimistas crónicos, traficantes de los recuerdos, ideólogos perezosos

Los reaccionarios son vampiros de la nostalgia porque en realidad son pesimistas crónicos, traficantes de los recuerdos, ideólogos perezosos. Son incapaces de diseccionar a una sociedad sin acabar pensando que la solución a todos los problemas es un único y uniforme salto al pasado. No quieren ni circular de las vísceras al encéfalo ni hacer un poco de cherry picking moral para ilustrar con ejemplos actuales y desde la realidad aquello que todavía creen digno de defensa. Santiago Alba hablaba ahora hace un mes en Nostalgia, ¿miedo qué no? utilizando Alcarràs como excusa, desgranaba cómo lo que llama "nostalgia incorpórea" no se nutre de la experiencia vivida sino que vive de la memoria secundaria, la de los padres y abuelos. Es este tipo de nostalgia que los reaccionarios utilizan como un activo político y es por eso mismo que, como ideólogos, se les puede tildar tranquilamente de zánganos, porque quien parte de los recuerdos y como mucho invierte alguna energía en manipularlos y cincelarlos de acuerdo con su discurso —haciendo el trabajo de los malos historiadores— ya no tiene que trabajar más.

La salida fácil de la izquierda es poner reaccionarios y conservadores en el mismo saco y barrerlos a la derecha en un esquema de buenos y malos sencillo y minimalista

"Para ventilar se tienen que abrir las ventanas, no tirar las paredes", dice Chesterton. Eso vale para la progresía radical pero también para todas las Giorgia Meloni y Ana Iris Simón —que se considera de izquierdas— del mundo. También es posible, y tanto, ser reaccionario desde la izquierda porque también es posible pensar que parte de los problemas que reivindica la izquierda —sobre todo los que tienen que ver con condiciones materiales— se solucionan con una máquina del tiempo. Igual que es posible ser conservador desde la izquierda porque se puede denunciar que el capitalismo destruye aquello digno de ser salvaguardado. Evidentemente, sin embargo, a la izquierda no le interesa ni identificarse con ciertas etiquetas ni mucho menos hacer ningún tipo de bandera, porque la salida fácil es poner reaccionarios y conservadores en el mismo saco y barrerlos siempre a la derecha en un esquema de buenos y malos sencillo y minimalista.

En esta batalla sudada y aparente entre la simplificación y la complejidad se esconde una batalla entre la nostalgia y la esperanza

El reaccionario hace una enmienda a la totalidad del mundo para vender una sola salida a todos los males y el conservador hace el esfuerzo de seleccionar aquello preservable y buscar respuestas diferentes en aquello mejorable. Por eso no son lo mismo. Esta enmienda a la totalidad reaccionaria abre el resquicio desde donde nacen los discursos totalitarios, se chapucean los valores democráticos y se prostituye el concepto de libertad. Es naif pensar que se puede combatir eso desde una derecha conservadora incapaz de reivindicarse como tal e incapaz estructurar un discurso moderado bien trabado que explique por qué se tiene que conservar aquello que se tiene que conservar y descartar aquello que conviene descartar. También es naif pensar que eso se puede combatir desde una izquierda que, si no se explica desde un infantilismo casi humillante, lo hace desde unos laberintos dialécticos incomprensibles —ahora pensaba en Basha Changuerra, el homonacionalismo y el femonacionalismo—. En esta batalla sudada y aparente entre la simplificación y la complejidad se esconde una batalla entre la nostalgia y la esperanza, entre los que creen que ya no queda nada que preservar y los que pensamos que, aunque no todo está por hacer ni todo es posible, algunas cosas sí.