Aunque no se diga, la discusión española sobre Israel y Gaza es, en realidad, una discusión sobre el futuro de Catalunya. En Madrid se pelean por dos estrategias que pretenden llevar el llamado problema catalán a la misma solución final por dos vías. La derecha defiende a Israel porque quiere mantener lista la carta de la represión salvaje del país, en caso de que volvamos a levantar cabeza. La izquierda intenta convertir a España en la campeona europea de la población palestina desvalida para tapar la grieta que el 155 ha dejado en el sistema democrático del Estado.
Solo hay que leer a Iván Redondo o José Luis Villacañas, o escuchar a Gabriel Rufián, para ver con qué impudicia la izquierda española intenta apropiarse de los valores democráticos europeos. El PSOE de Pedro Sánchez ha visto la oportunidad de convertirse en el partido alfa del Estado, y utiliza los horrores de Gaza para reforzar la trinchera de la izquierda sin tener que contar con las demandas de sus socios independentistas. Ni la derecha ni la izquierda española tienen ningún plan que contemple la más mínima revisión de la situación de Catalunya.
La estupidez española está llevando a los catalanes al mismo callejón sin salida de Israel. No es extraño, porque vivimos en un mundo de imperios y los imperios odian las naciones. Israel se ha visto forzada, por la fijación expansionista del mundo musulmán y el equilibrismo norteamericano, a una guerra a todo o nada para no acabar enterrada por su papel de chivo expiatorio. Como le pasó a Catalunya con los austríacos y los ingleses, incluso los aliados de Tel Aviv esperan la derrota de Israel para apropiarse de la obra modernizadora que los judíos han hecho en el Próximo Oriente. Solo Alemania calla, esperando que la historia le quite la etiqueta del nazismo.
Como Israel, Catalunya también se verá abocada a cumplir hasta el final su papel de chivo expiatorio o bien a cambiar de piel para tratar de sobrevivir
El mundo está cambiando de piel, y cuando la gente cambia de piel tienes que tratar de no confundir los tejidos muertos con la carne viva. Lo que pase con Israel no cambiará la situación de Catalunya, ni hará que España pueda arreglar sin dolor su situación interna. Como Israel, Catalunya también se verá abocada a cumplir hasta el final su papel de chivo expiatorio o bien a cambiar de piel para tratar de sobrevivir. La aparición de Sílvia Orriols, y la historia que han provocado las predicciones de las encuestas, responden al miedo que provoca este hecho.
Orriols no se presentará a las elecciones españolas, aunque le pese a Iván Redondo, porque Catalunya está cambiando de referentes. La Catalunya de Vicens Vives, la Catalunya pactista de los Trastámara, que engendró a España tratando de convertirse en un imperio financiero, está exhausta. No dará para más, ni siquiera una tercera república española. A los castellanos, Orriols les parece gótica porque evoca el país anterior a la formación del Estado. Aquella Catalunya no era un país más catalán que el actual. Pero es un país que ha subsistido debajo del otro, como una roca en la faja o como una promesa, porque la vía de los Trastámara no terminó de salir bien.
Parece que voy muy lejos, pero el mundo que viene toma impulso desde muy atrás, seguramente porque los avances tecnológicos apuntan hacia un futuro distópico. Por eso el gobierno de los Estados Unidos trata de recuperar la base cristiana de su constitución; por eso Rusia quiere recuperar el prestigio de la iglesia ortodoxa; por eso los musulmanes tienen cada vez más influencia en el mundo y más presencia en la Península. Mientras tanto, las momias repintadas de Madrid y Barcelona hacen la corte al vacío y, como de costumbre, se sacan los ojos esperando que les vuelva a tocar la lotería de 1492.
España tendrá que reinventarse y lo hará —de forma democrática o no— sobre la base de sus naciones. Esta es la intuición que alimenta Orriols. La obsesión de la inmigración solo es una forma de decir que los catalanes no volveremos a ser el chivo expiatorio de las locuras españolas y que, para cabalgar las fuerzas de la historia, pasaremos por encima de quien sea necesario. Si Sánchez se apoyara en los catalanes en lugar de buscar la solución en Gaza o en la inmigración, su España quizás tendría una oportunidad. Pero intenta protegerse de los mismos tribunales que persiguen el independentismo a costa de Catalunya —de una Catalunya que ha cambiado.