Había una vez había un país de mentira que el año 2007 fue el protagonista de la feria de libros más importante del mundo. Las leyes, las fronteras y los mapas decían que no era un país, sin embargo, por eso aquel año la Frankfurter Buchmesse no tuvo ningún estado como Invitado de honor, sino un Foco de interés, que es el eufemismo que la Feria utiliza para definir a una nación sin estado. Ahora hace quince años, pues, aquel Foco de interés denominado Cultura Catalana desembarcó en Frankfurt con un despliegue propio de un estado, una industria editorial propia de un estado y una lengua propia de un estado con un objetivo muy concreto: internacionalizar la cultura catalana. Es decir, internacionalizar la anomalía de ser una cultura nacional sin un estado a favor.

En aquel país todo funcionaba al revés de como en teoría funcionan los países. Por ejemplo, según decía una constitución, no se trataba de una nación, sino de una nacionalidad que forma parte de un reino. Ahora bien, el discurso inaugural de la Feria no lo hizo el monarca oficial, sino el rey Quim I de la dinastía de los Monzó, que leyó un cuento infinitamente mejor que este que estáis leyendo. Durante los días posteriores, una exposición titulada "Cultura catalana, singular y universal" explicó la historia de la literatura catalana y obras como un Tirant lo Blanc de Calixto Bieito o A la toscana de Sergi Belbel representaron algunas de las historias más universales de aquella literatura. Lógicamente, todo se hizo en la lengua de aquella cultura, pero aquel era el país donde nada es lo que parece, por eso el catalán, lejos de ser considerado un tesoro, fue acusado de ser "una lengua de imposición" que había impedido la presencia en Frankfurt de todos aquellos escritores del país que escribían en otro idioma, principalmente en castellano.

Era un país tan peculiar, aquel, que ni siquiera el presidente de cuyo estado formaba parte, José Luis Rodríguez Zapatero, se atrevió a pisar Frankfurt aquellos días. Por los pasillos y pabellones de la exposición iban arriba y abajo escritores, editores, traductores y artistas de la cultura catalana en general sin saber si eran españoles, catalanes, valencianos, mallorquines, andorranos o roselloneses, pero teniendo una cosa clara: aquello que los unía, allí, era una lengua. Si no, seguramente, el Foco de interés invitado a la feria hubiera sido "La zona nordeste de España" o "El extremo nordoriental de la península Ibérica", pero resulta que no, que lo que decía el letrero oficial era Katalan Kulture. Como ya hemos dicho en la primera línea de este cuento, sin duda, aquel país no era un país normal principalmente porque tenía dos problemas: el primero, que no era un estado; el segundo, que más bien era un país con un estado en contra.

Quince años después de aquello, este estado hostil era el Invitado de honor en la Feria de este año, por eso esta vez el discurso inaugural de la Feria lo pronunciaría también un rey, pero el de verdad, el descendiente de otro rey que se llamaba Felipe como él y que siglos atrás había quemado, destruido y ocupado todo lo que quince años antes era el Foco de interés en Frankfurt. Ahora que el Invitado de honor era España, el discurso inaugural era en castellano y los escritores catalanes que quince años antes habían brillado en Frankfurt estaban invitados, pero siempre que aceptaran participar como invitados del Gobierno del Reino de España. Si quince años antes los escritores catalanes que escriben en castellano habían declinado formar parte de la Cultura Catalana, ahora muchos escritores catalanes que escriben en catalán habían declinado formar parte de España, excepto unos cuantos y con quien el autor de este humilde cuento ha podido hablar.

Renunciar a un tren mediático y profesional como el de la Feria no es fácil, pero resulta que aquellos escritores que habían decidido ir a Frankufrt 2022 se encontraron con que acabarían participando en actos organizados en el Pabellón Español donde no podían hablar en catalán. No se lo prohibía nadie, solo faltaría, pero no hacía falta: quien organizaba aquellas jaranas hace tantos siglos que lleva el imperialismo en la sangre que siempre se las ingenia para desnacionalizar todo aquello que nacionalmente no parece español. Por eso, por ejemplo, en las mesas redondas entre autores de varios puntos de la península Ibérica ningún autor catalán podía hablar catalán porque no existía la figura de un traductor simultáneo. ¿Resultado? Coloquios con autores castellanos y moderados en castellano donde los autores catalanes, sin traductor al alcance, evidentemente hablaban en la lengua de todos.

Quince años antes, aquella Feria había resultado un éxito brillante para la Cultura Catalana y había permitido, por ejemplo, multiplicar sobradamente el número de obras en catalán traducidas a lenguas internacionales, pero como ya hemos dicho que aquel era un país donde todo funciona a la inversa de lo que parece, ahora que nos tocaría decir 'cuento contado, cuento acabado' no podemos en absoluto decir aquello otro de que 'en aquel país fueron felices y comieron anises'. No lo podemos decir porque quince años después de demostrar que la literatura catalana es lo bastante grande y lo bastante fuerte para tener entidad cultural propia, España movería los hilos sutilmente en una operación política digna de estado colonial para regionalizar delante del mundo la literatura nacional de aquel Foco de interés. Si hace doscientos años el colonialismo se imponía con bombas y quemando ciudades, ahora se impone prescindiendo de traductores simultáneos o subtítulos, publicando incluso entrevistas oficiales de la Feria en castellano a autoras importantísimas de la literatura catalana que no han publicado en su vida un verso en castellano.

Esta ha sido la historia de un país de mentira que una vez —y dos, y tres, y tantas más demostró al mundo que lo tenía todo para ser un país de verdad, pero que de momento todavía se resigna a dejarse tratar como un trofeo de caza por el lobo, por eso mientras los autores catalanes eran tratados en Frankfurt como autores castellanos exóticos y folclóricos, la prensa cultural del país hacía reportajes en el Telediario donde libreras y agentes literarias de Frankfurt decían que los libros de autores catalanes son algunos de los más vendidos de la 'literatura española'. Mientras en Frankfurt el Instituto Ramon Llull afirmaba con la boca pequeña que no tenía potestad para hacer nada y se dedicaba a hacer tuits anunciando coloquios donde los autores catalanes no decían ni 'bon dia', a miles de kilómetros de distancia, en la capital de aquel país de mentira, toda la prensa estaba más pendiente de otras cosas más importantes culturalmente y que sí que cambian la vida de los ciudadanos del país, como por ejemplo que en la plaza Francesc Macià, reconvertida por un día en París, se rodaba el capítulo de The Crown con el accidente mortal de Diana de Gales. Por suerte, ya sabéis que en aquel país nada es lo que parece. A pesar de que cueste creerlo, conviene no engañarse: ni Lady Di murió en Barcelona, aunque lo diga la ficción, ni la literatura catalana es asimilable a la española, aunque lo crea España.