Con este mismo título, el escritor franquista José María Pemán publicó un artículo en el diario ABC de Madrid el 19 de abril de 1970.
El artículo en cuestión lo escribió con motivo de encontrarse "¡otra vez!, el problema del idioma catalán revivido con ocasión de la enseñanza en las escuelas". Vaya, que el tema viene de lejos y muchos han intentado manosearlo. Y, curioso, los que ahora también ponen problemas se parecen mucho a los de antes…
Escribe Pemán que el catalán, en sí, no es un problema, sino una evidencia. Y añade que "lo que pasa es que las evidencias adquieren fisonomía contorsionada de problema cuando son manejadas por los políticos, ¡que estos sí son un problema!".
Estas frases se podrían aplicar perfectamente a esta "benemérita" cohorte de Ciudadanos, Impulsos, Bilingües y Concordias que han puesto sus zarpas en nuestras escuelas, con la única finalidad de hacer retroceder la lengua catalana, dificultar la cohesión social y romper consensos básicos que esta sociedad había establecido mediante la legislatura propia existente y la voluntad positiva de las partes.
Cierto, no obstante, que esta acción de determinados políticos —aprendices de caudillos— para romper la convivencia en Catalunya fue secundada, con entusiasmo digno de mejor causa, por altos y bajos estamentos judiciales, que jugaron a ser pedagogos sin merecer demasiado el título de administradores de justicia.
No puede haber identidad sin lengua y no puede haber cohesión social sin respeto y uso normalizado de la lengua propia
La confluencia de intereses espurios de políticos obscenamente desacomplejados para mentir, togados con espadas justicieras y flamígeras, medios de comunicación al servicio de una idea imperial, y ciudadanos que se autoodian o que tienen ganas de brega, han querido dejar el solar de la lengua catalana como un páramo. Y a pesar de que algunos de los artistas principales de esta cruzada pagana han desaparecido, el mal ya está hecho, y los consensos y la concordia en buena parte han desaparecido. Pero como un páramo tampoco lo han podido dejar.
En las Cortes Generales franquistas del año 70 del siglo pasado, algunos afirmaron que había que ir con cuidado con el catalán porque podía ser portador de virus políticos. Otros lo proclaman todavía hoy en las mismas Cortes e incluso en el propio Parlament de Catalunya, y tienen razón. No puede haber identidad sin lengua y no puede haber cohesión social sin respeto y uso normalizado de la lengua propia, y es justamente eso lo que se ha querido romper. Sabían lo que hacían y lo que hacen, espero que no seamos tan burros de hacerles el trabajo y de no oponernos a estos intentos de división comunitaria.
Otros quieren hacer pagar a la lengua catalana, mediante una oposición contumaz y visceral, el hecho de haber pasado miedo durante el proceso hacia la independencia de Catalunya. Se puede o no estar de acuerdo con este proceso, y con sus objetivos, pero el catalán no tiene que pagar las consecuencias. Todos deberían utilizarlo —tengan la postura política o social que tengan— como muestra de respeto a uno de los puntales que nos ha hecho ser como somos. Abandonar una lengua significa abandonar un determinado modo de ver el mundo, y eso es un empobrecimiento para la propia comunidad y para la humanidad entera.
Soy de los que piensan que no se tenía que haber castigado a nadie por los hechos de octubre de 2017, y me parece increíble que no se apliquen ni se quieran aplicar las leyes democráticamente adoptadas, pero todavía estoy más en contra de que algunos se vuelvan contra el uso del catalán, como si fuera culpable de nada.
Pemán acaba su artículo escribiendo que "hay que superar esta tendencia muy española a enfocar las cosas en un sentido pasivo y resignado, en lugar de creativo y activo". Contra los profetas de la catástrofe, contra los que simulan que la lengua castellana está en peligro en Catalunya (¡válgame a Dios!), contra los que faltan al respeto y cotidianamente a los catalanohablantes con frases y actitudes despectivas, contra los que han hecho de la causa de la división una divisa en vez de favorecer el conocimiento y el entendimiento, quiero repetirles que el catalán es ni más ni menos que un vaso de agua clara.
He querido, expresamente, reproducir el pensamiento de alguien que los chantres de la negación pueden asumir como propio. Y para intentar que lo entiendan de una vez, acabaré con las últimas líneas del citado artículo: "Del mismo modo, el catalán no es un hecho que se conlleva o al que uno se resigna. Es un hecho, no pasivo, sino activo, que significa enriquecimiento y aumento para España. Transparente el contenido y cristalino el continente, no hay nada en este tema que sea resignación o tejemaneje. Hablar o leer o aprender el catalán es un hecho simplicísimo. Se trata de beber un vaso de agua clara".
Evidentemente, yo desearía que se dieran más pasos a favor de la lengua catalana: que, además de hablarla, leerla o aprenderla, sea la lengua común; que no le hagan pagar facturas que no le corresponden; que nadie dificulte su uso; que políticos y jueces, si sienten la tentación, se abstengan de jugar a pedagogos y lingüistas, y que sea la lengua de uso en todas nuestras instituciones, siempre. Me beberé, así, más tranquilo este vaso de agua clara.