El debate y aceptación del catalán como lengua oficial de la Unión Europea (UE) avanza y creo sinceramente que ya no tiene vuelta atrás. Si no fuera así, el Gobierno (y el ministro de Exteriores en concreto) no mostrarían tanta seguridad en el desenlace de este proceso. Es cierto que las resistencias todavía son notables, pero no tienen ninguna base razonable más allá de la oportunidad política del momento y las presiones del PP en contra de la decisión. Ningún gobierno puede tener argumentos de peso basados en ninguna otra consideración que no sea de carácter partidista. Al contrario, todos los argumentos favorables a la decisión tienen razonamientos sólidos, el más importante de los cuales tiene un valor muy profundo: ¿puede la UE pedir la adhesión de los catalanes al proyecto europeo si no respeta un elemento tan básico como es nuestra lengua? Si la UE tiene reconocidas 24 lenguas oficiales, ¿tan difícil es que pasen a ser 27? Si la UE no ama mi lengua, yo no amaré la UE; esta es mi conclusión y es la inquietud que deberían tener en Bruselas, donde creo que ya tienen bastantes quebraderos de cabeza como para añadir nuevos. Los euroburócratas se llenan la boca hablando de la diversidad cultural y lingüística, pero son palabras vacías si no van acompañadas de hechos tangibles.

La presencia oficial del catalán en la UE va mucho más allá de la imagen de un eurodiputado hablando nuestra lengua en el Parlamento Europeo. Eso es solo la punta del iceberg, la parte más visible y palmaria. La oficialidad del catalán en Europa es un cambio de paradigma que puede ayudar a la lengua de forma determinante. Para empezar, el prestigio y la relevancia de la lengua catalana darán un salto colosal. Dejará de ser una lengua marginada para ocupar un lugar en igualdad de condiciones con el resto de idiomas europeos. En un plano más concreto, el ser una lengua oficial incrementará su uso en todas partes, desde el etiquetado de los productos comerciales hasta la tramitación de contrataciones, subvenciones y ayudas de la UE, que hoy no se pueden hacer en nuestra lengua. Si una empresa de Manlleu pide una ayuda o participa en una licitación, lo podrá hacer en catalán, mientras que ahora lo hacía, obligatoriamente, en castellano o en inglés. El catalán será una lengua normal y dejará de ser una lengua anormal en el ámbito europeo. Por eso el PP se opone con uñas y dientes a ello: por catalanofobia pura y dura.

Si la lengua catalana se convierte en oficial en la UE, su prestigio y relevancia darán un salto colosal

El tema ha empezado a desembrollarse definitivamente cuando el presidente Pedro Sánchez se ha arremangado en persona, tal y como le pedía, con acierto, Junts. La UE es un sistema político en el que no existen los amigos sino los intereses. Por lo tanto, ahora el interés del Gobierno es este y tiene muchas formas de convencer al resto de socios. Por ejemplo, no cabe ninguna duda de que el despliegue militar español en los países bálticos también era un modo de enfriar el apoyo de estos países a la causa catalana; pues eso puede actuar en sentido inverso, de forma que este apoyo militar se puede prolongar o retirar en función del apoyo de Estonia, Letonia y Lituania a la oficialidad del catalán. En este ámbito, por cierto, una pregunta que hay que hacerse es si la Generalitat de Catalunya ha actuado con determinación en este asunto o si lo tiene delegado, como tantas otras cosas, en el gobierno del Estado. Por ejemplo: ¿ha llamado el president Illa al presidente de la Xunta de Galicia, del PP, para exigirle, en nombre del pueblo catalán y de la plurinacionalidad del Estado, que su partido deje de poner palos en las ruedas? Es una acción que podría haber realizado de forma totalmente legítima y que sería comprensible para todo el mundo. ¿Lo ha hecho? No lo sabemos porque no nos lo han dicho, pero creo que todos podemos intuir la respuesta. No dudo de que se han efectuado gestiones discretas, por ejemplo, cuando el president fue a Bruselas, pero tampoco tengo ninguna duda de que se podría haber hecho mucho más, en público y en privado. Un caso parecido lo vivimos con las obras de Sijena; la sentencia del Tribunal Supremo (TS) incomoda a la Generalitat de Catalunya, pero ya nos han dicho que no se tomarán medidas concretas para hacerle frente.

Finalmente, está el capítulo del PP catalán, un partido perpetuamente sometido y subyugado a la calle Génova y reducido a un simple apéndice sin voz ni voto. ¿Están Alejandro Fernández y Xavier García Albiol de acuerdo con las maniobras de su partido para impedir que el catalán sea una lengua oficial en la UE? Me juego lo que quieran a que no. Capítulo aparte merece Dolors Montserrat, que es capaz de defender un día una cosa y al día siguiente la contraria. Hace tiempo que ha renunciado a las propias convicciones, si es que alguna vez las tuvo, por una simple cuestión de poder. ¿Cómo puede, si no, torpedear el uso oficial de su lengua materna en la UE? El PP catalán no será nunca un partido normal y de gobierno en Catalunya mientras tanta gente tenga la convicción de que es un partido que nunca defenderá Catalunya si eso choca con las directrices del PP español. El PP catalán no tiene ninguna propuesta para Catalunya que no pase por la sumisión y la residualización del hecho catalán. Y, en este ámbito, Vox siempre lo adelantará por la derecha. ¿Dónde queda el partido de Josep Piqué, de Josep Curto, de Manolo Milián Mestre o de Dolors Montserrat (madre)? Pues queda donde siempre estuvo: en el cajón de los deseos frustrados.