La ronda, intensa, de elecciones (legislativas, municipales y europeas) de este año deja el siguiente balance en Catalunya en su conjunto:
1. El independentismo sale reforzado y a punto de saltar, de manera consistente, por encima del 50 por ciento de los votos:
a. En las legislativas, los partidos independentistas se quedaron a 2 escaños de tener la mitad de los diputados catalanes. Y lo hicieron acompañados de un cabeza de lista de Podem-En Comú partidario de la independencia.
b. En las municipales, el independentismo ha quedado primero en tres de las cuatro capitales de provincia y puede aspirar a gobernar, mediante pactos postelectorales, la ciudad de Tarragona; controlará como mínimo tres diputaciones de manera decisiva, y ha empezado a hacer mella en algunos barrios y municipios tradicionalmente unionistas.
c. En las europeas, JxCat y ERC han sumado el 49,71% de los votos y, excluyendo los votos en blanco (si queremos hacer una interpretación referendista de las elecciones), el 50,01%.
2. Contra las aspiraciones de cada partido independentista por separado, no se ha producido una coordinación definitiva del electorado en torno de ninguno de los dos contendientes ―hasta generar una especie de Scottish National Party catalán. Los votantes se concentraron alrededor de ERC en marzo y en torno a la candidatura del president Puigdemont (diferente del aparato de JxCat) este domingo. Cada fuerza política tiene un núcleo de fieles importantes (superior con respecto a Esquerra), pero al mismo tiempo depende de un segmento de votantes, decisivo, para imponerse como ganador en cada carrera electoral concreta. Esta división tiene elementos positivos: estimula la competencia, importante cuando no hay ningún mecanismo interno en los partidos ―léase primarias― para dinamizar la política organizativa de cada fuerza; y hace recordar a los líderes políticos cuál es el objetivo final de los votantes. Los tiene negativos: lleva o puede llevar a la parálisis estratégica (aunque, a medio plazo, el adversario político, España, con su posición maximalista constante, se encarga o se encargará de romperla) y puede exacerbar la dinámica propia de lo que llamamos "dilema de prisioneros" (donde los partidos pueden competir entre ellos para aparecer como más "radicales" con consecuencias negativas para los dos bandos). Y, finalmente, tiene inciertos: ¿es mejor ir juntos o separados para aumentar la base independentista? Esta cuestión, que es objeto de debates interminables, casi todos de tipo partidista, es imposible de responder con ninguna seguridad porque no tenemos ninguna manera de repetir la misma elección unidos primero y separados después para poder observar qué pasaría en cada caso. Hoy por hoy, sin embargo, entiendo que ir separados es mejor: las sensibilidades son plurales en el mundo catalanista; necesitamos fuerzas diferentes que hagan frontera con sectores diferentes y absorban todos aquellos que (viniendo de espacios muy específicos) quieran transitar del unionismo al soberanismo (sin tener que convivir bajo el mismo techo con los soberanistas ya existentes); y, en ausencia de unas primarias reales (con miles o centenares de miles de participantes), una sola fuerza acabaría corrompiéndose interiormente y corrompiendo el proyecto independentista.
El independentismo es mayoritario entre los menores de 65 años y el solo hecho de haber nacido en Catalunya aumenta la probabilidad de votar sí en un referéndum de independencia
3. Las corrientes demográficas van a favor del soberanismo. El independentismo es mayoritario entre los menores de 65 años y el solo hecho de haber nacido en Catalunya aumenta, controlada por muchos otros tipos de factores, la probabilidad de votar sí en un referéndum de independencia ―una probabilidad que crece linealmente con el número de abuelos nacidos en Catalunya. El "sorpasso" definitivo, que, técnicamente, ya ha tenido lugar en las europeas si descontamos los votos blancos, no tardará mucho en producirse, a menos que hubiera choques poblacionales extremos.
4. Sin embargo, el independentismo tiene debilidades importantes:
a. En primer lugar, poca claridad discursiva a la hora de desarrollar la estrategia de futuro, con una división un poco nebulosa (que no se explica por la división prisión/exilio) entre "maximalistas" y "largoplacistas". Los maximalistas querrían acabar de cumplir el mandato del 1-O pero su problema es que, para hacerlo, necesitan contar con los "largoplacistas" y estos prefieren, por ahora, mantenerse al acecho en el campamento de invierno. Los "largoplacistas", por su parte, parecen apostar por tener más del 50 por ciento de los votos, pero no acaban nunca ni de decirlo, ni saber si con esta cifra tendrán suficiente, y qué harán cuando la tengan. La prisión y la amenaza de la sentencia no ayudan a aclarar nada. Cualquier cosa que los protagonistas del 1-O (fuera o dentro del país) digan o hagan, más allá de la denuncia de derechos humanos desmenuzados y de las protestas de inocencia será utilizado en contra de los presos políticos. Es evidente que esta dinámica impone un hándicap muy grande sobre el liderazgo soberanista y el proceso futuro.
b. En segundo lugar, un sistema de medios de comunicación débil. La población unionista vive dentro de una burbuja mediática determinada desde Madrid y yo no he visto ningún movimiento (y no hablo desde el mundo de la administración o de la política) que haya podido, con éxito, ofrecerle una visión alternativa.
El PSC lleva muchos años sufriendo huidas de sus intelectuales próximos hacia sensibilidades políticas muy diferentes. Eso lo convierte en una máquina de conseguir votos sin estructura ideológica
5. Con respecto al unionismo, Ciudadanos ha sufrido un desgaste evidente ―fue un instrumento por decir no el día 21-D pero ha estropeado, con un discurso hostil e indigno, las pocas (probablemente poquísimas) posibilidades que tenía de consolidarse y expandirse.
6. El PSC lo ha sustituido pagando un precio alto: la consagración definitiva de sucursal del PSOE (y no aquel partido plural y al mismo tiempo hegemónico electoralmente e intelectualmente de los años ochenta). El endurecimiento socialista plantea problemas importantes para Catalunya ―que se queda sin un interlocutor "interno" en Madrid. En todo caso, a pesar de esta hegemonía temporal en el ámbito unionista, el PSC tendrá que afrontar tres problemas importantes pronto:
a. En primer lugar, su incapacidad de ofrecer nada en la cuestión territorial (ya lo vimos en la decisión de suspensión de los diputados catalanes), que lo convierte en una mera pieza de resistencia en todo tipo de cambio.
b. En segundo lugar, un perfil demográfico muy negativo. Su base electoral es un electorado envejecido. Y, como es usual en el resto de Europa, el socialismo catalán tiene una dificultad creciente a la hora de compatibilizar su electorado tradicional nativo y los nuevos inmigrantes ―colectivos que compiten en los mismos mercados de trabajo y de vivienda. (Esta tensión entre inmigración y nativos es, por cierto, todavía más fuerte entre el PP y Cs. El españolismo exacerbado que han adoptado hacia la cuestión catalana (y el cultivo de la identidad española) los aboca a rechazar la diferencia y la multiculturalidad y les impide captar voto inmigrante con facilidad.)
c. Finalmente, una debilidad intelectual extraordinaria. El PSC lleva muchos años sufriendo huidas de sus intelectuales próximos hacia sensibilidades políticas muy diferentes. Eso lo convierte en una máquina de conseguir votos sin estructura ideológica ―una situación que es, desafortunadamente, de poca utilidad para el conjunto de la sociedad.