Cuando era joven, era relativamente frecuente oír a las personas mayores comentar que tenían a tal o cual amigo bien conectado. Lo decían con un cierto énfasis, un poco misterioso, como si el hecho de tener aquella amistad pudiera abrir puertas que los otros no podían abrir fácilmente. Las conexiones personales siempre han sido socialmente relevantes —seguro que habéis oído la expresión "compañeros de pupitre"— y por eso, se recogen bajo el término "capital social". El capital social es esta red de interacciones con amigos y conocidos que nos acompaña y que, incluso, puede conformar nuestra vida, o explicar quiénes somos y lo que hacemos dentro de la sociedad. De hecho, las estructuras sociales se construyen sobre este complejo entramado de relaciones, con gente de alto o de bajo capital social. Existe una relación elevada entre el capital social y las expectativas económicas, de educación y de salud.

Las sociedades antiguas se basaban en relaciones de toda la vida, la gente viajaba muy poco, y muchas generaciones solían vivir en el mismo lugar. Actualmente, las sociedades son mucho más complejas, suelen estar más fragmentadas y polarizadas, con poca interacción e integración entre grupos de origen geográfico, pensamiento político, creencias religiosas, estatus económicos diferentes. Las sociedades fragmentadas tienen perspectivas de crecimiento económico y social peores que las sociedades bien cohesionadas, y su respuesta ante una crisis también es menos resiliente. Una de las cuestiones políticas más relevantes en los Estados Unidos desde hace décadas (y de hecho, de todo el mundo) es cómo disminuir las diferencias dentro de la sociedad y hacerla más cohesionada y conectada. Sin embargo, ¿cómo se mide este capital social y su impacto en la estructura de la sociedad? Responder a esta pregunta es primordial para diseñar mejores políticas sociales, pero cuantificarlo científicamente es difícil, porque para extraer conclusiones se requiere gran cantidad de datos.

Existe una relación elevada entre el capital social y las expectativas económicas, de educación y de salud

Pues bien, dos estudios recién publicados en Nature abordan esta gran cuestión: cómo las conexiones sociales modelan las expectativas socioeconómicas de las personas, y lo hacen analizando las conexiones de más de 72 millones de personas usuarias de Facebook (con edades de 25 a 44 años, de los Estados Unidos) y 21 mil millones de sus conexiones (amigos compartidos o no entre ellos). Podéis encontrar un artículo que hace una revisión del trabajo y un podcast, pero os hago un resumen rápido de sus conclusiones. En primer lugar, definen y miden diferentes indicadores del capital social: la conectividad económica (la relación que hay entre el estatus económico de las personas conectadas), la cohesión social (el nivel de amigos comunes que comparten) y la implicación en voluntarismo y actividades sociales (en inglés, civil engagement) y lo hacen por código postal (por lo tanto, hacen una correlación geográfica). Como os podéis imaginar, estos datos de conectividad económica y social son muy relevantes para explicar las diferencias de segregación racial, pobreza, inequidad y posibilidades de mejorar económicamente dentro de la sociedad.

Un primer artículo, muy descriptivo y detallado, muestra que las áreas en las que la gente tiene menos conectividad entre estatus económicos (es decir, cuando la gente de baja renta tiene muy poca conectividad con la gente de alto poder adquisitivo), las generaciones tienen menos probabilidades de mejorar económicamente con respecto a las áreas en que hay más conectividad, como se ve en la gráfica adjunta. De hecho, cuando hay más conectividad entre gente de diferentes estatus socioeconómicos, revierte en una mejora del 20% en las expectativas salariales de los descendientes.

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Gráfica extraída de Angrist y Sacerdote, Nature (2022), que extrae los datos del artículo de Chetty, et al. doi:10.1038/s41586-022-04996-4

Sin embargo, es muy importante remarcar que no todo el capital social tiene que ver exclusivamente con las expectativas económicas. Por ejemplo, los autores muestran cómo las diferencias en la esperanza de vida entre zonas con gente de baja renta correlacionan mejor con la cohesión social, es decir, la gente vive más en zonas donde tiene una buena red de amistades (amigos comunes) y se implica en actividades comunitarias. La sensación de pertenencia y tener una buena red social es muy relevante como capital social, independientemente de la renta.

En un segundo artículo, los mismos autores exploran cuáles podrían ser las causas de la desconexión entre estatus socioeconómicos y extraen dos conclusiones: en torno al 50% de la falta de conectividad social se debe al hecho de que la gente de renta alta y baja (y de diferentes orígenes geográficos) tienen poca ocasión de encontrarse y relacionarse, sin embargo, sorprendentemente, el otro 50% se explica por el sesgo en las amistades, es decir, aunque la gente de diferente estatus social pueda encontrarse, no se generan espacios de relación común, y las amistades y demás relaciones siguen estableciéndose dentro de los mismos grupos sociales de origen. Si no hay conectividad real, no hay posibilidad de intercambio y de mejora de cohesión. En estos casos, los habitantes de rentas bajas establecen conexiones de vecindad, mientras que los habitantes de rentas altas establecen conexiones más estables por el hecho de haber ido a la misma universidad. Lo que nos dicen estos análisis, y es preciso que recordemos aquí que estamos hablando de una "fotografía" muy precisa de la estructura de la sociedad americana a nivel de códigos postales (condados), es que para implementar medidas efectivas, hay que conocer bien cuáles son los puntos donde se puede mejorar esta conectividad social, por ejemplo, favoreciendo los contactos dentro del mismo grupo religioso entre practicantes de diferentes estatus socioeconómicos, o implementando actividades que permitan una mayor integración "real" de la población. Hay condados donde hay mucha cohesión social, y otros en los que no hay interrelaciones efectivas y, entonces, importa mucho en qué barrio has nacido para tener unas determinadas expectativas vitales (de salud, de educación y de poder adquisitivo). Por ejemplo, en un instituto de secundaria de Tejas, se ha observado que el hecho de tener tres comedores propició, sin querer, la segregación en grupos diferenciados de alumnos según su nivel de renta, con diferentes precios y preferencias de comida. Eso es lo que hay que evitar para tener una sociedad más integrada.

Como podéis ver, este tipo de estudios son muy relevantes para diseñar e implementar medidas efectivas, por eso, los autores han dejado en libre acceso sus datos (convenientemente protegidos, anonimizados, para evitar identificaciones), agregados por código postal, instituto y universidad de los Estados Unidos en el banco de datos Social Capital Atlas, que podéis consultar de forma interactiva.

social capital atlas
Imagen de pantalla del banco de datos consultable con los datos de 72 millones de usuarios de Facebook y su red de conexiones en Social Capital Atlas (libre acceso)

Este tipo de análisis tendría que ser ampliado, claro está. Por ejemplo, si hablamos de los Estados Unidos, los mismos datos permitirían analizar si hay correlaciones con el estado de salud o con las preferencias políticas, pero también puede servir para que las instituciones públicas puedan implementar políticas efectivas para mejorar la cohesión social. Pero si nos lo miramos con ojos europeos, sería muy interesante ver si este tipo de estructura social se mantiene en Europa, y se pueden extraer conclusiones similares con respecto a la cohesión social en diferentes regiones y países, es decir, si las conclusiones son específicas de la sociedad americana o son generalizables, con matices diferenciales relevantes, a otras sociedades. Evidentemente, se podrían usar otros tipos de grandes datos (como las conexiones por móvil). Finalmente, habría que ver, en el futuro, si el hecho de entender y analizar la diversidad de los aspectos incluidos en lo que consideramos capital social permite realmente mejorar la integración y cohesión de nuestra sociedad. Ante las crisis que nos esperan, tener una sociedad más resiliente no es un objetivo menor.