Puede ser que los lamentables resultados de Catalunya en el informe PISA se deban a las nuevas pedagogías, a los sistemas de valores deformados en los que no vale la pena esforzarse en lo que no hace sentir bien, y a una generación de padres dando importancia al hecho de que los hijos disfruten y basta. Puede ser. También puede ser que el modelo educativo vaya en consonancia con un modelo de país económicamente desmantelado. Puede ser que la escuela necesite docentes con más vocación y más nivel. Puede ser. Puede ser que el impacto de las pantallas haya desfigurado la capacidad de concentración de generaciones que ya no saben abrir un libro sin compaginar dos líneas con cinco minutitos de Instagram. Puede ser que precisamente el modelo educativo haya sobreprotegido a estas generaciones para guardarlas de la experiencia de la decepción. Puede ser que los centros se enfrenten a una sobrecarga de trabajo. Puede ser que falten recursos. Todo eso puede ser.

El informe PISA muestra que hace demasiados años que en este país se esconde la mierda debajo la alfombra y que ya no basta con una eventualidad como la pandemia para explicar según qué

El modelo educativo ha igualado el nivel por debajo. Que el abordaje de los datos del informe PISA todo el mundo lo haya hecho desde sus manías y desde donde ha querido, sin embargo, no es una buena noticia. La manera como la opinión pública ha reaccionado es la muestra de que la situación es grave y no es cosa de un solo gobierno. Desde 2015, la bajada ha sido notoria. Año tras año y legislatura tras legislatura, la estrategia ha sido chutar la pelota hacia adelante y centrar los debates educativos en aquello que no comprometiera a la clase política de turno. En mayo del año pasado, el informe PIRLS revelaba que los alumnos catalanes van quince —quince— puntos por detrás de los alumnos madrileños en comprensión lectora. Los estragos de la pandemia podían hacer de escudo argumental entonces, pero la curva del informe PISA muestra que hace demasiados años que en este país se esconde la mierda debajo la alfombra y que ya no basta con una eventualidad como la pandemia para explicar según qué.

Una verdad contrastable, sin embargo, es que cuanto menos catalana es la escuela, peor calidad ofrece. La escuela catalana no había sido nunca tan poco catalana desde el franquismo y tampoco había sido peor

Una verdad contrastable, sin embargo, es que cuanto menos catalana es la escuela, peor calidad ofrece. Es importante decirlo hoy a pesar de todos los pesares, porque una de las fijaciones del españolismo cultural a la hora de atacar la vehicularidad del catalán es hacerlo por la vía de la calidad de la enseñanza que se ofrece. La escuela catalana no había sido nunca tan poco catalana desde el franquismo y tampoco había sido peor. Otra verdad contrastable es que los profesores universitarios se ponen las manos a la cabeza con el nivel de los estudiantes, pero en este país el 97% de alumnos que se presentan a las PAU, las aprueban. Es imposible poner los datos unos al lado de otros y no escuchar la voz de la tertulianidad diciendo "nos estamos haciendo trampas en el solitario". El sistema pide un cambio de uno a otro, pero que la situación sea compleja no quiere decir que no se pueda afrontar. En este caso, y precisamente porque es compleja, quizás solo basta con querer llegar al fondo.

El Govern ha escogido el día en que el ventilador de mierda se ha puesto en marcha para culpar a los inmigrantes: ni un gramo de autocrítica sobre las carencias del sistema para integrarlos

El modelo educativo catalán no prepara a sus niños para ser personas funcionales. No solo eso, sino que el Govern ha escogido el día en que el ventilador de mierda se ha encendido sin freno para culpar a los inmigrantes: ni un gramo de autocrítica sobre las carencias del sistema para integrarlos. Si la inmigración que llega a Catalunya es no cualificada, ahora mismo no tenemos capacidad para calificarla. Son unos datos que pueden parecer cocinados para que cada uno meta sus manías y, ante eso, el Govern ha decidido legitimar las manías de la extrema derecha. Hace muchos años que todo lo que tiene que ver con el modelo educativo en Catalunya se toca de una manera superficial, casi decorativa, como si solo valiera la pena incidir cuando del producto del cambio se puede hacer propaganda. Ahora resulta que no es suficiente con la propaganda e incluso los que formaron parte de otros gobiernos de la Generalitat blanden el dedito para medir lo honda que es la llaga. El cinismo llama a todas las puertas cuando quien tuvo responsabilidad se quiere quitar las culpas de encima, y por eso la situación es doblemente preocupante: porque nadie se quiere hacer cargo y porque nadie confía en la competencia de quien durante años se ha hecho el sueco. La escuela catalana está aislando a los catalanes del mundo y no por los motivos que darían la razón al españolismo. Como con cualquiera de los otros problemas que acarrea el país, la mitad de la solución es la voluntad de mirar el monstruo a los ojos. Catalunya necesita algo más que barniz.