Una de las cosas más impactantes del día de Sant Jordi es darse cuenta que para muchas personas, demasiadas, comprar un libro el 23 de abril equivale a comprar butifarra d'ou el Dijous Gras: una vez al año, porque es tradición, i qui dia passa any empeny. Esta gente, además, la mayoría de veces es víctima de una de las armas de destrucción masiva más letales del mundo de las letras: las listas de recomendaciones de Sant Jordi. Como el 90% de los títulos que aparecen son peores que la tiña, los lectores esporádicos acostumbran a comprar uno de estos libros y después llegan a casa, lo abren, en la página veinte se dan cuenta de que aquello no vale nada, lo cierran y lógicamente llegan a la conclusión de que los libros son una tontería. El resto de 364 días que tiene el año, por lo tanto, pasan por delante de una librería con la indiferencia de cuando yo paso por delante de la tienda del Real Madrid en la Rambla. Esta triste realidad la conoce cualquier persona que haya trabajado de librero por Sant Jordi, y como un servidor durante siete preciosos años estuvo haciéndolo en la Librería La Cultural de Vilafranca del Penedès, cada abril, ni que sea con un artículo como este, reavivo la misión que durante aquellos maravillosos 23 de abril me gustaba cumplir: recomendar a los lectores esporádicos los buenos libros que ninguna lista de recomendaciones incluirá.

Empezamos por el principio, pues. De las novedades más recientes, me temo que no se ha hablado lo suficiente de Com un batec en un micròfon (Anagrama, 2024), de Clara Queraltó, una escritoraza que abre Twitter o Instagram una vez cada ocho meses y a quien, por lo tanto, se la suda el marketing made in redes sociales tan necesario en estos tiempos nuestros. Ganadora del Premio Anagrama, su novela dual con una historia de amor entre un tipo veinte años mayor que la chica es un libro fresco, irreverente y con una estructura interna de orfebrería capaz de cautivar a todo tipo de lectores, ya que es literatura de calidad que se lee como la vida misma. Pasa un poco lo mismo con Hiperràbia (Ángle Editorial, 2024), de Ferran Grau, en este caso llevando al terreno literario un hecho tan real como el asesinato de una indigente el año 2005 en Sant Gervasi por parte de unos adolescentes. La novela es un homenaje explícito a La naranja mecánica de Anthony Burguess, con la gracia de que sus páginas destilan el tedio y la absurdidad de una sociedad enferma, pero con un trabajo lingüístico que da ganas de aplaudir encima de la silla: el uso de un argot propio se acaba convirtiendo tan natural que el glosario final xeno-català no hace ni falta, y este es el acierto del libro. Otro novela sobre violencia que recomendaré a todos mis colegas sin ningún interés en los clásicos rusos es Culpable (Descontrol, 2024), de Roger Fuente, un narrador de Manlleu que ha debutado con el relato en primera persona de un politoxicómano acusado de un crimen. El subtítulo, Dietario de un personaje atormentado de una novela de Dostoievski, ya da pistas de las coordenadas por las cuales se mueve la obra.

Ya escribí un artículo comentando por qué La terra dura (Pórtico, 2023), de Anna Punsoda, es un libro que todo el mundo tendría que regalar, especialmente a los barceloneses que se piensan que Catalunya se acaba en los límites de la ciudad en la cual viven. También escribí otra columna clamando al cielo para que todos los jóvenes del país -y los no tan jóvenes- fueran corrientdo a comprar La garota entre les dents (Columna, 2024), de Pau Cusí, el futuro mejor escritor catalán del siglo XXI. Todavía no había tenido la ocasión de recomendar otras perlas que quizás por Sant Jordi no irán tan buscadas como los panellets por Todos los Santos, sin embargo. Hablo por ejemplo Els nostres objectes de cada dia (Proa, 2024) , de Josep M. Espinàs, una pequeña obra maestra reeditada del mayor observador que ha habido en las letras catalanas, pero también de Per abastar una estrella (Fragmenta, 2024), de Joan Santanach Suñol, un ensayo magnífico sobre el "Cant de Gentil" del Canigó. Café para cafeteros, pensarán algunos, pero si precisamente es un buen libro es porque está escrito de tal manera que todo el mundo, incluso los no verdaguerianos, pueden conectar. Es el mismo caso de que Obriu pas! (Columna, 2024), de Alfred Bosch, uno de aquellos libros divulgativos de historia que tienen un mal título y una cubierta todavía peor, pero que por suerte contienen en su interior una pequeña joya. En este caso, la fascinante historia de cómo los hombres de la Renaixença impulsaron el prestigio de la lengua catalana casi sin querer, peleándose entre ellos y siendo muy poco conscientes de que estaban cambiando la historia de Catalunya para siempre.

Sin aquellos hombres no habría existido la obra poética de Joan Salvat-Papasseit, quizás, por eso este año también paga la pena gastarse 25€ en comprar -y regalar- la poesía completa del maestro con un prólogo de Joan Fuster y una edición de Jordi Martí Font. El libro se llama JS-P y lo ha editado Godall Ediciones, la misma editorial que ha hecho pasar por imprempta el debut de Eloi Creus en el ámbito de la poesía con Como una mosca enganxada a la mel (Godall Ediciones, 2024), un libro de poemas que no parece escrito por un tonto que pretende hacerte creer imbécil ante versos incomprensibles o escritos después de un mal porro de hierba, cosa tan común en nuestro país, sino por alguien que considera la poesía como una cosa seria, digna y respetable. Y para acabar, ya que me he puesto un poco intensito y el filólogo que vive dormido dentro mío ha acabado sacando la cabeza, no me perdonaría acabar este artículo sin recomendar Los insignes col·loquis de Tortosa (Barcino, 2023), de Cristòfor Despuig, en versión actualizada de Joan Todó. ¿Puede un libro del siglo XVI explicarnos alguna cosa hoy? Sin duda, y más en periodo pre-electoral como el que vivimos, ya que Los col·loquis enfoca debates sobre la lengua catalana, la configuración política del país, la relación con la monarquía o incluso los recursos naturales de las Tierras del Ebro. Un libro el mar de actual, vaya, pero escrito hace quinientos años y en pleno Renacimiento. Quizás porque, en el fondo, los catalanes no hemos cambiado demasiado. Quizás por eso, también, este 23 de abril volverá a haber un montón de gente comprando libros como si al día siguiente, 24 de abril, entrara una ley en vigor que obligara a cerrar todas las librerías. Por suerte, quizás, o más bien por desgracia.