La nueva grada de animación del Camp Nou aparece como uno de los temas preferidos de la prensa catalana. Como si de un objeto de atención preferente se tratara, una abrumadora mayoría de periodistas deportivos (y no deportivos) se han centrado en observar con lupa cada acción, cada palabra que ha salido de los miembros de esta grada. Después del derbi entre el Barcelona y el Espanyol, el foco se ha maximizado sobradamente hasta el extremo de que el diario Ara ha publicado un editorial donde califica la actitud de los miembros de la grada de animación de "vergüenza colectiva". La causa: los gritos contra el Espanyol y la pancarta que se desplegó desde la grada: "RCDE primer negocio xino sin final feliz".

La tromba de críticas, descalificaciones y juicios que la opinolatría ha regalado contra la grada de animación sólo culminan con los hechos del derbi. Desde el primer día que la voluntad de esta opinolatría es poder cerrar la grada. Para hacerlo posible, ha utilizado dos tipos de argumentos: los estéticos y los morales.

En un país-colonia como el nuestro, con una prensa servil y acostumbrada al servilismo, no es extraño ver cómo nos enredamos en cuestiones menores o en las que parece que podamos decidir alguna cosa importante. En este sentido se explica que haya habido una atención tan detallada en la estética de la grada. Los temas más frecuentes han ido del "tienen pinta de skinheads/Boixos/violentos" al divertido y delirante "animan demasiado". Por en​medio, ha habido los "no me gustan los cánticos" o "no siguen el juego". Tener una estética que no te guste no es ningún delito, ni es lesivo: el mal gusto no es ilegal, y en una sociedad libre y normalizada el mal gusto está protegido tanto por las leyes como por la libertad y la justicia. En este grupo de argumentos estéticos contra la grada hay uno muy interesante: "no forma parte de la tradición de animación del Camp Nou". La pregunta que me surge es: ¿qué tradición? ¿Nos referimos al Barça bajo el franquismo? ¿O bien al Barça de preguerra, de unos tiempos de mucha más normalidad a pesar de todo?

La cuestión de la tradición del Barça abre la puerta a una problemática mucho más de fondo, que afecta al caso de los catalanes. Como en el pujolismo, los catalanes todavía hoy estamos tomando como referente de lo que es y tiene que ser el carácter catalán los años de plomo y represión del franquismo—en la paz obtenida por conquista militar y obliteración de la libertad, justicia y toda una generación de catalanes. En línea con el falso pacifismo catalán del que siempre hablaba Artur Mas, la opinolatría catalana nos quiere hacer creer que tener un Camp Nou lleno de comepipas y con un silencio espectral propio de las óperas baratas del Liceu es la normalidad del fútbol barcelonista. La ventana en la historia anterior a 1939 nos ofrece lo que realmente era la tradición del Barça. En la revista Panenka, Toni Padilla -uno de los periodistas contra la grada- ofrece un retrato histórico de una rivalidad Barça-Español absolutamente apasionada y violenta—violenta como nuestra propia historia nacional. El argumento de la tradición barcelonista es, como tantos otros argumentos de la Catalunya-colònia, una falacia.

Hay más normalidad en los Boixos Nois que en los liceístas castrados que tienen abonos en el Camp Nou

Cuando se comprende que el Barça es más que un club porque Catalunya es menos que un país, entonces se puede comprender que comportamientos y caracteres que hoy parecen propios de los catalanes sean en realidad una anomalía histórica. Hay más normalidad en los Boixos Nois que en los liceístas castrados que tienen abonos en el Camp Nou. Y es que quizás la normalidad de un país es tener un hooliganismo activo y unos campos de fútbol vibrantes y apasionados como sucede en Inglaterra, Alemania e Italia -por poner ejemplos de países normales. Mientras no seamos normales y nos pese encima la lápida de la distorsión de la ocupación española, tendremos que asumir que muchos aspectos de nuestra vida catalana son anómalos—la excepción europea.

La frontera entre los argumentos estéticos y los argumentos morales es muy fina. Se empieza criticando la manera de vestir de alguien y seguidamente se entona el "no es correcto, no está bien". En la lectura habitual de los periodistas contra la grada, se realiza la ecuación de convertir el "no es correcto" en "no es legal". Como en la estética, que el acto de otra persona atente a tu sentido moral no es, en sí, una cuestión ni lesiva ni delictiva, y mucho más importante, ni injusta. Se ha querido convertir la pancarta "RCDE primer negocio xino sin final feliz" en una cuestión de racismo y xenofobia, y los insultos contra el Espanyol como una ofensa a la dignidad colectiva. La pancarta de la grada puede considerarse poco acertada o no, pero no tiene un contenido lesivo. Quizás tendríamos que preguntarnos si nos molesta más la referencia al sexo—el gran tabú catalan- o a la desbocada prostitución en negocios chinos de Barcelona. Quizás nos enzarzamos en que es una pancarta racista para esconder realidades ajenas a la grada y sobre la que la grada obscenamente ironiza. No hace falta ahora que entre a hablar de temas psicoanalíticos sobre la positiva utilidad de la obscenidad en lo real. Jaume Asens, que también ha sacado su bilis moralizante contra la grada en Twitter, se tendría que preguntar qué ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona sobre la prostitución china ilegal. Como la opinolatría, el gobierno barcelonés de los comuns sólo vive de la moral y la estética—nunca de la pragmática transformadora de la libertad y la justicia. Es la marca capellanesca y católica tanto de nuestra opinolatría como de nuestra política.

Jaume Asens, que ha sacado su bilis moralizante, se tendría que preguntar qué ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona sobre la prostitución china ilegal

De una forma parecida se puede desmontar la crítica a los supuestos insultos que salen de la grada. Es un choque a la cultura lingüística políticamente correcta. Acostumbrado como estoy a utilizar este newspeak orwelliano de nuestro tiempo, puede parecer que la creación del eufemismo léxico signifique el fin de la grosería y la obscenidad intrínsecas del concepto sustituido. En cada victoria del vocabulario políticamente correcto nos alejamos un poco más de lo real y esterilizamos nuestro pensamiento y nuestras acciones. En la distorsión de la Catalunya-colònia, donde somos capaces de hablar de soberanismo, proceso y derecho a decidir para evitar los términos reales, el newspeak se convierte en un elemento más de humillación y castración nacionales.

Si dejamos de lado el uso de la moral y la estética en la opinolatría periodística sobre la grada de animación del Camp Nou, lo que realmente nos tenemos que preguntar es si los miembros de la grada de animación han cometido algún delito o han vulnerado la justicia. La respuesta es que no. No ha habido ningún incidente violento, los cánticos son inocuos, los hipotéticos insultos que se han proferido no han vulnerado la dignidad de nadie -ni en racismo, homofobia, lo que se quiera—, y la pancarta del último derbi no se puede comparar ni mucho menos al hecho de que los pericos trataran de puta a la mujer de Gerard Piqué—aún más, siendo Shakira ajena al mundo del fútbol.

En el mundo adulto hay que aceptar la diferencia y lo que no te gusta si lo que no te gusta no vulnera ni la justicia ni la libertad del otro

La grada de animación del Camp Nou es una de nuestras últimas grandes excusas. Es la excusa para aferrarnos al hecho de que somos una Catalunya-colònia, una Catalunya anómala. Nuestra infantilización se manifiesta a través de catilinarias donde los argumentos son siempre estéticos y morales —como si la existencia en sí del hooliganismo ya fuera un delito. Obviamos la libertad y la justicia porque entonces no podríamos decir nada contra la grada. En el mundo adulto hay que aceptar la diferencia y lo que no te gusta -si lo que no te gusta no vulnera ni la justicia ni la libertad del otro. La actual directiva del Fútbol Club Barcelona tiene que tener muy presente la insustancialidad de los argumentos periodísticos contra la grada. Aunque no lo parezca, hay mucho más en juego: la grada es espejo de las derrotas y miserias catalanas. La firmeza del club demostrará si están del lado de la moralidad o de la justicia, si somos una sociedad esclava o una sociedad libre. Cualquier acción contra la grada de animación sería injusta y vulneraría su y nuestra libertad.

Si la grada de animación del Camp Nou aguanta el embate de la catalana opinolatría moralista y esteta, entonces tal vez podamos abordar la gran cuestión tabú pendiente: que 11 años después de su expulsión del estadio, hoy ya no hay motivos para seguir vetando a Boixos Nois como colectivo dentro del Camp Nou.