Esta semana, nuestras futbolistas de la Selección Española han ganado el mundial de fútbol. Sin ninguna duda, un hecho histórico, que sirve de reconocimiento a la lucha, más allá de lo deportivo, de estas y otras tantas mujeres que, además de entrenar y ser excelentes en su disciplina futbolística, han tenido que superar obstáculos cimentados en un sistema machista. Es una realidad y desde luego, un motivo de alegría. Sin embargo, la noticia con la que nos han bombardeado por todas partes, a todas horas, no ha sido esa, sino el beso en los morros que se plantó en el contexto de la celebración por el triunfo. 

Una imagen que, de seguro, pudo resultar chocante y excesiva para buena parte de quienes lo vimos; incluso desagradable. Pero sin duda, lo que no podríamos imaginar es que la polémica eclipsaría la información que debería haberse dado con motivo del triunfo histórico de nuestra Selección Femenina de Fútbol. Se generó un debate, en mi opinión bastante forzado, que se ha querido utilizar para tratar de ondear todas las banderas posibles. Como viene siendo costumbre en España, si podemos evitar informarnos, profundizar, y conocer, lo evitamos y si, para ello, se puede generar una batalla campal, con sus trincheras, sus bandos, sus héroes y verdugos, pues mejor todavía. Esta oportunidad no iba a ser menos, así que lo del triunfo de la Sección Femenina de Fútbol ha quedado casi en anécdota (informativamente hablando) para vivir al minuto las declaraciones, las respuestas, los comunicados, los contracomunicados de todo el personal, ya esté o no directamente implicado con el esférico. 

Se generó un debate, en mi opinión bastante forzado, que se ha querido utilizar para tratar de ondear todas las banderas posibles

He visto afirmaciones, acusaciones y hechos que, en un Estado de Derecho, dudo si tendrían cabida. Y digo “dudo” porque viendo el panorama, y que aquí la prudencia brilla por su ausencia, prefiero cogerlo todo con alfileres. De lo que no tengo duda alguna es de que necesitamos urgentemente ser una sociedad más respetuosa, más prudente y más proclive a resolver problemas (en lugar de generarlos o amplificarlos ad nauseam). 

Los excesos nunca han sido buenos y en muchas ocasiones, nos empujan al error y al fracaso. La clave está en encontrar la justa medida, el equilibrio y no morir en el intento. También se sabe que abierta la batalla, quien pretenda tender puentes para su resolución, se llevará los palos de ambos bandos, por lo que nunca resulta sencillo izar banderas blancas mientras tantos se divierten viendo todo arder. 

El caso en concreto, debo ser sincera, me importa un pimiento. Y creo que es honesto que lo diga. No me interesa el fútbol, ni masculino ni femenino, ni los trofeos ni los aplausos de reinas ni infantas. Tampoco los improperios de ninguno de los que llevo toda la vida viendo en la sección de deportes de las noticias soltando majaderías o comportándose como primarios seres (desde que los entrenadores vestían con chándal, y fumaban, hasta ahora que parecen empresarios). Pero entiendo el fervor y el interés con el que mucha gente se toma este asunto. 

Me importa un pimiento el beso. Y lo digo porque aunque me pareció una situación absurda, excesiva y de mal gusto, no detecté señal que me hiciera pensar que la mujer se encontraba forzada. Me pareció, sinceramente, una de esas imágenes de exaltación, locura colectiva y absurdo que siempre he visto en las celebraciones deportivas que envuelven al esférico. Sin más. La distancia con la que observo siempre todo lo mediático-deportivo me hizo verlo como siempre he visto todo lo demás: excesivo y contrario en muchos puntos con muchos de mis criterios sobre la vida. 

Puede que sea una agresión. Puede. Pero para eso, se tendría que abrir un proceso de investigación, aportando las pruebas pertinentes y en un futuro, ya se vería qué determinaría la justicia. Sinceramente, tengo mis serias dudas de que pudiéramos encontrarnos ante un hecho delictivo, pero todo puede ser. Sobre todo porque tengo la impresión de que esta cascada de exageraciones en el asunto, está aprovechándose para distintas campañas. Y en ese sentido, sí debo reconocer, que está resultando óptima y provechosa. 

Aunque no me interese lo más mínimo el fútbol, sí sé que España se sitúa en el mapa, para no poca gente del planeta, precisamente por este deporte. Lo he comprobado durante muchos años en mi vida, cuando, al llegar a una reunión en la India, en China o en Moldavia, siempre, al conocer mi procedencia, se me preguntaba por el fútbol (la mayoría de las veces me reunía con dirigentes políticos masculinos, poco acostumbrados a lidiar con españolas). Está claro que España es ahora quien ubicará al fútbol femenino en el globo, no hay mejor anfitriona para hacerlo. Y desde luego que nuestra Selección Femenina, es el mejor referente para hacer Historia en este sentido. 

Y resulta evidente (y de una burda injusticia), que en el mundo del fútbol, como en todos los demás, la desigualdad entre hombres y mujeres, brilla por su absoluta ausencia. La visión que, desde el estereotipo del ámbito futbolístico, se ha tenido siempre de las mujeres es un hecho, y poco a poco se han ido dando algunos pasos para tratar de equilibrar un mundo fundamentalmente machista. Es necesario, es justo y es lo normal en una sociedad que quiere avanzar. Pero como casi siempre, tenemos una oportunidad maravillosa para explicar las cosas y preferimos montar un “me too” futbolero. Aprovechar esta situación para abanderar, aparentemente, una campaña mundial contra los abusos, la del “solo sí es sí” (¿no le suena?). 

Y ahí es donde me hace enfocar este asunto del beso. En toda la campaña que hay detrás. Como la hubo con el “me too” y como tantas otras promovidas por el “wokismo”. La moda de lo trans, las leyes “feministas” tan cuestionadas (y cuestionables), y las supuestas luchas de moda que parecen promover algo cuando, en realidad, están suponiendo destrozos de libertades y derechos con la excusa de unos ideales “muy progres y modernos”. Esta es la forma en la que actúa el Woke y no es la primera vez que escribo sobre ello. 

Fundamentalmente, se hace creer a la mayoría de la población una cuestión, se genera polémica sobre un hecho que supuestamente ha acontecido de una determinada manera, se juzga de manera impulsiva (sin pruebas ni análisis medianamente riguroso) y se promueven los eslóganes vacíos de contenido. Después, se impone una medida (que por lo general es absolutamente irregular, injusta y que vulnera Derechos y libertades) para, más tarde, comenzar a ver los destrozos que van surgiendo y esconder entonces un tupido velo. Por si se nos ha olvidado, recuerdo el “me too” (del que se ha ido dejando de hablar a medida que las sentencias judiciales han demostrado, en no pocos casos, la no culpabilidad de quienes han sido ya condenados por el público general sin un proceso adecuado); recuerdo la ley del solo sí es sí; recuerdo la ley trans y podría quedarme aquí recordando una detrás de otra.  

Esto del beso responde, paso por paso y punto por punto, a una de las campañas que se van produciendo en distintos ámbitos, pero que, finalmente, acaban en lo mismo: mucho ruido, algún destrozo, y pocas nueces. Pero también, y aquí viene lo importante, muñidoras de una distracción generalizada para evitar que se ponga la atención en otras cuestiones muy relevantes. 

No hay nada más sencillo que encender una mecha en estas circunstancias y manipular a la masa que se arremolina sin dudar ante la defensa de una buena causa. Porque, ¿quién podría defender un beso que supuestamente, se roba? A este carro es fácil subirse, al menos si lo que se quiere es, precisamente, eso: subirse a un carro. Que, dicho sea de paso, es lo que está haciendo prácticamente todo el personal. 

No hay nada más sencillo que encender una mecha en estas circunstancias y manipular a la masa que se arremolina sin dudar ante la defensa de una buena causa

Pan y circo. Crisis y fútbol. De eso va. Y sinceramente creo, que por muchos aspavientos, soflamas y eslóganes; incluso suspensiones, firmas, comunicados y renuncias, este asunto no va realmente de igualdad, ni de mujeres, ni de respeto. Va de postureo, de modas, de superficialidad y titulares explosivos. Y a la vista está. 

Vivimos instalados en el país del comentario de la barra de bar, de la terraza de verano, del vermut. Del chascarrillo y la condena ultrarrápida. Buena falta nos hace vivir en lo que nos dicen que somos: un Estado Democrático y de Derecho. Y para ello, una vez más, haría más falta una denuncia, una investigación, las pruebas y la sentencia; un proceso administrativo, en su caso; y mucha prudencia antes de generar olas interesadas que pasen por encima de todo y de todos.