La empresa de telecomunicaciones Parlem ha añadido un poco de carn d’olla al habitual espíritu apocalíptico, cursi y mortuorio que ataca a la tribu cada Navidad con un anuncio en el que varias personas se dirigen al espectador pidiéndole un minuto de silencio ante el peligro de la extinción del catalán. Con cara de afectados, abatidos por un fantasma o directamente por un dolor de estómago, los ciudadanos comunes que desfilan (no os alarméis, se respeta la cuota de hembras y de racializadas) van recordando supuestos puntos álgidos de la cultura catalana, como el Tirant lo Blanc, l "I am Catalan en la ONU", los conciertos de Oques Grasses o los platos de Santi Santamaria. Aparte de la delirante pornografía que implica dar publicidad en una determinada marca apelando a la muerte de una lengua, el audiovisual en cuestión sobrepasa la indecencia moral cuando nos plantan a una niña de pocos años, con mirada exorcista, advirtiéndonos de que "de todos nosotros depende romper el silencio."

Tendría que ser innecesario recordar una cosa tan simple como mezclar niños y pornografía emocional tendría que hacer sacar los colores a los responsables de este desperdicio nauseabundo. Paralelamente, es importante discutir la tesis de fondo a la cual se invoca en el anuncio utilizando una música muy determinada (Jo vinc d'un silenci, de Raimon) y cometiendo la osadía de situar en paralelo la situación actual del catalán a la del franquismo. La tontería no hace falta ni comentarla, pues los términos de comprensión general y de uso habitual de la lengua en la mayoría de la población —por muy preocupantes que estén en algunas partes del territorio— son de una robustez y persistencia que muchos activistas de la lengua durante el franquismo no habrían ni soñado. Otra cosa es que el catalán vuelva a ser una lengua que sufre el estigma de ser un vehículo inútil, recluido en la folklorización; pero de eso, como ya he comentado muchas veces, son responsables nuestros políticos, no Madrid.

Yo no vengo de un silencio, vengo de un mundo en el que el catalán se ha utilizado como lengua vehicular en primaria y secundaria, donde a pesar de la indiferencia que suscitaba en parte de la academia la he podida leer en un sistema de bibliotecas públicas envidiables y he vivido la emergencia de un universo editorial como el de ahora, de una riqueza y diversidad próxima al primer mundo. Yo no vengo de un silencio ni tengo ganas de hacer cantos al fin del mundo con ademán de falsa trascendencia. Servidor hace tiempo que escribe sobre el momento delicado que vive el catalán; cuando lo escribía hace unos cuantos meses, que no años ni lustros, solo me hacían caso los cuatro lingüistas, escritores y activistas de siempre. Que Parlem y la cultura del processisme se sume a todo este vómito de la extinción del catalán solo certifica que las élites del país están utilizando la lengua como una ramera para hacer ver que blindan la salud cuando en realidad hace muchos años que no mueven ni uno puto dedo para prestigiarla en la escuela y la universidad.

Las élites del país están utilizando la lengua como una ramera para hacer ver que blindan la salud cuando en realidad hace muchos años que no mueven ni uno puto dedo para prestigiarla en la escuela y la universidad

No venimos de un silencio, venimos de un 2021 en el que la literatura catalana ha producido obras maravillosas como Els angles morts, de Borja Bagunyà; Junil a les terres dels bàrbars, de Joan-Lluís Lluís, o Terres mortes, de Núria Bendicho; un año en el que los compañeros del editorial Flâneur han publicado magníficas versiones de El pintor de la vida moderna y el Spleen de París, de Baudelaire, por obra y gracia de David Cuscó, un año en el que Miquel Cabal nos ha regalado un nuevo Crim i Càstig para quitarse el sombrero y en el que maestro Jaumà se ha cascado una traducción completa de los versos de T.S. Eliott, lo cual es una cosa tremebunda de buena. Aquí nadie niega los problemas de una lengua que retrocede porque los responsables de hacer de ella una herramienta útil, prestigiada y vehículo de ambiciones poderosas llevan muchos años tomándonos el pelo y dejándonos con el culo al aire. Pero venimos de un ruido y de una actividad brillante e incandescente. De un silencio, por lo tanto, vendrá tu puta madre.

Cada vez que tengáis la tentación de llorar o que os pasen pornografía por la tele (aparte de denunciarla, cuando se utilice chiquillería) levantad el culo y comprad alguno de los magníficos libros o traducciones que nos ha regalado el 2021. Basta de llorar; si os preocupa la lengua, dejad de utilizar su cadáver para hacer cuatro duros, grupo de bobos necrófagos. No venimos de un silencio. Venimos de mucha letra y lo único que hacen las lagrimitas es borrarla. O sea que a trabajar y a leer. Cursis. Plomos.