La actualidad pandémica ha hecho pasar en sordina el último barómetro municipal de Barcelona que certificaría una victoria de los comuns a una distancia cómoda de Esquerra doblando el apoyo electoral del PSC. La mayoría de los compañeros plumillas han destacado el hecho de que Ernest Maragall sea el único alcaldable aprobado por los conciudadanos (un 5,2 que supera en un punto la nota de la alcaldesa). Pero eso da lo mismo; primero, porque el trabajo de los alcaldes es suspender (los barceloneses sólo pondríamos buena nota a un candidato; a nosotros mismos), y después por el hecho de que aquí lo importante es quién acaba sosteniendo la vara de mando. Y Colau no sólo resiste ocupando la trona en un presente de gran complejidad, sino que ha tenido la maña de incrustarse en su cargo cuando la opinión pública y publicada de la ciudad la ha señalado con más contundencia como fuente de todos los males de Barcelona.

A servidora no le hacen falta muchas encuestas para entender perfectamente esta gracia numantina de Ada. Por mucho que nuestros jóvenes tuitstars se entretengan en decir "puta Colau" cada vez que se encuentran con un patinete que circula fuera de la vía o que mis vecinos de Ciutat Vella se caguen en la alcaldesa cuando los borrachos europeos se les mean en la esquina, Colau es la única política de la Catalunya autonómica que entiende mínimamente el poder y lo utiliza para imponer una forma de ver el mundo. Su modelo de ciudad, dirían los cursis, no se parece en nada a la capital de estado que yo imagino, del mismo modo que sus calles predilectas, restaurantes y márgenes de Barcelona me son ajenos. La suya es una villa surgida de la estrechez maragallista (española, vaya), subsidiaria de Madrit, y vocacionalmente pobre; no es la mía, repito, pero sé reconocer que la defendería como yo, con uñas y dientes.

El independentismo sabe perfectamente que presentar a la alcaldía al pobre Ernest Maragall o a la desdichada Elsa Artadi es una forma de perpetrar el colauismo. De hecho, la sola existencia de estos dos candidatos (uno, hijo predilecto de la burguesía socialista y, la otra, una aspirante a niña bien que si fuera una pija lista como Cayetana todavía haría un poco de gracia, pero que ya tal) resulta la prueba del algodón de que la partitocracia indepe ya vive muy a gustito en las migajas del autonomismo. He escrito muchas veces, y lo repito por si todavía queda alguien mínimamente inteligente en la esquerrovergencia, que jugando al autonomismo y a la liga de una ciudad en la que hacer pasta sea un crimen y tener éxito una tara, Ada nunca tendrá rival. Si a este hecho incuestionable le añadimos el execrable intercambio de cromos presupuestario entre Esquerra y los comuns, como comprenderéis, Ada puede respirar muy tranquila.

Barcelona es el único lugar de donde puede surgir una energía que acabe de matar el chantaje emocional y el martirologio del postprocés para edificar algo que no esté carcomido

La depresión mental que atenaza Catalunya, manifiesta con la funesta imagen de un intento de president que se dirige a la nación desde un aula de niños, sólo se aclarará con un proyecto de capitalidad estimulante. A Colau no se la ganará jugando a la mandanga de ver quién la tiene más larga en términos de políticas sociales ni blandiendo la llama de un igualitarismo a la baja. Para espabilar la ciudad necesitamos a alguien que recuerde que Barcelona es el lugar donde puedes venir si quieres respirar libertad, una comezón de vida que no es aquella chorrada neoliberal de los castizos madrileños, sino la belleza del 1-O, la imagen de una capital donde haya vida inteligente y se pueda transformar en pasta. La igualdad, en Barcelona, siempre la hemos hecho con más riqueza, y haga el favor de levantar la persiana del bísnes y tenga la bondad de guardarme la mesa de siempre, que hoy el toque de queda nos lo saltaremos.

Sintomáticamente, todo esto que os escribo, a los burócratas del autonomismo independentista les suena a chino. La gente de Esquerra no sabe cómo decirle a Ernest que deje la teta pública y se dedique a cuidar a sus nietos; y los convergentes, antes que encontrarle trabajo a Elsa en un consejo de administración español, han preferido montarle manifas a Ada presentando como futuro alcaldable a Gerard Esteve, un monaguillo que la alcaldesa se jalaría con más facilidad que la gilda de olivitas del Xampanyet. Todavía hay muchos compañeros de militancia independentista que no entienden cómo Ada puede sobrevivir la presión de los ciudadanos que todavía creen en una ciudad rica, mediterránea y nacional, que resucite la clase media. Les contesto y escribo, queridos lectores, que esta queja es sólo palique tuitero; para sus negocios de tres al cuarto con España, que esté Ada ya les va muy bien.

Volveremos a tener un independentismo realmente vivo cuando la ciudadanía destrone a la actual partitocracia del Parlament; sigo pensando que Barcelona es el único lugar de donde puede surgir una energía que acabe de matar el chantaje emocional y el martirologio del postprocés para edificar alguna cosa que no esté carcomida. Mientras la opción sea votar para perder o imitar los tics de Ada, nuestra alcaldesa podrá retirarse cuando le salga del higo. Todos los hijos políticos del 15-M están muertos (sí, también esta vicepresidenta podemita que luce tanto y a quien Pedro Sánchez cortará la cabeza cuando menos se lo espere); la única que ha mantenido el poder, por mucha rabia que te dé, es Ada, y así continuará por los siglos de los siglos mientras sus opositores se le dirijan con la boca pequeña. Ya sé que da vergüencita recordarlo, pero el primer paso para ganar, aparte de saber a quién te enfrentas, es querer ganar.

Si alguien se atreve, que grite. Lo estamos esperando con frenesí.