Podría ser porque la prensa de la tribu lleva unos días demasiado acostumbrada a la euforia (ahora que volvemos a ser europeos de pro y que el viejo continente “ens mira) o debido a que eso de leer malas noticias en Navidad da una cierta pereza, pero ayer me sorprendió el escaso eco mediático de la revelación según la cual el expresident Pujol había dejado de tributar 885.651 euros de una cuenta que, a pesar de ser un patriota, decidió guardar en el estado independiente de Andorra. Sorprende, en definitiva, la falta de indignación que en la república de las sonrisas provoca que un president de la Generalitat, sempiternamente bronco con el pueblo y presumible faro moral de la nación, haya acabado bien retratado como un defraudador fiscal. En saber que el delito había prescrito por antigüedad, y emulando a nuestra Rosalía, no pude evitar un feliz pensamiento: “estima’m com els inspectors d’hisenda espanyol estimen Jordi Pujol.”

Porque ahora resulta evidentísimo que el estado español (que es de una diligencia científica, por ejemplo, cuando me ha de pimplar una multa por haber entregado la declaración del IVA con sólo dos o tres horas de retraso) conocía perfectamente todas y cada una de las irregularidades cometidas por el antiguo presidente, así como resulta igual de palmario que los aparatos ideológicos y el CNI españoles, ya fuere con timón socialista o popular, toleraron la corrupción pujolista con la condición implícita de que el 126 moderase al independentismo en su partido y no cuestionara nunca la integridad territorial de España. Madrid aceptó encantada esta transacción de espacios corruptos porque, en el fondo, en la capital del reino ya se estaba gestando un latrocinio muy profesionalizado (de bancos y autopistas que acabaría siendo rescatadas por todos) mientras aquí la cosa nostra, al final, iba de cuatro comisioncillas de nada.

Porque ahora resulta evidentísimo que el estado español conocía perfectamente todas y cada una de las irregularidades cometidas por el antiguo presidente 

A mí que Pujol defraudase a hacienda me puede joder más o menos, pero lo que sí que me escuece el alma es que el antiguo president hipotecara la independencia del país para enriquecer su particular élite y todo ello a base de imponer a los catalanes una moral de esclavo según la cual esto de cambiar el statu quo era de locos o soñadores. Yo pensaba, pobre de mí, que con esto del procés podríamos cambiar esta columna vertebral castradora de la política catalana, pero lo pensaba cuando era (todavía más) un imbécil que pensaba que nuestros políticos no nos engañarían con la caradura que ya es sabida por todos. La notica de Pujol, en este sentido, me da que pensar que si el país todavía no tiene la capacidad de ser crítico con su expresident, dieciséis años después de haberse retirado de la política, imaginaros si podrá serlo nunca con la clase procesista, que por desgracia todavía ha brillado más en el arte del chantaje emocional.

“¡Que pagui Pujol!”, cantaban los progres en la Barcelona de los ochenta cuando se saltaban las vallas del metro. Esperad sentados, porque ni cuando los españoles le han levantado la inmunidad tendrá que aflojar billete. Ni él, ni todos los responsables últimos del caso Palau, que se saldó condenando a Millet, Montull y a cuatro subalternos de Convergencia. No, Pujol no pagará nunca. Y todos estos gorditos que se han enriquecido durante años con la nómina del procés y el posterior retorno al autonomismo tampoco: y es una pena, porque nos han robado mucho más y con mucha más mala leche que el abuelo. Es deprimente, ya lo sé, pero es lo que hay.

Y dicho esto, deseo a los sufridos y pacientísimos lectores que tengan feliz Navidad.