Por fortuna, este reciente Sant Jordi no sólo será recordado por el execrable gusto de los conciudadanos a la hora de comprar libros ni por el hecho de que el fast-book del epidemiólogo nacional ya descanse en la mesita de la mayoría de lacistas y señoras del país. En el tradicional desayuno del Ayuntamiento de Barcelona, el escritor Pol Guasch decidió guardar la pompa y puso un poco de neurona con un discurso extraordinario que no hay que comprar en su totalidad, pero que tuvo la delicadeza de cantar las cuarenta a Ada Colau y a las otras autoridades que lo escuchaban con una precisión fuera de serie. Un discurso político desde la primera sílaba, cuando Pol dijo que no caería en la trampa de hablar en nombre de nadie ni de estigmatizar su singularidad apelando a una cuota literaria joven, aun poniendo de relieve que su presencia rompía ocho años de discursos en español, que es la lengua literaria y de uso que Colau está normalizando como prioritaria en la capital de Catalunya.

No compro que un escritor no quiera definirse como tal apelando a la precariedad del oficio y a la inexistencia de una renta básica o de una política cultural competente a nivel municipal y de país (dicho esto, faltaría más, Guasch puede definirse como más le complazca), pero comparto y aplaudo la necesidad de que la gente del mundo del arte pueda dirigirse a la clase política sin mendigar, el deber de pensar nuestra literatura más allá del mercadeo, y la obligación de denunciar el carácter profundamente iletrado de la mayoría de nuestros agentes culturales. Contra lo que escribió el amigo Jordi Galves en estas mismas páginas (abro paréntesis; es una vergüenza que Jordi no pueda ejercer la crítica literaria en ninguna publicación del país a día de hoy), creo que Guasch o quienquiera puede disparar este ideario en el ágora a pesar de haber ganado un premio como el de la editorial Anagrama y del hecho de que su obra sea patrocinada o exaltada por muchos suplementos culturales de la tribu.

Recordar a la alcaldesa su desprecio sistemático por la lengua del país no me parece un asunto menor. Que un autor todavía joven reclame su condición adulta y la singularidad de su voz también me regala mucha esperanza

Se puede enmendar perfectamente el sistema desde su interior, si hace falta incluso con una cierta cuota de cinismo, si eso le garantiza a un autor inspiración suficiente para hacer su obra con entidad. Séneca podía hacerse el estoico mientras vivía cargado de pasta, Pla el catalanista mientras abrazaba el conservadurismo español (y algo más que eso) y Capote frivolizar con los ambientes más banales del capitalismo neoyorquino porque sus contradicciones derivaron en obras filosóficas, literarias y periodísticas muy beneficiosas para la humanidad. Sólo hay que hablar cinco minutos con Pol Guasch, leer Napalm al cor (servidor, privilegiado, también ha podido devorar los magníficos poemas todavía inéditos de La part del foc) para admirar la seriedad con la que escribe y para intuir que su discurso de Sant Jordi va mucho más allá de una boutade para justificar su ego o de una excusa para que la alcaldesa Colau se haga la tolerante y la chupi-guay a costa de aguantar a alguien que la enmiende.

Recordar a la alcaldesa, y hacerlo delante de sus morros, su desprecio sistemático por la lengua del país no me parece un asunto menor. Que un autor todavía joven reclame su condición adulta y la singularidad de su voz también me regala mucha esperanza. Guasch dijo que "todavía tiene que llegar el texto que haga con el mundo lo que hemos sido capaces de hacer, entre otros lugares, en Urquinaona". Personalmente, poner el listón de la ambición en unas protestas en la calle que expresaron mucha más frustración que fuerza no me parece lo más adecuado, pero si esta es la metáfora que a Pol le va bien para incendiarse y escribir, ¡adelante! Yo he leído su letra y, de momento, me regala mucho más que buenas sensaciones. Y también he captado su energía valiente, ciertamente, y la considero mucho más provechosa que el empeño de la mayoría de mis coetáneos, para la mayoría de los cuales salir a hacer running una vez pasados los cuarenta ya representa una pequeña revolución.

Si depende de mí, Pol Guasch es escritor y, si la cosa depende de los lectores, espero que también, y que en cualquier caso premien su sentido de excelencia comprando sus libros y dejándose caer en sus recitales. Y si haciéndolo le engordamos la barriga a sir Jorge Herralde y provocamos orgasmos a los críticos de La Vanguardia, pues mira tú, that's life, y no creo que el hecho sea imputable al autor. Leedlo, de verdad, y celebremos los espíritus libres, porque con tal de escuchar las salmodias inservibles de los esclavos ya tenemos las de muchos congéneres que han hecho mucho más que jugar al sistema y han acabado vendiéndose. ¡Si la tribu todavía tiene alguien con napalm en el corazón, corred a escucharlo!