El jueves pasado los CDR de Terrassa celebraron un acto conmemorativo del segundo aniversario del registro de Unipost en el que la Guardia Civil se presentó en la conocida empresa de mensajería en busca de papeletas electorales. Todos recordaréis las concentraciones espontáneas alrededor de la sede de la localidad del Vallès en la que los Mossos de Trapero (sí, los que nos tenían que ayudar en la culminación de la revolución de las sonrisas) y que, a pesar de los cánticos y del escarnio coral, acabó encontrando las papeletas en cuestión poco después en una nave industrial de Igualada que era propiedad de la misma empresa, ahora en suspensión de pagos. Los CDR consideraron oportuno continuar con la ironía y el buen humor de aquel hito de la resistencia pacífica realizando una ofrenda florar con antorchas y esteladas en el bolardo metálico que resistió el embate de un furgón de la policía catalana.

Vale la pena comparar las fotografías de esta celebración pintoresca ―seguida por un centenar de personas, de aire cutre y estética d’esplai con el recuerdo de las imágenes originales: el contraste muestra perfectamente la transición de una ciudadanía muy consciente de la represión que comportaría el 1-O, pero aún así alegre y con ganas de culminar el procés dejándose la piel y la cara en el referéndum, a un movimiento soberanista sin ningún tipo de liderazgo, condenado a la reivindicación folclórica y a la bullanga por obra y gracia de unos líderes que se miran la injusticia desde la poltrona. La responsabilidad de la degeneración, más allá del buen o mal gusto reivindicativo de los CDR, no es de la gente (que ya hizo mucho defendiendo los colegios electorales y la preparación de un referéndum impulsado por una clase política que no tenía la mínima intención de aplicar su resultado) sino de una oligarquía independentista a la que ya le va bien que la peña se distraiga haciendo el memo en la calle mientras los de siempre traman la enésima rendición al poder castrador estatal.

Es muy acongojante asistir a comprobar como se condena a tantas generaciones del país a hacer penitencia adorando a pantocrátores simbólicos de lo que hubiera podido ser y se ha quedado a medias

Sin ir más lejos, esta semana sabíamos que nuestra queridísima policía está urdiendo una campaña de rearme otoñal con gas pimienta y murallas metálicas para contener cualquier manifestación de la ciudadanía en protesta por la sentencia del Supremo. Los españoles, mirad si viven tranquilos, que ya no nos tienen que enviar a los ‘piolines’ al puerto de Barcelona, porque nuestro honorable (sic) Miquel Buch ya lo hace por ellos. Fijaros si la cosa es delirante que mientras el 131 realiza llamamientos a la movilización pacífica, a la revolución permanente y a toda cuanta mandanga resistencialista, su propio conseller de Interior va preparando a la bofia para volver a reventarle la sien a las abuelitas. ¿Por qué nuestros queridos enemigos deberían molestarse en tramar la represión futura si la administración catalana ya lo hace por ellos? Los aparatos ideológicos y represores del estado, ya lo veis, no tienen que mover un solo dedo, porque han sido los propios líderes catalanes quienes han condenado a la ciudadanía a la fatalidad de expiar su tristeza en actos simbólicos de protesta condenados a la nostalgia perpetua.

Da mucha lástima ver a ciudadanos honrados de Terrassa, y en breve pasará con todo el país, condenados a realizar una procesión para adorar a un solitario pedazo de metal como si se tratara de la Victoria de Samotracia en persona; es muy acongojante asistir a comprobar como se condena a tantas generaciones del país a hacer penitencia adorando a pantocrátores simbólicos de lo que hubiera podido ser y se ha quedado a medias. Soy, lo sabéis de sobras, tremendamente pesimista con este presente mío y, hoy por hoy, sólo puedo esperar que la mala gente que nos ha llevado a esta situación tenga la decencia de dormir mal cada noche y también que, en unos años, nuestros hijos nos regalen una merecidísima bronca por no haberlos echado a todos de la poltrona mucho antes. Habéis arrojado a la gente a adorar un bolardo metálico y, creedme, yo no os lo pienso perdonar jamás.