Permitidme que os turbe con una batallita. El pasado catorce de marzo, en pleno debate de presidenciables del Ateneu en la Docta Casa, el consocio y actual presidente de la institución, Jordi Casassas, se me dirigió recordando un artículo mío publicado en estas mismas páginas de El Nacional en que describía el antiguo conseller de Cultura Santi Vila como "un pobre chico, un simple impostor que no daba golpe." Después de citar el escrito sin contextualizar nada de nada, como se hace habitualmente en los tribunales de justicia españoles (creedme, lo he vivido en carne propia), el presidente Casassas insinuó que decir cosas como estas perjudicaba el buen nombre del Ateneu y que si el ente tenía un presidente como yo peligrarían las ayudas del Departament de Cultura y, en general, de todas las administraciones que todavía hoy subvencionan un mínimo porcentaje del presupuesto total de la casa.

Haciendo de portavoz de mi querido Santi (el presidente dijo que había coincidido hacía muy poco), Casassas añadió que el conseller se extrañaba mucho de mis críticas, teniendo en cuenta que no lo conocía personalmente, reproduciendo así una curiosa idea según la que solo puedes enmendar a alguien si has compartido parada y fonda. Como recordé en mi turno de respuesta, Villa no solo sabía de mi existencia de sobras, sino que se había encargado en persona de que el Gran Teatre del Liceu retirara la publicidad que en aquel tiempo tenía en mi blog "La Torre de les Hores". La cosa quedó aquí, y tiene cierta gracia, porque las veces que posteriormente he coincidido con Santi siempre me ha profesado una desmesuradísima cortesía, como si todo en nuestra vida hubiera sido amor.

Estas últimas semanas he pensado mucho en aquel debate en el Ateneu, y no sólo por este detalle de Santi, sino sobre todo por la sensación de impotencia que sentí al tener que explicar algo tan sencillo como que la cultura catalana y sus instituciones no pueden depender de líderes de absoluta impostura y mucho menos todavía, como hizo Casassas, tenerlos como una autoridad que, de ser mínimamente enmendada, nos hará sufrir por la limosna anual. Vila ha dejado bien claro cómo las gastaba, desde su huida ignominiosa y en el último minuto del Govern (previo pacto con sus amigos del PP, que le han asegurado una sentencia hecha a medida) hasta la pantomima de la noche en prisión. Desde hace pocos días, Santi ya empieza a pasearse en actos donde se fotografía con los impulsores del Club 155. De este crío, ya lo veis, no podíamos ni hacer un chiste.

Vila ha dejado bien claro cómo las gastaba, desde su huida ignominiosa y en el último minuto del Govern hasta la pantomima de la noche en prisión.

A pesar de la justa derrota que sufrí en las elecciones (porque todo aquello que se vota en libertad es justo), guardo un recuerdo muy precioso de aquellas semanas, no solo por todo aquello que aprendí y por el privilegio que implicó haber participado en unos comicios que suscitaron el interés de tanta gente por el Ateneu, sino porque aquel viaje me permitió formar una auténtica familia con mis compañeros de candidatura. A menudo recuerdo con cierta nostalgia (pecado!) como las semanas previas antes de la votación, y a falta de un programa electoral tan ambicioso como el nuestro, muchos críticos nos acusaron de ser una candidatura politizada, de derecha radical y próxima al trumpismo, cuando de hecho nuestro motivo rector era no caer en el procesismo y su búsqueda perpetua del tenerlo muy cerca, no programar un solo acto de política en la casa y llegar a la independencia fortificando la cultura del país.

Recuerdo un día en que, apenas oficializadas las candidaturas y todavía sin hacerse públicos los programas electorales, una consocia escribió a través de Facebook que, sintiéndolo mucho, no me votaría ni en pintura. A mí me extrañó bastante, la cosa, más todavía teniendo en cuenta que la persona en cuestión tiene más o menos mi edad y podía llegar a sentir mucha afinidad con nuestras demandas por la casa. No le di mucha más importancia, hasta que hoy he visto su nombre bien destacado en la "lista del president" por Barcelona. No he podido evitar sonreír a gusto. He tenido tentaciones de hacer un artículo crítico sobre el invento del president Puigdemont para salvar Convergència, pero me ha dado pereza que me acusen de cargarme las ilusiones de la gente con mi osadía. Debe ser que me estoy haciendo mayor y que eso de los chantajes emocionales me va venciendo poco a poco.

No he escrito el artículo, finalmente, pero ha sido una buena ocasión para recordar nuestro amor, Santi, ahora que todo el mundo te empieza a conocer tan bien como yo y que enmendarte no es pecado. Ya ves como Catalunya me paga el hecho de ser un visionario.