Tendría veintidós años, con la carrera de filosofía apenas acabada, ni puñetera idea de casi nada y algunos artículos escritos en prensa menor. En el antiguo restaurante del Ateneu (gracias por tantos fideos a la cazuela, querida Paquita) conocí a Jaume Vilalta, un hombre de gesto afable y amabilidad exquisita que, con otros convergentes coetáneos de Pujol, había fundado el Avui. Jaume me llevó un día a la sección de opinión del diario y Pere Tio se nos quitó de encima con indisimulada desgana. Mientras salía de aquel despacho, vi por primera vez a Vicent Sanchis, disfrazado con unas gafas solares de crooner, todo de negro, con un andar vitalísimo que parecía tener el poder de atravesar cualquier muro. Bajando al ascensor, mientras pensaba que allí nunca haría nada, choqué con David Castillo. Al verme cargado de libros, como siempre, me dijo con aquella voz achicletada tan suya: "¿por qué no me escribes algo?".
En casa se leía La Vanguardia, yo llevaba El País bajo el sobaco para hacerme el cosmopolita (sí, era más imbécil que ahora) y tengo que confesar que la gente del Avui me parecían mamuts de otra época. Pero David me trató muy bien, me dejó escribir en libertad y aprendí enseguida que eso de la letra implica meterse en problemas cuándo dejé por los suelos el libro de un profesor (lo he revisado tiempo después y tenía razón, era una caca). A base de colaborar, empecé a leer los artículos de Sostres, quien destripó la libertad creadora antes que nadie en el país, aparte de demostrarnos que la mayoría de nuestros ídolos eran unos auténticos bobos. Graupera escribía unos billetes espléndidos, con aquella capacidad que tiene Jordi de coger la complejidad por la huevada y ventilársela en dos frases. Y también, of course, estaba Enric Vila, que primero me pareció un chalado, hasta que comprendí que siempre acostumbra a tener razón.
En el Avui continué unos cuantos años hasta la fusión con El Punt. En enero del 2014 escribí un artículo sobre un conocido ladrón ampurdanés que Xevi Xirgo me censuró (el criminal todavía está vivo y ejerce como tal). El Avui no era el mismo diario, era evidente, pero sobre todo yo había cambiado mucho; Manhattan y los periodistas neoyorquinos me habían enseñado cómo se escribe y se piensa en un entorno normal en que la ley la hace el individuo, y allí empecé a entender que Catalunya es un país ocupado y que la independencia era una exigencia para nuestra sanidad mental y felicidad colectiva. Visto en perspectiva, tuve mucha suerte de salir del Avui justo cuando se iniciaba el proceso de putrefacción de los diarios en catalán y cuando las redes abrían una posibilidad de libertad incontrolada por el poder. No es extraño que, de aquella conversión mediática, surgiera una generación de escritores que espabilaría a los políticos catalanes hasta verterlos a tener que organizar el 1-O.
Ahora deberíamos ayudar a los chicos del país a encontrar su espacio de libertad y obligarlos a hacer algo más que prosa de domingos o refritos de notas de prensa
Ayer volvía de correr y, pasando por un quiosco, me entretuve recordando el tiempo que había pasado sin comprar un diario de la tribu. Escogí unos cuantos y enseguida me sorprendió ver cómo el Avui se había convertido en un panfleto lacista mentalmente más delgado que la hoja parroquial. Soy un enemigo radical de la nostalgia, pero me entristeció muchísimo ver aquello que había sido un diario convertido en una auténtica broma de mal gusto, y no solo por su vocación puigdemontista, sino por una sintaxis perdedora y una ambición cultural de parvulario. De hecho, sorprende que con estos libros de texto de prensa la generación de articulistas que he citado antes sigamos siendo igual de independentistas o más (sí, incluidos los que ahora escriben en la prensa enemiga; estos también), y también cabe decir que si queremos salvar el catalán, que dicen los cursis, disponer de un diario así para enseñar cómo no se debe escribir tampoco no es una noticia tan devastadora.
La decadencia del Avui, y el hecho de que aquel director que vi irrumpir en su dirección como un titán ahora dirija con desgana una televisión castellanizada y autonomista, es una advertencia magnífica para los jóvenes más desvelados de la tribu a quienes el procesismo ya ha puesto a hacer gacetillas infumables en los espacios de la prensa controlados por los partidos. También es una advertencia para nosotros, que disfrutamos de un diario donde todavía se podían escribir cosas con interés, y ahora tendríamos que ayudar a los chicos del país a encontrar su espacio de libertad y obligarlos a hacer algo más que prosa de domingos o refritos de notas de prensa. Nosotros tuvimos este espacio y tenemos que ayudar a que ellos tengan el suyo antes de que la Corpo y el autonomismo los vuelva más cobardes. Este espacio era un diario; se llamaba Avui.