El Encargo de Javier Melero (Editorial Ariel) es probablemente el mejor libro que se haya escrito sobre el procés, y no sólo porque el abogado de Joaquim Forn sea un magnífico jurista y pueda analizar como pocos los vaivenes del juicio en el Supremo que condenó a nuestros presos-mártires, sino porque el texto resume perfectamente el delirio final de una era en la que España ha acabado enchironando a unos políticos que instigaron una independencia virtual (“una rebelión posmoderna, con bitcoins, carsharing, vídeos lacrimógenos de Òmnium y algún fake del 1-O con imágenes de manis chilenas”, escribe el autor), castigándoles prácticamente como si la secesión hubiera sido efectiva más allá de su soñadora irresponsabilidad. Si eres un lector creyente procesista ―Estimats Lluc i Joana― mejor que no te lo leas.  

Contrariamente a lo que republicanos y convergentes han contado a su credulísima parroquia, Melero recuerda como él mismo ―y no debía ser el único― ya advirtió a las cúpulas de los partidos no sólo de la futura impugnación de las leyes del referéndum y de la desconexión por parte del TC, sino de todo el posterior marcaje con el que la judicatura española ahogaría al independentismo. Pero antes del 1-O, ahora lo sabemos todo, los políticos procesistas sólo pensaban en chutar el esférico cuanto más lejos mejor (“parecéis el ejército de Stalin, en el que era más peligroso retroceder, porque te fusilaban los tuyos, que no avanzar hacia los alemanes”, dice el autor a su cliente Lluís Corominas), rezando para que la posterior represión policial les diera una vía con la que presionar al estado para negociar o les permitiera abanderar el habitual martirologio en unas elecciones.

Melero puede estar contento. Ha visto fracasar al independentismo, se ha burlado de toda la lucha política de sus clientes, y a pesar de ello hoy todavía le paran las abuelitas indepes por la calle para felicitarle

Melero escribe con una prosa tan admirable, especialmente diestra en el arte de describir personas y lugares con unas pocas flechas llenas de ironía, que llegas a tener la tentación de creerlo cuando, impostando ingenuidad ante los preparativos del juicio, el abogado expresa su convencimiento de que Marchena y los suyos no tendrían tentación alguna de castigar a los presos-mártires con una sentencia ejemplar que provocase un acojonamiento importante ante futuribles aventuras de sus sucesores. A su vez, el autor juega bastante bien en el terreno de la equidistancia de los apologetas de la tercera vía, cuando no tiene inconveniente alguno en imputar la descoordinación policial a los esbirros de Zoido, con una mención especial a Pérez de los Cobos, o critica el discurso del rey Felipe VI como si estuviera escrito por un burócrata sin oficio con el único objetivo de satisfacer el narcisismo punitivo de la España mesetaria. 

Lo mejor del libro, no obstante, son las conversaciones en las que Melero se chotea del amateurismo político de los clientes que le pagan la nómina, con una mención especial al pobre Quico Homs, a quien se llega a ridiculizar con tanta mala baba que el pobre jabalí hasta genera compasión. Así también Joaquim Forn, que tuvo que asistir impávido a como su abogado lo desnudaba a él y a sus compadres como una simple panda de aficionados a quienes no debía ni castigarse por un simple farol. Melero puede estar contento. Ha visto fracasar al independentismo, se ha burlado de toda la lucha política de sus clientes, y a pesar de ello hoy todavía le paran las abuelitas indepes por la calle para felicitarle. Quizás sea está la esencia de cualquier buen catalán-fenicio: acabar cobrando la minuta, aunque sea defendiendo a tus adversarios políticos. Al fin y al cabo, un buen hombre de leyes sólo se debe a sus encargos. ¡Bravo!