A.- ¿Eo, puedes hablar? ¿Te pillo en mal momento?

B.- Nada, tranquila: estaba preparando un artículo sobre lo de Jenn Díaz en el Parlament para chez Nacional.

A.- No lo hagas. Te evitarás problemas.

B.- ¿Por qué?

A.- Porque te conozco y sé lo que dirás.

B.- ¿De verdad? ¡Ilústrame!

A.- Dirás que esto de la ética del yo soy una superviviente es una de las marcas del procesismo, que consiste en aceptar la moral del esclavo y del mártir de la patria con naturalidad. Luego escribirás que ver llorar a una mujer que ha sufrido malos tratos sirve para crear empatía y emocionarse, pero también para bloquear cualquier crítica o enmienda al discurso... y, espera, también sostendrás que compartir tu duelo y ponerlo en el centro de la política te hace más débil. Finalmente, si tienes el día pa’llá y te has tomado alguna copichuela de más, mmm… también darás la lata con que el discurso de Jenn es como lo de Capdevila: llorar para ganar legitimidad moral y, de paso, hacer pasta.

B.- Pues sí, básicamente sería esto. Te felicito, pitonisa. También pensaba recordarle a la tribu que lo de meter la herida en el centro del discurso político es como lo de los años treinta, cuando mandaban las víctimas del pistolerismo y todo dios iba cagadito por el mundo antes de decidir cualquier cosa.

A.- ¿Lo ves? Eres un hombre, y como tal tremendamente previsible. Si las dijera yo, estas cosas, me harían mucho menos caso.

B.- También soy tremendamente adorable.

A.- Venga, calladito estás mejor, princesa. De hecho, puedo estar de acuerdo con alguno de tus apriorismos. Pero, antes que nada y por encima de todo, debes pensar que se necesita un buen par para hacer lo que hizo Jenn el otro día. El problema no es el discurso en sí mismo, sino la mierda de recepción política que se deriva de ello y toda la consiguiente pornografía emocional que se establece como norma.

B.- Pues de esto iba el rollo, cariño; y pienso que escribirlo es mi obligación. Evidentemente hay que ser valiente. La palabra siempre cura. Pero, en el caso de los maltratos, no sé si el mejor lugar para curarse el alma es el atril del Parlament.

A.- Es el lugar que escogió ella. No entres en ese tema. Tú tienes que saber para quién escribes, guapo, y ahorrarte problemas innecesarios. Es como el tuit este que hiciste sobre Borràs, insinuando que corrió a abrazar a Jenn solo para salir en la fotografía.

B.- No lo insinué. Lo dije.

A.- Y tienes toda la razón del mundo. Yo pensé lo mismo, porque se le nota de lejos. Pero ya me dirás qué coño aportas diciéndolo. A veces parece que disfrutes buscándote enemigos.

B.- ¿Pretendes que me autocensure? Tú sabes perfectamente que tengo razón. Se ve en el vídeo. Borràs hace lo posible para salir en la foto y hasta casi atropella al pobre Pere Aragonès para tener la prerrogativa de abrazar a Jenn.

A.- ¡Que ya lo sé, cojones! Pero ¿qué te aporta decirlo, si sabes perfectamente que todo el mundo se te echará encima?

B.- Tía, ¿te parece poco decir la verdad? ¿Te parece poco vislumbrar que hay peña que se aprovecha de la tristeza ajena para ganar protagonismo? Tú quieres que me censure. Eres peor que Bassets.

A.- No me parece poco, Bernat. Pero manifestándolo tampoco se arregla nada. Ya sabemos que a Borràs le mola salir en la foto. ¿Lo dirías de un tío, si fuera el caso?

B.- No me vengas con la coña feminista, que te conozco. Sabes que lo diría exactamente igual. Aquí lo que discutimos es si queremos continuar viviendo en una tribu donde todo el mundo se censure bajo pena de ser acusado de falta de empatía, sino directamente de ser mala persona.

A.- Tienes razón, pero debes ser más inteligente. La libertad de expresión no siempre es decir lo que te venga en gana, sino escoger el momento oportuno y saber hasta qué punto tu discurso puede hacerte más fuerte.

B.- Yo no quiero ser más fuerte en un país de cojos. Yo solo quiero decir mi verdad y poder expresarme como quiera.

A.- Lo que dices es tremendamente infantil.

B.- Y eso que tu dices es tremendamente terrible. ¿Cómo puedes defender el dar un discurso emocional en un Parlamento y decirme al mismo tiempo que a veces es mejor callarse sobre este discurso por miedo a no hacer daño? ¡Tía, que eres feminista! ¡No puedes aconsejarme hacer exactamente igual que lo que ha llevado a tantas mujeres a callarse!

A.- Boh.

B.- Buh.

A.- Yo no digo que te calles, simplemente que sepas en qué guerras te metes. Por otro lado, eres un tío, un marichulo, y esto todavía lo empeora.

B.- ¿O sea que para hablar del discurso de Jenn debería cortarme la polla?

A.- No, quiero decir que todo el mundo te tiene por machista y, por mucho que tus argumentos puedan ser sólidos, te caerán hostias de todos lados.

B.- Me encanta cómo adoptas el terreno del maltratador con tanta naturalidad.

A.- Venga, no seas niñata. Que esto de escribir no es lo mismo que disparar y recibir hostias.

B.- Te equivocas. Es exactamente lo mismo. Justamente por eso, por no entender que es lo mismo y que te juegas lo mismo, es por esto que todavía no escribes bien y tus artículos son flojos.

A.- A veces te pasas mucho conmigo. Las cosas que me dices me hieren más que una hostia.

B.- Sí, claro, primero me censuras con el periodismo y ahora me tendré que censurar contigo. Por cierto, ¿qué querías antes?

A.- Nada, hablar un poquito. ¿Por qué no nos vemos pronto?

B.- Vale, ahora acabaré el artículo.

A.- ¡Que no, cojones, que no lo hagas!

B.- Tranquila, escribiré sobre algo que no moleste. Papiroflexia, cremas de salud anal o sobre Joan Bonanit.

A.- Boh.

B.- Buh.