Davant del rei de Suècia es una novela corta que conforma la segunda parte de El millor dels mons en que Quim Monzó explica la historia del poeta Amargós, un autor obsesionado con ganar el premio Nobel de literatura que se muda de Sarrià al Poble-sec, concretamente a la plaza Santa Madrona, y se da cuenta de que ha ido a vivir en un edificio donde todos los vecinos son bajitos y le reprochan su provocadora altura. Cuando Amargós, por ejemplo, pide subir los fregaderos del lavabo para tenerlos a un metro del suelo, el lampista insiste en que siempre los ha colocado a ochenta y cinco centímetros del suelo. En uno de los episodios más delirantes del texto, justo despertando de un sueño, Amargós descubre que sus prójimos lo han acortado para igualarlo a su comunidad de peonzas; sólo cuando es lo bastante enano como sus conciudadanos próximos, el autor es finalmente aceptado en la comunidad vecinal.

En el notable libro La ciutat interrompuda de Julià Guillamon, el crítico de La Vanguardia revela que Monzó había pensado inicialmente que la nouvelle se titulara Catalunya, metáfora perfecta de un país donde sólo te aceptan si te dejas decapitar el alma y acabas equiparándote al nivel de exigencia más bien menor de la tribu y de sus líderes. Pienso a menudo, en este texto de nuestro Monzó, sobre todo desde que la política del país cada vez adopta discursos más banales que obligan al ciudadano a abandonar toda esperanza de ambición colectiva cuando no, directamente, a vivir con el cerebro empequeñecido. La última de estas ocasiones fue hace pocos días, oyendo una entrevista de mi buen amigo a Frederic Vincent a Miquel Buch en la qué, intentando religar la inseguridad con los manteros, el conseller d'Interior afirmaba que el hecho de distraerse mirando una manta facilita la tarea a los hurtadores.

La política del país cada vez adopta discursos más banales que obligan al ciudadano a abandonar toda esperanza de ambición colectiva

El problema no es únicamente que el argumento del conseller se acerque al estado mental de un molusco cefalópodo, porque (como ya le recordó Freddie, a quien aprovecho para reivindicar como uno de los mejores radiofonistas del país) en la vida uno se puede distraer con un montón de cosas tales como escaparates de juguetes, el vuelo de una golondrina o las faldas de una damisela y no por eso tendríamos que tildar de criminales o peligrosos el comercio, las aves o la vestimenta corta. La cuestión de fondo es ver a todo un conseller de un Govern que se dice independentista importando sin complejos el discurso de la prensa españolista en Catalunya según el cual los manteros significan un peligro parecido al del impacto de un meteorito y que se ha dedicado todo el verano a agujerearnos la paciencia con el mantra de que Barcelona es una ciudad parecida al Bronx de los años setenta donde la gente se dispara por los xamfrans.

La cuestión de fondo es ver a todo un conseller de un Govern que se llama independentista importando sin complejos el discurso de la prensa españolista

Yo ya entiendo que exigirle cierto nivel al pobre Buch, que ha llegado a alcalde y después a conseller con la impresionante plataforma académica de ser poseedor del graduado escolar, resulte una idea iracunda. También comprendo que una de las condiciones de este nuestro tiempo de rendición incondicional al enemigo sea comprar el discurso apocalíptico a La Vanguardia y a El Periódico. No obstante, y llamadme romántico, yo creo que vale la pena alzar la pluma para recordar a la clase dirigente que muchos ciudadanos no queremos acortarnos el alma con discursos de portero de discoteca que dicen siempre lo que al amo español le complace escuchar. Tienen que saber, si queréis por puro resistencialismo, que eso de agacharnos para acabar viviendo más pequeños a base de tener la espalda curvada no va con nosotros. Manteneos erectos, caros lectores, que eso de la rebaja mental sólo acaba de empezar.