A falta de una sorpresa mayúscula, hoy por la noche los resultados electorales demostrarán que los independentistas catalanes continúan votando a los partidos del Govern efectiu responsables de la represión policial contra los manifestantes que llenaron las calles del país reaccionando contra la sentencia del Supremo. Los conciudadanos más afectados física y moralmente por la acción violenta de los Mossos para con la ciudadanía a la que en teoría deberían proteger (la tribu olvida con facilidad y me veo obligado a recordarlo: tenemos cuatro ojos y un cojón menos) salvarán su conciencia participativa y el espíritu de resistencia votando esta extraña derivación de la CUP que, en esta campaña, ha pasado de querer la independencia a soñar con romper el régimen del 78 y a pensar que, según palabras de Mireia Vehí, “el referéndum no tiene legitimidad democrática e institucional en uso.”

Enterrada la unilateralidad, con el espíritu del 1-O descansando en paz, y la victoria segura de una ERC transmutada en un partido de seny como el PNV, los electores darán carta blanca al independentismo para devenir un movimiento que se centre en liberar cuanto antes a los presos (a través de una amnistía o, con más probabilidad, agilizando los permisos penitenciarios previstos en la ley española) y en considerar como un éxito la reconquista de una Generalitat con las competencias básicas de una autonomía o, si se terciara, con el horizonte de recuperar todo aquello que se preveía en el proyecto de Estatut del 2006 no recortado por el Constitucional. Dicho de otro modo y para ahorrarse tecnicismos y palabrería, hoy los catalanes independentistas votarán explícitamente para renunciar a la independencia o, como rezaría el idiolecto junquerista, relegar la secesión a un asunto de mirada larga.

El pacto que hoy sellará la población catalana con España es mucho más cínico y grave que el que fuera signado por nuestros padres con el estado bajo la esperanza (totalmente legítima) de olvidar el franquismo

Es así como empieza el régimen de 2019, que es una cosa muy diferente a la Catalunya autonómica que nació de la Transición española a la pseudodemocracia. Si en aquellos momentos Catalunya se zampó la Constitución y el Estatut bajo el chantaje de superar la larga noche del franquismo y con la excusa de haber de engullir algunos sapos para poder vivir mejor, hoy la ciudadanía votará conscientemente a unos políticos que saben títeres del régimen español y que han supeditado sus propios intereses a los del pueblo. De hecho, el pacto que hoy sellará la población catalana con España es mucho más cínico y grave que el que fuera signado por nuestros padres con el estado bajo la esperanza (totalmente legítima) de olvidar el franquismo: hoy los ciudadanos dirán a los partidos que pueden engañarles, agredirles y utilizar sus anhelos para enriquecerse, porque siempre les acabarán votando, pase lo que pase.

Mi querido Enric Vila ha escrito que, a pesar de la certeza de todo lo que digo, hoy debemos acudir a votar por el simple hecho de mantener abierto y candente el conflicto con España, a la espera de que la sociedad catalana tenga suficiente energía como para crear nuevos partidos independentistas con una fuerza renacida, y también para alejarse de la tentación princesista y promovida por el estado de la abstención y del voto en blanco que servidora de ustedes ha intentado contagiar, como siempre, con un éxito inimitablemente raquítico. En esto de la tribu Enric siempre acostumbra a tener razón, y es bien cierto que España respirará más que tranquila si convierte a los mejores espíritus del país en una especie de eremitas refugiados en un resentimiento aislacionista y recluidos en el Empordà leyendo a Kant. Por otro lado, visto el éxito de experimentos como Solidaritat o el movimiento de Primàries, yo me permitiría dudar de los deseos regeneracionistas de mis queridos conciudadanos.

Sea como fuere, diría que hoy empieza el nuevo régimen del 2019. Y si el del 78 todavía no ha implosionado en toda su altísima dosis de cinismo, pues ya me diréis si el presente, alimentado por dosis de chantaje mucho más elaboradas, no tendrá una salud de hierro todavía mejor. En cualquier caso, evidentemente, también hoy empieza nuestra lucha para destruirlo: es nuestro deber, es nuestra única salvación.