El jueves pasado, Laura Rosel cantaba un editorial lleno de simpatía hacia Ada Colau a raíz de su huida de Twitter en el que la jefaza de El Matí a Catalunya Ràdio describía el universo tuitero como "un lugar  poco acogedor, sobre todo para determinados perfiles. Una red que nos ha demostrado que el odio vende y engancha y es el sitio ideal para descargar la rabia contra quién sea, contra lo que sea, gratis". Ya tiene gracia que sea una periodista, cuyo trabajo tendría que ser fiscalizar a los políticos y no enviarlos cariño, quien se dedique a filosofar peyorativamente sobre una red que, y aquí radica una de sus genialidades en tanto que medio de comunicación, también se puede convertir un lugar donde la ciudadanía aproveche en una minúscula y gratuita parcela para verter un poco de mala leche, con todos los excesos y cobardías que no les permite el aburridísimo universo de la realidad.

Twitter es, como cualquier red, un lugar donde podemos seguir las reflexiones del catedrático, los aforismos de la más elevada poesía (el humor catalán, por ejemplo, debe a Twitter una pujanza importantísima y de mucha calidad) y sí, donde  también hay infinidad de imbéciles que vierten sus problemas de egolatría. Como puede entender cualquier persona sensata que no caiga en la estúpida tentación de la tecnofobia, ni la grosería ni la imbecilidad son un invento de las redes sociales. ¿El anonimato tuitero y la virtualidad provoca que el común sea más gallardo a la hora de echar la escandalosa? En efecto, por el mismo mecanismo que también somos más valientes escribiendo en una carta o en un artículo que delante de la persona que enmendamos, sin que eso implique que Rosel tenga que lamentarse de la existencia de la imprenta o de la malignidad intrínseca de la pantalla de un ordenador.

[Twitter] también puede convertirse en un lugar donde la ciudadanía aproveche una minúscula y gratuita parcela para verter un poco de mala leche, con todos los excesos y cobardías que no les permite el aburridísimo universo de la realidad

Si alguien quiere librarse de los plastas y de los airados, la misma plataforma regala la opción de bloquear o silenciar, una posibilidad de la que ya me gustaría disponer en la vida real, vista la gran cantidad de bobos que me rodean. Si alguien busca paz, en Twitter o donde sea, que siga cuentas de meditación trascendental y de cultivo herbolario, que encontrará a espuertas. De hecho, si algo ha activado esta red social no es la ira, que los catalanes siempre hemos tenido por desgracia demasiado controlada (esta es una de las causas por la que todavía nos somete el enemigo), sino una oceánica proliferación de ofendidos y remilgados por metro cuadrado. De hecho, los catalanes no tendríamos que obtener el nuevo DNI que con tanta ilusión nos acaba de regalar el presidente Puigdemont: si queremos ir por el mundo explicando cuál es nuestro talante, haría falta que Òmnium Cultural cree muy pronto el carné del ofendido.

Entiendo que Ada Colau, como buena comunista (es decir, como buena católica) se ofenda y abandone un espacio donde, al fin y al cabo, la opinión ha alcanzado unos altísimos grados de libertad. Es normal, por el mismo y exacto motivo, que la hiperalcaldesa no haya abandonado Instagram, que es un espacio mucho menos contestatario y chupiguay donde, de vez en cuando, nos puede torturar con sus salmodias de influencer española. Pero que una periodista caiga en esta fiscalización y que, además, lo haga desde una emisora pública que tendría que favorecer la libre opinión y no la castración resulta mucho más preocupante. Pero ya se sabe que de los periodistas que promocionan el procesismo puedes esperar muy poco. Dicho esto, querida Laura, deja de fruncir el ceño con Twitter y preocúpate por las audiencias, que en el poco acogedor espacio del EGM y de la radiofonía en general todavía no te has acabado de adaptar.

Todo esto te lo digo sin ningún tipo de ira, compañera Rosel, porque entre todos tenemos que intentar que la pantalla del ordenador y del móvil también sean un lugar donde no se descargue la rabia. Y lo hago gratis, sólo faltaría, que salgo mucho más barato que tú.