El viernes desayunaba mi café sin azúcar encontrándome en una diana interesante: un diario digital catalán me apuntaba diciendo que he perdido credibilidad "por difundir tesis antivacunas, teorías conspirativas sobre el origen de la covid-19" y, ahora, por mis análisis sobre Ucrania. 

Que el diario esté alineado pública y evidentemente con ERC supongo que tendrá algo que ver con el ataque tan aparentemente gratuito. Pero como quiera que lo difundieron en redes, fueron a por lana y salieron esquilados, como decimos en Castilla. Las respuestas, prácticamente todas, en los comentarios al artículo en cuestión se volvieron en contra de quienes pretendían situarme en el centro de una diana difamatoria. 

Pero lo que señalaba este diario, mi pérdida de credibilidad, sé que ha sido algo que se ha comentado en alguna que otra redacción, en algún que otro despacho y, de hecho, me ha costado algún puesto de trabajo. No soy nueva en esto y sé que opinar en libertad, informar y presentar aquello políticamente incorrecto, molesta y pasa factura. 

Lo sé bien porque siempre me he preocupado por informarme antes de informar a otros de cualquier cuestión. Y como es habitual, cuando tienes interés en ir más allá de lo que aparentemente sucede, te encuentras con otras versiones de los hechos que, en mi opinión, merecen ser contadas. 

Así fue como llegué a conocer la realidad del procés en Catalunya: queriendo conocer de primera mano lo que estaba sucediendo aquí, las razones que hacían que millones de personas se hubieran movilizado un 1 de octubre del 17 para expresar su opinión. Me enfrenté desde entonces a toda una caverna mediática que me acusaba de estar a sueldo del independentismo, de querer llamar la atención y de querer generar polémica cuando trabajaba en televisión y explicaba los argumentos del soberanismo catalán. Sin embargo, en Catalunya, desde el soberanismo, valoraron positivamente mi esfuerzo por contrastar las versiones que se daban en la práctica totalidad de los medios de comunicación españoles. Pusieron en valor mi trabajo por dar voz, por denunciar las manipulaciones y la generación de desinformación sobre Catalunya. Entonces mi trabajo se valoraba por el coste que personal y profesionalmente me suponía "en mi entorno", siendo castellana y viviendo en Guadalajara. 

Mi conciencia quedó tranquila, satisfecha, y puedo decir que conocí en primera persona aquello de lo que hablé, de lo que informé y, equivocada o no, mi criterio lo formé a base de recorrer Catalunya de punta a punta y de charlar incansablemente con miles de personas cada día. 

Ponernos en una diana por haber entrevistado a personas que siendo expertos en sus materias han alertado de los riesgos reales, a personas afectadas, a profesionales que estaban pidiendo protocolos mucho más prudentes, no puede ser considerado como "pérdida de credibilidad"

Al llegar la pandemia, yo era una ciudadana más llena de incertidumbres, con miedo a un virus desconocido y preocupada por el devenir. Básicamente como todos. 

Seguí en todo momento la información que nos llegaba y me hice muchísimas preguntas desde el primer momento. Traté de informarme antes de informar, como siempre hago. Y encontré con el tiempo voces que apuntaban al posible origen del virus: unos aseguraban que procedía de un salto natural que se dio de un animal a un humano, mientras otros planteaban que más bien pudiera haber tenido que ver con una investigación que se llevaba a cabo en el Instituto Virológico de Wuhan, a escasos metros del famoso mercado de mariscos. 

Las dos teorías están sobre la mesa y, desde luego, que una ha sido tachada de conspiración a pesar de haber información lo suficientemente sensible como para, al menos, hacerse las preguntas al respecto. Este artículo le mostrará información interesante al respecto y sobre todo el porqué es tan necesario informar sobre las voces de expertos que han venido denunciando las sombras sobre los laboratorios que han estado trabajando con la ganancia de función en aquellos lugares donde la legislación se lo permite.

Investigar sobre estos laboratorios, sobre la financiación estadounidense en ellos y sus riesgos es considerado injustamente como "teorías de la conspiración": una etiqueta puesta por Fauci contra quienes han exigido explicaciones desde la comunidad científica. Una acusación que hacen todos aquellos que se sienten molestos ante quienes nos hacemos preguntas más que lógicas. ¿O es que todo lo que hemos vivido estos dos años nos parece a todos normal y vamos a pasar página sin saber exactamente lo que ha pasado? Porque a día de hoy nadie ha podido confirmar aún el origen del virus que nos tiene en vilo y que ha sido el causante de tantísimo sufrimiento. Por mi parte, por mucho que me acusen de haber "perdido credibilidad" por informarme e informar, seguiré haciéndolo. Sobre todo, ahora que se confirman muchas cosas que durante estos años se han venido tildando de fake sin serlo. 

Acusar de antivacunas a quienes hemos denunciado que no se estaban respetando los derechos de los pacientes, como el consentimiento informado; a quienes hemos dado voz a médicos, jueces, biólogos o expertos en farmacovigilancia que han puesto sobre la mesa los atropellos cometidos con las vacunas contra la covid, me parece injusto y además considero que pretende silenciar una información muy necesaria. Porque estos tratamientos, experimentales y nunca antes probados de esta manera, están ocasionando efectos adversos en no pocas personas. Informar de ello es la obligación de cualquiera que se dedique a cumplir con su trabajo de manera responsable cuando tiene conocimiento de casos. Señalar los problemas en mujeres que se están dando a raíz de las inoculaciones, entrevistar a personas afectadas, a médicos que confirman que los protocolos no se han seguido de manera correcta, es un trabajo que me pregunto por qué se ha hecho tan poco. 

Dar información sustentada en estudios, publicados por pares, no puede ser tratado con semejante falta de respeto. Considerarnos "antivacunas" a quienes hemos sido en todo momento responsables, hemos informado puntualmente tanto de los beneficios como de los riesgos es un ataque directo al trabajo que todos deberíamos haber hecho: informar sin miedo y dar voz a quienes necesitaban denunciar lo que están viviendo. 

Ponernos en una diana por haber entrevistado a personas que siendo expertos en sus materias han alertado de los riesgos reales, a personas afectadas, a profesionales que estaban pidiendo protocolos mucho más prudentes, no puede ser considerado como "pérdida de credibilidad". Más bien, yo me plantearía la pérdida de credibilidad de aquellos que solamente han informado de lo que la industria farmacéutica y los gobiernos han querido que se informarse, silenciando sistemáticamente a quienes estaban preocupados y tenían pruebas para estarlo. 

Alimentar campañas de señalamiento es algo que desde un medio de comunicación, para más inri catalán y alineado supuestamente con el independentismo, no debería tener lugar. Sobre todo porque es precisamente lo que hemos denunciado cuando se ha hecho por medios alineados con el españolismo, que se dedicaron en su día a crear listas de docentes acusados falsamente de adoctrinamiento, por ejemplo. Es hacer, ni más ni menos, lo que tanto hemos denunciado que en una democracia no debería hacerse. 

Siempre habrá quien considere que pierdes credibilidad por no decir lo que se debe

Y ahora, pasamos al capítulo de la guerra en Ucrania. Otra más. Como si informar de las aberraciones que se llevan cometiendo por parte de los nacionalistas ucranianos, auspiciados por potencias como Estados Unidos desde hace años contra la población civil ucraniana del este, tuviera que ser también perseguido. Como si denunciar la presencia de nazis en Ucrania, un hecho que la historia ha venido demostrando desde el batallón de Bandera, que asesinó a cientos de miles de judíos aliados con los nazis alemanes, no fuera una realidad. Como si el gobierno de Ucrania no hubiera ensalzado sistemáticamente a los nazis, no los hubiera condecorado, dedicado estatuas, calles, incluso dedicando el año 2019 oficialmente a Stepan Bandera, un nazi defensor de la supremacía de la "raza ucraniana" y promotor del exterminio de judíos, polacos, rusos y gitanos. Informar es eso: explicarle a nuestros lectores los diferentes ángulos de una realidad. No únicamente un lado, el oficial, pasando por alto las otras versiones que también existen. 

Señalar a quienes nos interesamos precisamente por esa parte de la historia que no se cuenta, además de injusto, es atroz si viene desde un medio que se supone que defiende la libertad de expresión, y más allá, la información. 

Investigar y dar voz a los silenciados es, si me permiten, lo más apasionante para mí de mi trabajo. Jamás he pensado tener en posesión la verdad, porque creo que no existe una, sino que se configura escuchando a todas las partes y buscando las pruebas de los hechos. Algo que hice en Catalunya, algo que he hecho durante la pandemia y algo que sigo haciendo para abordar el conflicto en Ucrania y lo que tenga que venir. 

Podremos llegar a conclusiones dispares, sin duda. Podré equivocarme en mis conclusiones y opiniones personales. Pero lo que nunca haré será manipular los hechos, sesgar la información o perseguir difamando a quien no diga lo que yo quisiera oír. 

Porque mi opinión siempre ha sido constante respecto al totalitarismo: en su momento, el que se imponía desde la visión españolista machacando al soberanismo catalán; al que se impuso durante la pandemia sin criterios claros contra las libertades de la ciudadanía; al que se impone ahora para hacernos comulgar con el relato occidental liderado por Estados Unidos que, de momento, ha conseguido ya pasar a ser nuestro administrador de energía, algo que una vez más estaba en su agenda y algunos consideraban "teoría de la conspiración" cuando informamos de ello. 

Siempre habrá quien considere que pierdes credibilidad por no decir lo que se debe. Sin embargo, me quedo con quienes cada día apoyan y reconocen el esfuerzo y el trabajo que hay detrás de cada entrevista, de cada análisis y de cada búsqueda de la información que considero de interés para que sea el lector y la lectora quien pueda sacar sus conclusiones ofreciéndoles pluralidad. Eso tan necesario en democracia.