Parece mentira que tengamos que negociar el diálogo en una democracia. Que sea un punto para poder generar entendimiento. Va de suyo, no habría que ponerlo sobre la mesa.

Dialogar es la obligación fundamental de cualquier político. Es inaudito que la condición de una negociación en sí sea dialogar. ¿Nos damos cuenta de en qué nivel estamos? Según mi opinión, hay que hablar con quien sea. Con todo aquel que tenga algo que decir; al menos, escuchar. Y es evidente que cuando no hay comunicación entre dos partes que tienen que resolver cuestiones en común, el problema grave es precisamente ese.

Como en las relaciones personales, cuando dos personas tienen un conflicto y no son capaces de hablar de manera directa, serena y respetuosa, es cuando intervienen los mediadores. Por ejemplo, los abogados, que son esos actores intermedios que representan los intereses de sus clientes y son los que, ante la falta de diálogo entre aquellos, han de intervenir para llevar las cosas a buen puerto. Suele suceder que al final las partes llegan a acuerdos, y sobre todos a uno: cargar las tintas contra sus abogados.

Hablar de mediadores/relatores en el panorama actual molesta al PSOE. Para el soberanismo es una garantía. Y para cualquiera que quiera dejar de perder el tiempo.

Cuando uno tiene verdadera intención de solucionar las cosas, es evidente que la figura de alguien que sea capaz de poner en común las propuestas, los acuerdos, las desavenencias es fundamental.

Hemos llegado hasta aquí, precisamente por la enorme falta de objetividad y por los portazos continuos que se han dado al diálogo.

No estoy hablando todavía de lo que conllevaría un dialogo tendentes a una negociación, que eso ya es una pantalla posterior. Hablamos de que ha sido materialmente imposible sentarse a hablar con unas mínimas garantías. La última vez que se intentó se formó un revuelo incomprensible sobre la figura del “relator”. Como si hacer las cosas “ante notario” fuera como para sentirse ofendido. ¿No acudimos a un fedatario cuando queremos mostrar que hay buena fe por ambas partes, que ninguna quiere aprovecharse de la otra y que se quiere dejar todo claro para evitar malentendidos? Pues el asunto en cuestión, Catalunya y España, bien merece de una figura que sirva para dar fe de lo que se dice, de lo que se acuerda y de que ambas partes se han comprometido en su presencia a cumplirlo. No caben dimes y diretes.

Desde el independentismo se piden fundamentalmente una serie de puntos que sin duda no supondrían para el PSOE y Podemos ninguna contrariedad con sus líneas de intención: sentarse a hablar sobre una negociación en condiciones de transparencia; que las personas que comiencen a establecer diálogo sean legítimamente representantes de ambas partes. Dos premisas comprensibles.

Reconocer al interlocutor es fundamental para no desbaratar todo lo que ha de venir después. En este sentido, que se reconozca tanto al presidente en el exilio, Carles Puigdemont, como al vicepresidente en prisión, Oriol Junqueras es una pieza fundamental para el diálogo sin intermediarios.

Sobre la mesa, desde España piden que todo lo que se hable sea en el marco de la Constitución. Esto también ha generado revuelo porque desde el soberanismo se plantea un diálogo sin limitaciones de ningún tipo. En cualquier caso, la libertad de expresión queda amparada por la Constitución, así que plantear ideas no debería suponer problema.

Anuncia el independentismo dos cuestiones a tener en cuenta. Se anticipan a todo lo demás, y ya apuntan a la necesidad de hablar sobre amnistías (sería más factible hablar de indultos), y sobre el derecho de autodeterminación. Dos cuestiones lógicas y comprensibles que rebajarían la tensión creada a base de cerrar la puerta ante cualquier llamada a dialogar.

Si España no está dispuesta a sentarse a hablar con los representantes de una parte de su territorio, bien parece que está reconociéndoles de facto que no pertenecen al mismo. Algo absurdo porque va contra su propia esencia. Sin embargo hasta ahora lo han venido haciendo.

Es imprescindible rebajar la tensión, encontrar puntos de encuentro y dejar las cosas claras. Esto solamente es posible hacerlo dialogando. Y para acabar con los rumores y las noticias intencionadas, hacerlo con luz y taquígrafos no es que sea recomendable: es que es obligatorio.