Habría sido una pena, sobre todo para la gente de Sabadell, que la ciudad se quedara sin el banco que lleva su nombre, si finalmente hubiera seguido adelante la opa hostil del BBVA al Banc Sabadell. La suerte de la entidad han sido sus accionistas, que entre unos que han creído que la oferta económica de compra era irrisoria y otros, básicamente los minoritarios, que han hecho prevalecer el sentimiento de catalanidad por encima de cualquier otra consideración, han propinado una bofetada tan monumental como inesperada —solo el 25% ha aceptado la opa— a las pretensiones del banco vasco de nombre, pero bien español de espíritu.
El desenlace de la opa es, de hecho, un ridículo espectacular por parte del BBVA, por la incapacidad manifiesta del banco grande de comerse al pequeño. Y eso que el interés por hacerlo venía de lejos. En noviembre de 2020 las dos entidades mantuvieron conversaciones preliminares sobre una posible fusión, pero no se llegó a ningún acuerdo y las negociaciones se rompieron. El BBVA, que en su momento ya había absorbido la mayor parte de cajas de ahorros catalanas cuando fueron dinamitadas por el poder político español, no se había salido con la suya a las buenas y decidió intentarlo a las malas, mediante la oferta pública de adquisición —que es lo que significa opa— hostil al Banc Sabadell, que presentó en mayo de 2024. Desde entonces han sido diecisiete meses de una de las operaciones financieras más largas y mediáticas que se recuerdan en el Estado español, finalmente resuelta a favor, esta vez y aunque con matices, del bando catalán.
Y es que el fracaso en el intento del BBVA de absorber el Banc Sabadell ha sido celebrado por el mundo político y económico de Catalunya y considerado un “triunfo de país” en defensa del tejido financiero y empresarial propio. Nadie pone en duda el origen bien catalán del Banco de Sabadell —con preposición—, que es como se llamaba cuando en 1881 lo fundaron en la capital del Vallès 127 empresarios y comerciantes de la ciudad, impulsados por el Gremio de Fabricantes de Sabadell, para financiar la pujante industria textil local y proveerla de las materias primas necesarias para la producción en condiciones más favorables. No fue hasta 1954, sin embargo, que dispuso de la primera oficina en propiedad, un edificio diseñado por el arquitecto Lluís Bonet que con el tiempo se convertiría en su sede central, en la plaza de Sant Roc de Sabadell, donde curiosamente en las cuatro esquinas estaban instalados los cuatro poderes: el económico (el banco), el político (el ayuntamiento), el eclesiástico (la iglesia) y el popular (el ateneo).
El banco siempre se esforzó por preservar su independencia y un año antes, en 1953, los accionistas hicieron un pacto de sindicación de acciones según el cual nadie podía superar el 0,7% del capital social, que inicialmente había sido de 10 millones de pesetas, aportados por los mismos accionistas. Con este talante, en 1965 comenzó la expansión territorial, primero hacia los municipios de los alrededores de Sabadell, con oficinas nuevas en Sant Cugat del Vallès, Cerdanyola del Vallès, Ripollet y Castellar del Vallès, y en 1970 llegaría a Barcelona. En 1977 abrió la primera oficina fuera de Catalunya, en Madrid, y en 1978 comenzó la expansión internacional con la inauguración de la primera oficina en el extranjero en Londres, en la City, seguida de la de París en 1987. La entidad no paraba de crecer, pero sin olvidar los principios fundacionales, y destacó también por ser, a partir de 1986, la pionera en informatizar la banca en España. Y en el año 2000 comenzó a operar en Andorra.
Sin hacer ruido, el Banco de Sabadell se había convertido en un banco catalán serio y cada vez con más prestigio. Había, sin embargo, una parte del nacionalismo catalán, la que lloraba la muerte de Banca Catalana y clamaba por la existencia de un banco catalán, que desconocía que hacía más de cien años que ya había uno, que era, además, de solvencia contrastada y que hasta entonces había escapado al control político de todo el mundo. A partir de 1996, y sobre todo con el nombramiento de Josep Oliu como presidente en 1999, la entidad comenzó una nueva etapa de expansión, que tuvo los momentos clave cuando en 2001 comenzó a cotizar en bolsa y cuando en 2004 entró en el Ibex-35, hechos que representaron un cambio radical en la forma de hacer del banco. Hasta entonces había sido gestionado por un reducido número de familias de Sabadell, de apellidos conocidos y respetados como los de Casablancas, Corominas, Monràs y el propio Oliu, y con aquel movimiento la propiedad quedaría expuesta a la entrada de cualquiera.
A partir de ahí, el banco catalán se fue transformando en un banco cada vez más español. Es cierto que Josep Oliu —hijo de Joan Oliu, que fue director general de la entidad— habrá sido el artífice de la etapa de mayor crecimiento del Banc Sabadell —con adquisiciones de entidades financieras más pequeñas en España, Europa y América—, pero también, en paralelo, de la de mayor descatalanización y españolización del banco. El punto culminante se produce cuando el 5 de octubre de 2017 decide trasladar la sede social a Alicante después de que el día 2, el día siguiente del referéndum de independencia del Primer d’Octubre, varias empresas del Estado español como Renfe, Adif, Puertos del Estado o Radiotelevisión Española retiraran miles de millones de depósitos para presionarlo precisamente a marcharse de Catalunya. El Gobierno español, en aquel momento en manos del PP, hacía la mala jugada a Josep Oliu, y eso que era miembro del Fòrum Pont Aeri, uno de los lobbys empresariales que más se ha destacado contra la causa independentista.
El cambio de sede le provocó una fuerte retirada de fondos por parte de impositores catalanes en señal de protesta
El cambio de sede, que encima la entidad pretendió justificar con la excusa de garantizar la seguridad de sus depósitos y clientes a raíz del procés de independencia, no le resultó, sin embargo, inocuo y le provocó también una fuerte retirada de fondos por parte de impositores catalanes en señal de protesta justamente por la salida de Catalunya por razones políticas. Y, curiosamente, el retorno de la sede social al domicilio central del número 20 de la plaza de Sant Roc de Sabadell de donde nunca debería haberse marchado, aprobado por el Consejo de Administración el 22 de enero de 2025 en plena tramitación de la opa del BBVA, es, aunque parezca mentira, lo que ha salvado finalmente al banco. Porque instituciones, partidos, empresarios, sindicatos y sectores económicos y sociales catalanes han cerrado filas unánimemente en torno a la entidad por su relevancia simbólica y práctica dentro de la economía de Catalunya. El sentimiento de pertenencia ha pesado más que otras consideraciones.
Ahora el Banc Sabadell deberá decidir si quiere reforzar su papel en el marco de la economía catalana o seguir haciendo de comparsa en el escenario español con el riesgo de que el pez gordo intente volver a comérselo cuando le venga en gana. Josep Oliu ha salvado el primer round, pero debe vigilar que no pase de ser quien hizo crecer más el banco a ser quien lo hace desaparecer. Ha ido justo, pero hoy por hoy el Banc Sabadell se queda en casa. De momento.