A Pedro Sánchez le da igual que todo se caiga a pedazos a su alrededor porque él mismo es una vajilla rota y pegada una y mil veces. El presidente del Gobierno español y líder del PSOE vive políticamente en modo zombi. Es un muerto viviente porque ha conseguido convertir el escenario político en una ficción posmoderna. Sánchez es un líder de su tiempo. Del tiempo de la política que funciona como una especie de hiperrelato fake en el que todo vale y todos los finales son posibles. ¿Burlarse de los mínimos de la democracia? Sánchez es posiblemente el mejor alumno de Donald Trump. Y si el inquilino de la Casa Blanca volvió después de ser condenado por 34 delitos por pagos a la actriz porno Stormy Daniels, o de incitar al vergonzoso asalto del Capitolio, Sánchez también puede soñar con continuar e incluso repetir. Por eso no renuncia a una chapucera IV temporada de la serie, es decir, a protagonizar una cuarta legislatura en la Moncloa. Si llega sin tener que dimitir antes, como pretende, ya tendrá medio camino hecho.

¿Imposible? Hay una decena de investigaciones judiciales en marcha alrededor de hombres de la máxima confianza de Sánchez en el PSOE y en el gobierno, José L. Ábalos y Santos Cerdán, exsecretarios de organización, pero también ministro el primero y gestor de la negociación con Junts en Suiza el segundo. También, de su entorno familiar más directo, su esposa, Begoña, y su hermano, David. El encarcelamiento de la conseguidora Leire Díaz y el estallido de los casos hidrocarburos y SEPI, con registros de la UCO de la Guardia Civil en organismos dependientes de ministerios, así como las diversas dimisiones por escándalos de acoso sexual, han arrastrado al zombi Sánchez al fondo del pantano. Si lo titula El País a 4 columnas abriendo portada nos lo tenemos que creer. Pero Sánchez continúa respirando porque los zombis, a diferencia de los mortales al uso, no necesitan oxígeno para hacerlo.  

Sánchez ha conseguido convertir el escenario político en una ficción posmoderna en la que todos los finales son posibles

Parece mentira y no lo es tanto, porque el líder del PSOE ha conseguido convertir el teatro político español —del cual el catalán es subsidiario como nunca— en una ficción en la que todo puede pasar. Empezando por su propia continuidad. Hasta que el calendario le obligue a convocar elecciones, faltan casi dos años. Por eso se jacta de que su gobierno “a los españoles les renta”. Sánchez vive en el infierno. Pero vive. Incluso en el caso de que él mismo pudiera ser investigado, no sería sorprendente que intentara presentarse de nuevo, como Trump. Extremadura da una pista. Sánchez hace mítines con un candidato, Miguel Ángel Gallardo, investigado penalmente en el caso que también afecta a su hermano. En manos de Sánchez, la condena al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, puede funcionar electoralmente como evidencia del lawfare judicial para tumbarlo con un golpe de los togados conservadores y sus apoyos políticos y mediáticos de extrema derecha. Es lo que necesita escuchar un electorado de izquierdas que no tiene nada fuera de Sánchez (el recorrido del plan Rufián-Tardà para unir a toda la izquierda más allá del PSOE es previsible). Por no hablar de Catalunya, donde, huelga decirlo, la imagen de la dictadura de los jueces resulta extremadamente creíble desde el procés.

Sánchez aspira a controlar el relato bajo una tormenta que no acaba de ser perfecta porque la alternativa Feijóo está secuestrada por Abascal. Solo un movimiento de diputados díscolos del PSOE que hicieran caso a Aznar "el que puieda hacer, que haga" podría tumbarlo. Ni Rufián ni Nogueras pueden hacer más de lo que hacen. El portavoz de ERC en el Congreso juega con una ecuación trampa. Rufián sitúa la línea roja en lo que llama “la Gürtel del PSOE”, es decir, en que las tramas descubiertas converjan en una financiación ilegal del partido. ¿Y si acaba siendo así? ¿Qué hará entonces ERC? La respuesta es: lo mismo que Junts. Marcar distancias, como ha empezado a hacer Oriol Junqueras. E incluso romper en el parlamento, como han hecho los de Puigdemont. Pero sin cruzar la raya que separa el mundo de los vivos y los muertos en la película de Sánchez: la moción de censura de PP y Vox.

El mago de la demoscopia monclovita, José Félix Tezanos, ya ha hecho aparecer el espantajo de Aliança Catalana en el sondeo del CIS para atemorizar a Junts con lo que podría pasar si Sílvia Orriols rompiera la promesa de no concurrir a unas elecciones españolas. Con ERC, Tezanos todavía no se atreve, pero todo llegará. Una vez más, el mejor alumno de Trump sabe muy bien con qué cartas juega. Cuando las mayorías fallan, siempre se puede gobernar por decreto. Hay mucho dinero de Europa todavía por repartir que no necesita ningún permiso parlamentario. ¿Fin de ciclo? ¿O preparativos de la próxima temporada? Sánchez no es Laura Palmer. Y Madrid no es Twin Peaks. O sí. El título podría ser: ¿Quién mató a Pedro Sánchez? Y la respuesta parece clara. Pero, como en todas las de David Lynch, nunca lo es.