Lleva dictando los destinos de la política en España desde las elecciones de 2015 y lo ha vuelto a hacer, es la ley del péndulo. A la euforia de la izquierda y el nacionalismo por una moción de censura que, de chiripa, se llevó por delante a Mariano Rajoy y devolvió a Albert Rivera al estatus de eterna joven promesa, le siguió una depresión de caballo en un Partido Popular que, de pura desesperación, se tiró al monte desconocido de Pablo Casado, solo por no seguir por la senda burocrática que les ofrecía por triplicado Soraya Sáenz de Santamaría.

A los primeros tropiezos de “gobierno bonito” de Pedro Sánchez cambiaron las tornas. Volvimos del verano con la izquierda española aquejada de síndrome postvacacional y la derecha revitalizada lanzando de nuevo las banderas de España al viento. El acuerdo presupuestario entre Sánchez y Pablo Iglesias modificó de nuevo la dirección del péndulo, dejando a la izquierda convencida de que se podía aprovechar lo que quedaba de legislatura y a la derecha azul y naranja enrojecida por la indignación de ver cómo se alejaba el ansiado adelanto electoral.

Mientras la derecha terminaba el año destensada y negociando relajadamente cómo se repartían el poder en Andalucía, la izquierda echaba cuentas sobre el mejor día para ir a elecciones

Los resultados andaluces parecieron trastocarlo todo de nuevo. Al entusiasmo de la derecha española por la reconquista de la largamente ansiada tierra andaluza de manos de califato susanista, le correspondió un profundo ánimo de derrota entre los socialistas y un marcado desconcierto entre sus apoyos morados y nacionalistas, que les llevó incluso a una estúpida carrera por ver quién entre ellos tenía más culpa en el éxito de Vox. La derecha terminaba el año destensada y negociando relajadamente cómo se repartían el poder en Andalucía, mientras ensayaba el modelo de coalición destinado a guiar la reconquista de España. La izquierda terminaba el año echando cuentas sobre el mejor día para ir a elecciones y el nacionalismo catalán evidenciando aún más la grieta que separa a los pragmáticos de los unilateralistas; por supuesto las posibilidades de que llegaran a entenderse tendían a cero.

Pero aquí el péndulo político siempre ha mostrado una extraordinaria sensibilidad. Ha bastado que el Consejo de Ministros de Barcelona abriera alguna puerta al diálogo y las encuestas certificaran el despeñe del PP que los resultados andaluces ocultaban para que se deslizase en la dirección opuesta. La constatación de que existe una mayoría de derechas posible y probable ha favorecido que el gobierno de Sánchez y los pragmáticos abran más puertas, como la oferta de Miquel Iceta para negociar los presupuestos catalanes si se negocian los españoles o la cada vez más clara posibilidad de que no haya enmiendas a la totalidad en el Congreso. Vox ha reclamado el protagonismo que le conceden los sondeos estatales y que PP y Cs le niegan, tratándolos como aquellas queridas del franquismo a quienes los señores de derechas les ponían un piso. La derecha se tensa ante la perspectiva de que quede más legislatura de la calculada y la mayoría de la moción de censura se destensa para ganar tiempo. A ver cuánto tarda en cambiar el péndulo esta vez.