Ya es oficial. La estrategia socialista se decanta por ir a por el voto que se le escapa a chorros a Ciudadanos. Ahora Catalunya es España y España es Catalunya, así que no hace falta hablar de una en concreto porque cuando los socialistas hablan de España, hablan de Catalunya, de la nobleza de sus gentes, la belleza de sus paisajes o lo sabroso de su gastronomía.

En las 110 medidas presentadas por Pedro Sánchez hubo sitio para financiar la sanidad bucodental, pero se quedaron sin papel para hablar de qué hacer con la soberanía, el modelo de Estado o esta Constitución que se cae de puro cansancio. Lo primero da votos, lo segundo cuesta votos; dicen los expertos. Ganar elecciones se ha convertido en el fin. Hoy gobernar es solo un mero instrumento. Para la historia universal del cinismo queda la respuesta del ministro José Luis Ábalos a la más que sensata reflexión de Miquel Iceta, el único socialista que aún habla de Catalunya, sobre la necesidad de dar una respuesta política si hay una demanda de independencia claramente mayoritaria: “El compañero Iceta es muy dado a hacer reflexiones, pero en este contexto de confrontación electoral, resulta inapropiado”. El sentido de estado está out.

La lucha cainita en la derecha ha permitido a los socialistas variar su relato y modificar la agenda sin apenas coste o esfuerzo

La omertá socialista sobre Catalunya es una gentileza que el candidato Sánchez debería agradecer a Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. Están tan ocupados peleándose por ver quién llega segundo y quién tiene la bandera de España más grande, con un estilo y dialéctica que no desentonarían en un puticlub de madrugada, que han perdido por completo aquella que hasta esta semana constituía su mayor ventaja: el control de la agenda. La lucha cainita en la derecha ha permitido a los socialistas variar su relato y modificar la agenda sin apenas coste o esfuerzo.

En ese giro también ha ayudado, y mucho, un juicio al procés que se ha convertido en un relato inconexo, atrabiliario y contradictorio de manifestaciones, protestas y movilizaciones ordinarias donde lo único que queda claro es que ni había plan de rebelión, ni estrategas moviendo a las masas como a un ejército.

Tan descarado ha sido el derrumbe probatorio de la acusación que incluso el presidente del tribunal, Manuel Marchena, ha tenido que intervenir para recordarle a un teniente de la guardia civil, protegido por la presunción de veracidad de los testimonios de los agentes de la autoridad, que no podía contestar con precisión absoluta a la fiscalía y marear a las defensas con olvidos e imprecisiones; que eso en España es delito y tiene un nombre: falso testimonio.