La agresión al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, por un joven menor de edad en Pontevedra es por suerte un hecho excepcional en la vida pública española y como tal debe ser tratado. Tanto es así que a ningún presidente del gobierno le ha sucedido en el ejercicio de su cargo nada semejante desde el inicio de la democracia. Tampoco ningún ministro ni ningún presidente de una comunidad autónoma ha sido agredido físicamente. Habría que remontarse a finales de los años ochenta para recordar la bofetada del empresario José María Ruiz-Mateos a Miguel Boyer, que era el ministro de Economía y Hacienda durante la expropiación de Rumasa en 1983

El suceso de Pontevedra debe ser denunciado y repudiado unánimemente. Las diferencias ideológicas, por abismales que sean, no pueden servir nunca como refugio o amparo de la violencia. La rapidez de los líderes políticos condenando la agresión debería servir para rebajar la tensión en este final de campaña, tan apretado electoralmente y donde hay tantos actores en juego y muchos escaños en disputa.

El hecho de que el incidente haya sucedido en Galicia, donde el PP gobierna con una cómoda mayoría absoluta, y en la ciudad donde Rajoy empezó su carrera política como concejal del ayuntamiento hizo, seguramente, que las medidas de seguridad no fueran ni las habituales, ni las apropiadas. El vídeo que recoge el momento de la agresión, que hemos podido ver una y otra vez, llama primero la atención por la contundencia del golpe que recibe el presidente y que, obviamente, no se espera. Pero también por la relajación de la cápsula de seguridad de la que gozan siempre los jefes del Ejecutivo, incluso cuando están en contacto con los ciudadanos para mostrar proximidad, como era el caso.

Que el incidente lo protagonizara un joven conflictivo de 17 años, hijo de una familia acomodada y hooligan del Pontevedra, que declaró repetidamente a la policía que lo volvería a hacer y que fue vitoreado mientras era detenido merece algo más que un comentario a pie de página y refleja también que la tensión social no está en el campo ajeno como a veces se nos quiere hacer ver sino en el propio.